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ÓSCAR CALVÉ
VALENCIA.
Domingo, 22 de julio 2018, 01:04
A finales del siglo XV disponer de una imagen era un ejercicio de ostentación cristiana. Me atrevería a decir que en un triple sentido. El más prosaico sería el vinculado al aspecto económico: pocos ciudadanos llegaron a disponer de cofres, cajas, pequeños lienzos u otros objetos con escenas representadas, y menos todavía fueron los comitentes capaces de encargar obras artísticas de cierta calidad.
Un segundo aspecto sobre la posesión de imágenes ha de asociarse a una reivindicación de fe cristiana de sus dueños. Me explico. La propiedad de imágenes sagradas evaporaba cualquier sospecha de judaizar, delito penado en la hoguera. Los hebreos censuraban la creación de imágenes, como indica explícitamente el Antiguo Testamento. Tener una cruz, un santo o una virgen representados en el interior del domicilio era una óptima carta de presentación del buen cristiano. No eran tiempos de tibiezas confesionales. Un dato. Los Reyes Católicos dictaban órdenes para que «cada fiel cristiano tenga en la casa de su morada alguna imagen pintada de la cruz, en que nuestro señor Jesucristo padeció, y algunas imágenes pintadas de nuestra Señora o de algunos santos y santas, que provoquen y despierten a los que allí moran a haber devoción».
Vamos con el tercer sentido de la frase inicial, aquella de la imagen como ejercicio de ostentación cristiana. Corresponde al valor trascendental entonces conferido a las escenas, símbolos de presencia de la divinidad, cuando no de auténtica presencia, a la que solicitar mediación para un pasaje directo al más allá de los elegidos. De manera llana. Al propietario de imágenes se le abría una senda tan amplia como gloriosa. La 'highway to heaven' de Michael Landon. Por el contrario, no disponer de imágenes o no acercarse a ellas para pedir el favor divino en la Valencia de aquella época no sólo estrechaba el metafórico camino, sino que abría otra autopista, muy pero que muy acongojante para la humanidad (salvo para los AC/DC), la 'highway to hell' . Cosas de la vida, cuatro siglos después, todo esto importaba poco más que un pimiento.
Para más inri, la coyuntura histórica ya explicada en otras ocasiones derivó en una triste realidad: Valencia, al igual que otras ciudades, se convirtió en una suerte de rastro de joyas patrimoniales donde los coleccionistas encontraban verdaderas gangas. Algunas de esas adquisiciones forman en la actualidad parte de los fondos de museos célebres. Otras muchas decoran salones de mansiones para un disfrute tan exclusivo como privado. Les cuento todo esto porque esta semana es noticia la restauración de un retablo de principios del siglo XVI cuya suerte se adscribe al relato previo. Una obra pintada en la Valencia renacentista en el taller de uno de los artistas locales más relevantes y que fue adquirida en la Valencia de la modernidad a cambio de un conjunto de pinturas firmadas por el propio comprador, otro artista valenciano de gran renombre. Efectivamente, en junio de 1896, José Benlliure compraba un 'altaret gótico'. Este pasaría a formar parte de su futura y abigarrada casa valenciana, a la sazón en proceso de compra por parte de Benlliure, quien iba preparando el retorno a su tierra natal desde la 'Città Eterna'.
Aquel pequeño retablo ha recuperado todo su esplendor original merced a la labor del IVCR (Institut Valencià de Conservació i Restauració). El Ayuntamiento de Valencia y la Regidoría de Patrimonio y Recursos Culturales han editado la correspondiente publicación monográfica, repleta de información de la que este reportaje bebe en parte. Pero ya saben que una imagen vale más que mil palabras y, si así lo desean, pueden comprobarlo 'in situ' a lo largo del verano. No hay excusa. Pocos lugares presentan el encanto de la Casa Museo Benlliure (Calle Blanquerías, 23), jardín romántico incluido.
Tema recurrente
Al otro lado del antiguo cauce del Turia se halla el Museo de Bellas Artes de Valencia. Una pequeña vuelta por la pinacoteca es suficiente para observar que uno de los temas recurrentes en la pintura próxima al año 1500 es el de los Siete Gozos de María. Ya desde finales del siglo XIV, literatura, sermones y actos escénicos habían convertido el asunto mariano en tema de tendencia. Un 'trending topic' en toda regla, especialmente en Valencia, cuya catedral contaba desde 1378 con una capilla dedicada a los gozos marianos. Aun cuando estos no dispusieran de una catalogación cerrada y excluyente, como de inmediato comprenderán.
El estupendo retablo recientemente restaurado por el IVCR, el de los Siete Gozos de la Casa Museo Benlliure, se pintó a comienzos del siglo XVI. Los especialistas, amparados en el siempre peliagudo criterio formal, abogan por atribuir el retablo al taller de Nicolau Falcó, el más destacado representante de un linaje de artistas y artesanos. Discípulo de Paolo de San Leocadio -uno de los introductores del Renacimiento en la península ibérica-, Nicolau Falcó fue el artífice de algunos de los retablos de mejor factura de la época, caso del Retablo de la Purísima Concepción, procedente de la capilla de la Inmaculada del convento de la Puridad de Valencia y hoy conservado en el Museo de Bellas Artes de nuestra ciudad.
Las dimensiones del retablo de los Siete Gozos no son excesivamente grandes 187 x 150 centímetros. Es cierto que han desaparecido algunas piezas como el ático (el remate superior) o el guardapolvo o 'polsera' (tablas laterales dispuestas oblicuamente para proteger la pintura), pero su tamaño hace pensar que no fue un encargo especialmente costoso. Nada más sabemos de su origen. La tabla central representa a la Virgen con el Niño, y alrededor de ella -a los lados y en la parte superior-, pueden ver los pasajes que dan título a la obra: La Anunciación, la Natividad de Jesús, la Adoración de los Reyes Magos, la Resurrección de Jesús, la Ascensión de Jesús, Pentecostés y la Dormición de la Virgen en el cielo. No se sorprendan si comprueban en obras homónimas que el episodio de la Natividad de Jesús es sustituido por la de la propia María, la Epifanía por la Presentación de la Virgen en el templo o la Dormición por la Coronación. La elección de los gozos iba a gusto del comitente, de su sensibilidad y de su formación. No en vano, Nicolau Falcó pintaría hasta 10 gozos, sólo sumando los de este retablo y los del citado de la Puridad. A menudo se piensa que la iconografía es un código cerrado e inquebrantable. Nada más lejos de la realidad.
Lo que sí es real es que el retablo fue adquirido por Josep Benlliure en la fecha señalada más arriba y que el objeto pasaría a formar parte de su magnífica colección privada. Los artistas de mayor fortuna convertían sus estudios en auténticos gabinetes de antigüedades para disponer del atrezo preciso para documentar fielmente sus pinturas sobre historia. No menos verídico es que el paso del tiempo -sólo inapreciable en el malévolo Gray-, exigió en el 2016 una intervención del 'altaret gótico' de época renacentista. Ahora llega a su fin y por supuesto lo celebramos. Ver un antes y un después de la obra es impactante: los colores, sus contrastes, las formas y los dorados, reviven su belleza original y evocan el período en el que las pinturas eran mucho más que aquello que hoy definimos vagamente como arte.
En lugar de desgranarles el complejo y técnico proceso restaurador llevado a cabo, exploren el fascinante lugar que lo alberga. Recorran el domicilio de los Benlliure con el mobiliario de época y obras autógrafas de primera calidad. Se adentrarán en un jardín repleto de maravillas sólo al alcance de los curiosos: capiteles de época románica, columnas góticas, azulejería barroca y otras excelencias dan paso a un museo cerámico con piezas únicas. El postre se halla en la planta superior, en el estudio artístico de los Benlliure. Cofres medievales, relicarios barrocos, extraños instrumentos musicales, esculturas, pinturas... Todos los objetos y la disposición espacial orientan la mirada y el recorrido hacia la joya de la corona.
El Retablo de los Siete Gozos comienza ahora su tercera vida en las antípodas emocionales del encargo original. Con todo, sólo nosotros podemos dar sentido a esa nueva existencia. ¿Qué es el arte no contemplado? La nada.
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