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JORGE CASALS
Viernes, 13 de diciembre 2019, 00:44
valencia. Ramón Santaeulalia 'Mariano', de Albuixech, ha sido uno de los ganaderos más emblemáticos de la Comunitat Valenciana. A pesar de que su ganadería tuvo una corta duración en la historia de la fiesta de bous al carrer, dejó un legado tan importante, que después de casi tres décadas sin ella todavía los aficionados la recuerdan como una vacada mítica de Valencia. Ramón Santaeulalia vivió por y para el ganado. Un hombre de campo de los que no quedan, con cualidades innatas para el manejo de los animales y unos conocimientos fuera de lo normal. Con instinto de ganadero. Tuvo una gran inquietud: buscar la bravura sin límites, de ahí que la casta fuera una de las señas de identidad de sus vacas y toros, además, lo hizo persiguiendo una personalidad propia que lo diferenciara del resto, lograr que todos sus animales fueran de pelo colorado. De ahí que algunos le apodaron como 'Mariano el de les vaques roges'. Toda su sapiencia le llevó a situarse en poco tiempo en lo más alto, siendo un referente en la década de los 80 hasta que, cansado de las nuevas trabas administrativas, quizá adivinando tiempos difíciles, que no tardaron en llegar, decidió bajar el telón de lo que fue su pasión y su vida: la crianza del toro bravo.
Santaeulalia alimentó su afición ganadera mientras hacía las labores de pastor en ganaderías como José Porta, de Almenara, o Higinio Peris, de El Puig. Es a principios de los años 60 cuando adquiere sus primeras vacas a estos dos ganaderos y comienza así su andadura. Primero junto al Tío Braulio, y después en solitario, adquiriendo una punta importante de vacas a Domingo Tárrega 'El Gallo', que reforzó con alguna incorporación más de Higinio y Vicente Peris. Logró amasar una base importante de sangre autóctona. Lo mejor de lo mejor. En 1972 adquiere el hierro a 'El Tío Badal', de Catí.
Pero no conforme, pues Mariano era un hombre sabio con muchas inquietudes, buscó dotar a su ganadería de una personalidad que fuese evidente a la vista, y de ahí su empeño en que todos sus animales fuesen colorados. Solo había una manera fácil de conseguirlo: la Casta Navarra. Así que viajó hasta tierras navarras para adquirir ganado de los hermanos Domínguez, de Funes, unas vacas con tamaño y envergadura que cruzó con el ganado autóctono que poseía de El Gallo y Peris. Aquella mezcla resultó explosiva y dio muy buenos resultados, sobre todo en la década de los 80, además de conseguir que predominara el pelo colorado, tan característico en la Casta Navarra.
Todo el mundo conocía a sus vacas Tremenda y Violeta, sus dos estrellas que no fallaban en ningún concurso importante, gracias a las cuales, se adjudicó premios en La Vall d'Uixó, Segorbe o Grao de Castelló, entre otros muchos. Vacas como Brincaora, Cartulina, Pelotaria, Religiosa, Revuelta, Balonaria, Polaca... además de toros tan afamados como Cartulino, Drapero, Contaor, Violeto, Malacara, Gitano, Leñador, este último conocido por sus grandes emboladas en Meliana, o Floriste, muy noble en el campo y en la calle uno de los más bravos. Se da la circunstancia de que el propio Mariano nunca acudía a presenciar las actuaciones de sus animales. Su hijo asegura que fue porque no las quería ver sufrir, otros confiesan que aquello le acabó pasando factura, pues un ganadero tiene que comprobar de primera mano el resultado de sus productos. Así era Mariano, tan de sus animales que los anteponía a su propia familia, que era capaz de negarse a actuar en un pueblo si no era respetuoso con ellos, aunque su bolsillo le dictase todo lo contrario.
Marjal y montaña
Su ganado pastaba en la marjal de Albuixech, en los aledaños del mar. La grama era el producto estrella de pasto, aunque con el tiempo acabó escaseando por culpa del salitre. Sin embargo, las 400 hanegadas daban para mucho. Allí, en una rústica placita de cabirons, se forjaron toreros como El Soro, muy asiduo a esta casa, a la que acudía con su padre Pedro y Salvador Moya Doria, un viejo novillero de la tierra; incluso un jovencísimo Enrique Ponce, que empezaba a dar sus primeros pasos, acompañado por su abuelo Leandro.
Desde la marjal y en trashumancia se desplazaba hasta otra finca que adquirió en el término de Soneja, muy rica en pastos. Desde Albuixech, a través del camino Albalat, comenzaba la travesía con todas las cabezas de ganado dirección a Soneja, cruzando incluso la antigua carretera de Barcelona que, a pesar de su espeso tráfico, paraba la circulación para que pasase el hato por la cañada. Era habitual verle pasturar el ganado en el río Palancia, muy cerca de Sot de Ferrer. En el Alto Palancia fue muy querido y demandado en las fiestas de casi todos los pueblos.
Su mente inquieta le llevó a desarrollar una nueva vertiente, la cría de toros cerriles para los festejos de bous al carrer. Para ello, adquirió la finca La Coloma, en Les Coves de Vinromà. Más de 1.000 hanegadas en pleno monte, muy rica en pasto en invierno pero muy dura y calurosa en verano. A ello se sumaba la falta de agua, que era imprescindible bombearla a diario. Pero el principal inconveniente fue lo lejos que se encontraba de la huerta valenciana. «Nos alejó a la familia. Fue complicado. Yo me quedaba allí durante toda la semana y el fin de semana me relevaban mis padres. Creo que no fue un acierto adquirir aquella finca», asegura Ramón Santaeulalia hijo, que compartió la ganadería junto a su padre, sobre todo en sus tiempos de juventud. De allí salieron toros de nota para muchos pueblos de la Comunitat. La Peña Taurina Massalfassar todavía recuerda un toro embolado de este hierro como uno de los más bravos que se han visto en este municipio.
El final
En 1992 tomó la decisión más dura de su vida, dejar lo que fue su pasión, su razón de ser. Vende la ganadería a los Hermanos Machancoses. «Nos ayudó mucho en aquel momento», recuerda Fernando Machancoses, que acompañó a su padre en el momento del trato. «Era un hombre que vivía para su ganado, de los que no quedan hoy en día». La tuberculina, que se cebó con muchas ganaderías autóctonas, acabó poco tiempo después con casi todo el ganado adquirido, «ya no nos queda nada de Mariano», desvela Fernando, quien recuerda sobre todo a la vaca Novata, nº 67: «Aunque estaba marcada con nuestro hierro, recuerdo que llegó a nuestra finca recién nacida, junto con las demás rastras que nacieron en casa de Mariano. Aquella vaca, que procedía de Avellana, fue muy buena».
Vicente Benavent recuerda que fue una persona clave en sus inicios como ganadero, «ya que fue él quien avaló con su firma nuestra entrada en la asociación de ganaderos. Además, le compramos algunas vacas y siempre nos unió una gran amistad». Según Benavent, Ramón Santaeulalia «tuvo que luchar contra la hegemonía de Peris, por eso se mantuvo un poco a la sombra. No era fácil. Tuvo vacas extraordinarias como Tremenda o Violeta; y tuve la suerte de disfrutar de la última etapa de Polaca, que se la compré a Machancoses y vivió sus últimos días en mi casa».
Mariano nunca llegó a superar aquella decisión de desvincularse de la ganadería. Fue muy duro para él y no volvió a ser el mismo, consciente, quizá, de no haber terminado aquel proyecto de bravura que le marcó su instinto. A pesar de su corta pero intensa y apasionante trayectoria como ganadero, los aficionados todavía le recuerdan en el tercer aniversario de su adiós y casi tres décadas después de colgar la vara. Un grande.
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