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JORGE CASALS
Viernes, 8 de noviembre 2019, 01:11
valencia. Al abrigo de la sierra de Espadán se encuentra una de las ganaderías emblemáticas de la Comunitat Valenciana con cerca de medio siglo de historia. En las más de 300 hectáreas repartidas entre las localidades de Artana y Eslida, pasta la particular vacada de Pascual Alcalá, que tiene el mérito de ser, junto a Centelles Badal, una de las dos ganaderías de toda la Comunitat cuyos toros se lidian en su totalidad como cerriles en los festejos de bous al carrer. No se alquila la bravura, se vende. Esa es su máxima diferencia con el resto. Y aunque en algún momento puntual lidiaron algunas novilladas picadas y festejos de rejones, actualmente toda la camada de saca se destina al bou al carrer, siendo toros muy demandados por su excelente juego en las calles, ya que su bravura con cierto punto de sentido no deja indiferente a nadie. Es su principal seña de identidad. Y el secreto de su éxito.
Pascual Alcalá acaba de cumplir su primera temporada «como jubilado», admite con cierta nostalgia después de haber dejado la ganadería en manos de sus hijos Pascual y Lucía, grandes aficionados y conocedores a la perfección del legado que les ha dejado su padre. Atrás deja 47 años volcado a su máxima pasión. «Dedicarse en la vida a lo que más quieres no tiene precio, te hace sentir muy feliz. Aunque se pasa por momentos muy duros es muy bonito. Fue la mejor decisión de mi vida». Y es que el futuro de este vecino de Betxí iba encaminado a los altares, pero tras un corto periplo como seminarista dejó las cruces y consagró su advocación al mundo del toro, heredando las mismas pasiones que su padre: el toreo y la ganadería. Al principio quiso ser torero pero pronto dejó su aventura en las capeas y, siguiendo los pasos del progenitor, ganadero de manso, adquirió su primera punta de vacas en el año 1972.
Aquella primera compra tuvo lugar en Badajoz y ocurrió casi por casualidad. Al descubrir que el primer interesado en adquirir aquellos animales no logró reunir el dinero suficiente, fue Pascual, puso el dinero sobre la mesa y ahí comenzó su sueño como ganadero. Las vacas, procedencia Conde de la Corte, llegaron a sus manos todas paridas y con sus rastras. Toda una amalgama de sangres, pues sus anteriores propietarios, dedicados al negocio del embutido, cubrían las vacas con toros de muy distintas ganaderías que llegaban hasta el matadero para ser sacrificados y que por sus hechuras, presencia y procedencia podían servir como sementales. Una artimaña que incluso fue llevada a los juzgados por la familia Miura. «Se nota la sangre Conde de la Corte, que es la predominante. Se ve en esos toros negros, corpulentos y con esas caras serias y veletas. Enseguida ves cuando un toro tiene esa sangre», desvela el ganadero castellonense.
Pascual llevó aquel primer lote de ganado hasta tierras andaluzas, permaneciendo durante cinco años en Chiclana, en una finca alquilada por el empresario ondense Juan Montoliu. Fue en 1977, el año en el que adquirió el hierro actual, cuando llevó toda la vacada hasta el término turolense de Formiche Alto, donde estuvo poco tiempo debido a las bajas temperaturas, que no eran las más idóneas para la crianza del ganado. Así que en 1981 decidió instalarse definitivamente cerca de su Betxí natal, concretamente en los términos de Artana y Eslida. Allí se encuentran las cuatro fincas que componen la ganadería: La Palmera, que es donde se encuentra la placita de tientas antigua, insertada dentro de la falda de la montaña, Puerta de Alcalá, Eslida y Els Solats. 300 hectáreas de algarrobos y pinos, con un terreno abrupto repleto de 'bancals' aunque rico en pasto para las vacas que, unido al subproducto, dan un alivio a la cartera de Pascual en cuestión alimentaria.
Luego llegaron algunos intentos por refrescar con animales de varias ganaderías de Salamanca, tierra predilecta para el castellonense, «porque los toros de allí son más fuertes y corpulentos, con hechuras más idóneas para el festejo popular. Siempre me han gustado más que las ganaderías de Andalucía». Pero no fueron adquisiciones exitosas. De hecho, intentó añadir sangre Domecq y aquello a punto estuvo de costarle su sueño, pues los animales adquiridos dieron positivo en tuberculina y tuvo que sacrificar gran parte de la ganadería. «Me quedé con 38 vacas y con ellas, sin comprar nada más, me fui recuperando poco a poco. Tardé más de diez años en volver a ser el mismo, a tener la ganadería como yo quería».
Sus toros adquirieron pronto fama de encastados, con una bravura nada tontuna y ese matiz de ingenio que le aportaba un atractivo especial y suscitaba el interés de los más exigentes. Ahí quedan para el recuerdo toros históricos como Vencedor o Campeón, exhibidos en Almassora; Avispado en Onda; Salomón, que provenía del primer semental que formó la ganadería, dejó el listón muy alto en Quartell y en Canet, donde fue un habitual durante muchos años, soltó toros de nota como Manolete o Año Nuevo, que llegó a escaparse del cajón causando varios heridos. En los últimos años se ha llevado premios en Almassora, Onda o El Puig.
300 Cabezas
Actualmente, la ganadería de Pascual Alcalá consta de 300 cabezas de ganado. De vientre hay unas 160 madres, y alrededor de 30 novillas. Y dos sementales, Bandido y Rompedor, siendo este último el preferido por el ganadero. «Me ha ligado muy bien y aunque cada tres años cambiamos los sementales, creo que a Rompedor lo dejaremos algún tiempo más. Da unos productos sensacionales». Confiesa que no realiza tentadero de machos y que elige a los sementales por reata. «Es lo que me da más seguridad, que vengan de una buena familia». Pero sí tienta todas las hembras como si de una ganadería de lidia ordinaria se tratase. «Busco la tosquedad, no tanto la nobleza. Sin embargo, ahora mi hijo busca todo lo contrario: la nobleza y la calidad. Él fue torero y tiene otros gustos, que no digo que sean mejores ni peores, solo diferentes». Pascual Alcalá hijo, que ahora dirige la ganadería, toreó muchas novilladas sin caballos. «Lo bueno que tenía es que mataba muy bien, era un maestro en la suerte suprema», matiza sobre su hijo.
La camada de la próxima temporada está compuesta de 43 toros, todos cuatreños salvo un cinqueño que ha quedado del recién finalizado curso. «Era el más serio de todos y sinceramente, nadie ha pagado lo que consideramos que vale un animal de ese trapío». Todos tendrán bien pronto un destino asegurado porque la demanda es considerable.
El sello de garantía ganado durante tantos años de dedicación y que le han otorgado los aficionados, es el mejor premio a esta divisa con identidad propia. Casi medio siglo criando toros en la Sierra Espadán, un legado que ahora recogen sus hijos. La saga continúa.
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