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u A la bodega. Embridado, un mulo vuela a la bodega de un barco. LP
Mulos valencianos para la guerra  del Transvaal

Mulos valencianos para la guerra del Transvaal

La neutralidad española en el conflicto y la oposición de algunos republicanos y liberales no impidió facilitar la venta de las acémilas La reina Victoria compró los animales en Valencia y en lugares de toda España para llevarlos al otro lado del mundo

Domingo, 14 de marzo 2021, 00:17

Una lejana guerra colonial, la de Gran Bretaña contra el Transvaal y el territorio de Orange, acaparó la atención de los valencianos en los últimos meses de 1899. Por su distancia y exotismo, porque enfrentaba a un viejo imperio y a dos naciones jóvenes de sello emancipador... y porque uno de los ejércitos contendientes, el de la reina Victoria, echó mano en Valencia, y en otros lugares, de todos los mulos que pudo comprar. Para llevarlos a trabajar -y morir- al otro lado del mundo.

Entre 1880 y 1881 había habido ya una primera guerra de los bóers, en la que el Reino Unido dirigido por Gladstone no pudo vencer el impulso independentista de los colonos neerlandeses. Pero no suscitó especial interés en España. Cuando el conflicto se reavivó, en octubre de 1899, las cosas eran muy distintas: Europa se conmocionó ante el intento británico de recuperar sus antiguas posesiones, y en España -dolida hasta el extremo por la reciente pérdida de sus colonias- el tablero bélico apasionó como pocas veces. El Gobierno de Francisco Silvela se declaró neutral, pero republicanos y liberales se sintieron solidarios con los agredidos, y contrarios al imperialismo inglés.

35.000 hombres

El 12 de octubre, la Corte se trasladó de San Sebastián a Madrid, con el rey niño, y la temporada política quedó abierta: el gobierno estaba ultimando un duro paquete de recortes y restricciones para hacer frente a la crisis económica, la peor hasta entonces, que se derivaba de la guerra de Cuba. Ese mismo día, en LAS PROVINCIAS, podemos encontrar un resumen de las fuerzas inglesas presentes en la zona: eran 10.000 hombres, que se estaban ya reforzando con expediciones desde la India y Gran Bretaña. El cuerpo de ejército movilizado elevaría a 35.000 los hombres sobre el terreno, con 84 cañones, 1.700 carruajes y... diez mil caballos o mulas. Y junto a eso, una reflexión: «Verdad es que la guerra puede acarrear tales consecuencias y llegar a revestir carácter tan brutal y sangriento, que ante las naciones civilizadas hoy y ante el tribunal de la Historia mañana, haya de ser tremenda la responsabilidad del que se atreva a disparar en las márgenes del río de los Búfalos el primer cañonazo».

Pero el mapa de Sudáfrica -Colonia de El Cabo, Orange, Transvaal y Bechuana- que el periódico publicó en portada el día 14 fue la inequívoca señal de que la guerra se había desatado. «Ya se han roto las hostilidades en el África austral. Ya comenzó la inicua guerra promovida por la desatentada ambición de Inglaterra, y que viene a ser un nuevo padrón de ignominia para el siglo XIX en sus tristes postrimerías. El derecho de gentes es todavía una palabra vana (...) hoy la guerra es un asunto financiero, ni más ni menos», dijimos en el editorial. Junto al mapa, detalles para situar al lector en aquella lejana geografía. Y la evidencia de que había un territorio agreste, solo tres líneas de ferrocarril y muy largas distancias a cubrir en penosas caminatas militares.

Transvaal y Orange tenían en total unos 70.000 hombres disponibles para la lucha. Y a ellos había que sumar casi 15.000 voluntarios alemanes, holandeses y belgas, irlandeses y americanos, escandinavos también. Porque cientos de idealistas, amantes de la libertad, sintieron la llamada de la guerra en medio mundo y se ofrecieron para la lucha. También en España los hubo, al tiempo que prendía en los periódicos la polémica política y moral sobre la legitimidad de los ingleses al romper sus compromisos anteriores y atacar el país que tenía en el reverendo Kruger a su gran referente. En las revistas ilustradas del momento hay más estampas del líder religioso predicando en la iglesia, o sentado con su esposa a la puerta de casa, que de los generales movilizados por Chamberlain y lord Salisbury.

Solo 'La Nación Militar' y 'La Correspondencia Militar', por su carácter técnico, trataron de ser equitativos. El resto de la prensa no simpatizó con los intereses de Londres, claramente inclinados por controlar las minas de diamantes, oro y hierro, características de los territorios en disputa. El gobierno de España, aunque neutral, dio toda clase de facilidades al movimiento de tropas, que tuvo las islas Canarias como puerto de paso preferente para unas expediciones que llevaron a Sudáfrica hasta 400.000 hombres y, como enseguida veremos, también de miles de acémilas.

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