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ÓSCAR CALVÉ
VALENCIA.
Domingo, 3 de junio 2018, 00:57
Algunas semanas atrás, al tratar la 'Liga de los hombres extraordinarios' de la Valencia de comienzos del siglo XV, sacábamos a colación el 'Regiment de la cosa pública', aquel prontuario normativo escrito hace más de seis siglos por el franciscano Francesc Eiximenis para el gobierno de nuestra ciudad. En ese texto no faltaba el canto a las excelencias de la urbe que entonces le acogía, Valencia. Una de ellas era que 'La dita terra produeix així mateix noble seda'. Pero, ¿cómo llegó a nuestro territorio la sericicultura? ¿Cómo se especializaron las diversas actividades a ella ligadas? ¿Y su comercio por Europa? ¿Y por el continente americano? Todas las respuestas podrían sintetizarse en tres palabras: por las rutas.
Ricardo Franch Benavent y Germán Navarro Espinach son, respectivamente, catedrático de Historia Moderna de la Universitat de València y catedrático de Historia Medieval de la Universidad de Zaragoza. Además, son los coordinadores de una excelente compilación de estudios sobre la gran relevancia asumida por la industria sedera en la historia de España y de Portugal que lleva por título: 'Las rutas de la seda en la historia de España y Portugal'. Se trata de una obra lanzada por el Servicio de Publicaciones de la Universitat de València donde un total de catorce especialistas en la materia de los dos países citados aportan nuevos y sugerentes datos sobre uno de los principales motores económicos del pasado, la seda, en diversos territorios de la península ibérica. Los centros de producción, manufacturación y las principales redes de comercialización tienen cabida en un amplio marco temporal que abarca desde el ocaso de la Antigüedad hasta el siglo XIX: Al-Ándalus, Aragón, Toledo, Cataluña, Madrid, Portugal, etc. Cómo no, el volumen incluye dos trabajos cuyo foco de atención es Valencia, eso sin contar algunos ensayos, como el de nuestro antiguo colaborador Daniel Muñoz Navarro, quien con datos precisos demuestra en su estudio 'La seda en el comercio colonial español' el protagonismo de los tejidos anchos (telas sin confeccionar) valencianos en la exportación sedera desde el puerto de Cádiz a finales del siglo XVIII.
Permítanme un breve excurso, ya que tendemos a asociar la globalización a los tiempos modernos. Tal relación es, como mínimo, discutible: los viajes primigenios, el deseo de dar y recibir conocimiento y objetos de otros lugares, el posterior establecimiento de las redes de comercio, y la consecuente difusión de modos, valores o tendencias fomentaron desde tiempos remotos la uniformidad de gustos y costumbres. Es cierto que no al nivel actual, pero les pondré un par de ejemplos ilustrativos. ¿Saben que muchos edificios góticos de la Corona de Aragón presentaban (y aún lo hacen) ventanas geminadas producidas en la Girona bajomedieval? ¿O qué buena parte de las más notables construcciones de esa misma época lucían pavimentos compuestos por azulejos realizados en Manises y Paterna? Pues bien, mucho antes, desde principios de nuestra era, se conoce la importación por parte del Imperio Romano de sedas provenientes del Extremo Oriente. De hecho, siglos atrás (segunda mitad del siglo IV a. C.) Alejandro Magno se servía de esos ricos tejidos advertidos durante sus expediciones asiáticas. Desplazamientos, difusión de técnicas productivas, comercio, pero también aventuras, forman parte de las rutas vinculadas a la seda, piedra angular del presente libro que quizá convenga degustarse a pequeños sorbos.
El primero de ellos es un texto de Laura Rodríguez Peinado. A través de él podrán disfrutar de la historia, y también de la leyenda, tocante al fin de la exclusividad oriental de la producción sedera, con princesas chinas despechadas que ocultaban en sus cabellos huevos de gusano y semillas de morera, o monjes que actuaban como verdaderos artistas del espionaje industrial para satisfacer al emperador Justiniano ya a mediados del siglo VI d. C. Resulta lógico que en Oriente no estuvieran por la labor de desentrañar el secreto de su producción por las consecuencias económicas que acarrearía, y si no que se lo digan al señor de la Coca-Cola, aunque no tengo muy claro si este último ejemplo es válido o es sólo uno de los bulos de mayor éxito de la historia. En cualquier caso, resulta fascinante pensar que tanto aquellos gusanos que muchos 'apadrinábamos' durante nuestra infancia en viejas cajas de zapatos como las hojas de morera con las que alimentábamos a los lepidópteros desdichados, fueron antaño una especie de secreto de estado. De hecho, la fabricación de la seda a la península ibérica no llegó hasta el siglo VIII d. C. merced a la expansión musulmana. El Islam trajo la producción sedera desde Oriente hasta el valle del Guadalquivir y las llanuras próximas a Granada, de ahí que San Isidoro de Sevilla escribiera todavía en el siglo VII respecto a la seda: «Cuentan que es producida por unos gusanillos que tejen sus hilos en torno a los árboles». La cita la reproduce Germán Navarro en su contribución a este volumen, donde aborda el papel desempeñado por Valencia en las rutas de la seda del Mediterráneo occidental, no sin antes atender el origen de esta producción en nuestro territorio. Según la documentación sólo hay conocimiento objetivo de la existencia de un centro producción de paños de seda y oro en la taifa de Balansiya, concretamente en Xàtiva. Ya bajo dominio cristiano, la primera fuente referente a la capital sobre el empleo de sedas allí mismo creadas data del año 1316. Navarro perfila a través de los documentos la eclosión de la industria sedera en nuestra ciudad, así como el asentamiento corporativo y la particular y diversa procedencia de aquel establecimiento gremial ya en el siglo XV. Especialmente sugestivo es comprobar el peso del puerto de Valencia como escala intermedia de las sedas granadinas que desde Málaga y Almería partían hacia Génova como destino final, en una de esas rutas de la seda que trata la obra, entendida como «uno de los fenómenos de transmisión de saberes más importantes que se conocen en el mundo de las grandes manufacturas textiles de la Edad Media», en palabras del investigador Franco Franceschi. Navarro aporta excelentes datos que dan luz sobre las operaciones de comerciantes valencianos en el Reino de Granada y el Magreb, el rol de los genoveses y los toscanos en nuestra ciudad y otros muchos aspectos referentes a la seda en Valencia hasta el final del siglo XV. Como continuación cronológica al tema abordado por Navarro se incorpora el estudio de Ricardo Franch, centrado en el período de esplendor de la sedería valenciana: entre comienzos del siglo XVI -cuando nuestro paisaje se inunda de moreras y los 'velluters' adquieren el rango propio de los artesanos más destacados de la ciudad-, y hasta el siglo XVIII, centuria en la que Valencia se convierte en la capital de la producción nacional.
El catedrático de Historia Moderna de la Universitat de València delinea con esmero una breve pero enjundiosa monografía sobre la sericicultura en nuestro territorio en la Edad Moderna. En ella tiene cabida la evolución del cultivo de la morera y de la producción de la seda en el antiguo Reino de Valencia, variable por aspectos tan diversos como la política exportadora o la mayor rentabilidad que ofrecieron temporalmente el arroz o las hortalizas. Al humilde entender de quien suscribe uno de los grandes méritos de este capítulo es hacer comprender al lector cuán complejo era la elaboración de la fibra de la seda, pues la hilatura, el devanado y torcido de la materia prima estaba sujeto a multitud de vicisitudes coyunturales. Precisamente el devanado de la seda (dar vueltas al hilo alrededor del ovillo) era una actividad que en las postrimerías del siglo XVIII involucraba a gran parte de los ciudadanía valenciana, así como a diversas comunidades religiosas de la zona. La comercialización de la fibra de seda valenciana, la evolución del artesanado o los agentes de control empresarial son algunos de los temas en los que profundiza Franch: tienen cabida aspectos apasionantes como la actividad de la Compañía de Nuestra Señora de los Desamparados o la creación de la Real Fábrica de Tejidos de Seda, Oro y Plata de Valencia. No les cuento más. No por falta de ganas, sino de espacio.
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