
F. P. PUCHE
Sábado, 4 de noviembre 2023
La prensa política española se estremeció en octubre de 1882 en torno a una cacería organizada por el marqués de Campo en su finca de ... Soto de Viñuelas. El financiero valenciano, una de las mayores fortunas del país, invitó a lo más cuajado del conservadurismo español con una finalidad en apariencia doble. De un lado intentó aproximar a demócratas y conservadores tras la victoria del liberal Sagasta en las elecciones del año anterior; de otro, quiso darse un baño de opulencia, en su castillo de las afueras de Madrid, durante unas jornadas de lujo sin medida.
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Crónicas, cotilleos y hasta editoriales se ocuparon intensamente de la finca de caza de Viñuelas, y de su dueño, el marqués de Campo, durante el mes de octubre de 1882. La cacería, que empezó a las 7 de la mañana del 12 de octubre, fue objeto de toda clase de especulaciones y de mil y un juegos de palabras y metáforas que ponían en paralelo el parlamentarismo, la política al uso, con la caza, los tiros, los reclamos, las presas y el zurrón. Con todo, de la lectura de las crónicas que la prensa valenciana y madrileña publicó por aquellos días, se deduce que, por encima de sus intereses políticos, José Campo hizo una exhibición de riqueza que debió costarle un buen pico... aunque sin duda obtuvo sustanciosos e interesantes réditos de ella.
Los invitados, según la crónica sin firma que publicamos el 14 de octubre, se concentraron en el suntuoso palacio del marqués en el Paseo de Recoletos y a lo largo de dos horas viajaron en carruajes hasta el castillo de Viñuelas, situado a unos 20 kilómetros del centro de Madrid. Cristino Martos había excusado su asistencia por razones familiares; y «sentía mucho no estar al lado de las personas que iluminan el porvenir de la política con la esperanza de un partido liberal serio». La pretensión era acercar a Serrano y Martos con el fin de crear una «izquierda dinástica». Es decir, no republicana.
La cacería de Viñuelas creó expectación en la prensa, pero dio pocos frutos. La excusa de Martos fue la evidencia. Pero «el buen humor de los convidados siguió todo el camino y llegó a su colmo cuando divisamos las cuatro torres de este y suntuoso castillo». Que Campo compró, sacó de la ruina y aderezó como una mansión de recreo al estilo de las del millonario americano Randolph Hearst.
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Los gamos «corrían veloces» por la finca, donde «en perfecta formación se encontraban los monteros de a pie». Escoltados por caballistas, los invitados llegaron al «chateau» y admiraron «su elegante piazza adornada de estatuas de bronce y de leones». Tras el reparto de habitaciones y la toilette necesaria, todo salpicado de «discusiones chispeantes y amenas», se abrieron las puertas del comedor donde el marqués echó el resto: «Mesa espléndida, reluciente de plata, de flores, y adornada con los manjares más ricos procedentes del extranjero». La iluminación era «a giorno».
El menú, que el periódico reprodujo en su original francés, fue de la sopa de tortuga a la «gelatine de faisans», con estaciones en el salmón, las codornices, el «boudin de volaille» y «les poulards» aderezadas con espárragos en salsa de mantequilla. Entre los postres, «Walesky au Moka». Entre los vinos, Chateau d'Yquem y Chateau Lafitte... y no hay más que hablar. El marqués de Campo se sentó a un extremo de la gran mesa y ofreció el otro al general Serrano. El primero por su derecha fue Cánovas del Castillo; «y a su izquierda el señor Castelar». En el otro extremo, con el duque de La Torre, estaban Romero Robledo y Gutiérrez de la Vega.
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«Los touristas -escribio nuestro cronista-todos rivalizaban en bromas de buen gusto o en críticas llenas d'esprit. A muchos personajes de Madrid debe haberles zumbado los oídos ayer noche». Y luego, con el Champagne y el Cuvée Romaine, muchos discursos. Y risas, chanzas e incluso polémicas. «Bajo los artesonados techos de este castillo puede decirse que se ha guarecido la importancia de la política», relataba.
También hubo caza, desde luego. Nuestro cronista recibió una escopeta de manos del marqués y escribió: «A disparar tiros y matar gamos se ha dicho. Esto es menos fácil que disparar contra un ministerio tan estropeado como el que dejamos en Madrid». El caso es que don José Campo mató un gamo sin desmontar de su carruaje y el marqués de la Conquista otro, desde su puesto. Luis de León abatió dos gamos hembra de un solo disparo -«una preciosa carambola»-y el jurista valenciano Manuel Danvila «al ver una res hermosa le mandó envuelta al cuerpo una consulta de plomo». José Argaiz se especializó en las perdices y el duque de la Torre vio satisfecho cómo su hijo abatía nada menos que hasta 16 conejos.
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Y después, vuelta a empezar en torno a la mesa, que en la segunda jornada fue dispuesta al aire libre, en el paraje El Tejar, con el mismo lujo que en el castillo. Y luego «las bromas, el examen de los tiros y ocurrencias», etcétera. Hasta que sonaron de nuevo «las llamadas de los cuernos y el voceo de los ojeadores». El conde de Casa Sedano «con presteza, apuntó y atravesó de parte a parte a la res». La cena, eso sí, fue de etiqueta: todos los caballeros bajaron al comedor «de frac y corbata blanca».
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