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ISABEL DOMINGO
VALENCIA.
Lunes, 3 de junio 2019, 00:45
Más de seiscientos años de actividad ininterrumpida, la atención a más 30.000 niños, un modelo educativo pionero en España o una historia marcada por la superación ante las adversidades. Son algunos de los hitos grabados en la tarjeta de presentación del Colegio Imperial de Niños Huérfanos de San Vicente Ferrer, considerado la obra viva del fraile dominico, del que se conmemora un Año Jubilar por el sexto centenario de su muerte.
Las calles de Valencia recuerdan estos días la labor de esta institución gracias a la fiesta de la Asociación de Niños de la Calle de San Vicente, pero su nombre también está de actualidad al haber sido propuesto por Cáritas al Premio Princesa de Asturias de la Concordia. Una candidatura que, como reconoce el clavario-director del Colegio Imperial, José Ignacio Llópez, «es ya un premio por lo que supone de proyección para dar a conocer el centro».
Mientras llega el día del fallo -se conocerá el jueves 13-, la entidad, integrada por una residencia y un colegio concertado, se prepara para el final del curso escolar. Actualmente, acoge a cerca de un centenar de niños que, en su mayoría, realizan sus estudios en el centro y, además, reciben atención en el día a día por parte de los educadores.
«Ninguno está aquí por obligación, sino porque sus padres, o quien tiene la guarda y custodia, lo han solicitado», detalla Llópez. Y es que el Colegio Imperial fue creado en 1410 por San Vicente Ferrer para recoger a los niños huérfanos y abandonados de la ciudad de Valencia. «San Vicente complementó la obra de la Cofradía de la Virgen de los Desamparos, en su caso, con los niños que estaban en la calle», resalta.
Una característica que actualmente se ha adaptado a las necesidades sociales. «Atendemos a niños de la Comunitat con escasos recursos económicos, huérfanos o en situaciones equiparables, como núcleos familiares de carácter monoparental con escasos recursos económicos», añade. Son casos en los que la entidad se hace cargo de la educación, la manutención y el albergue, pues los menores de entre 5-16 años están internos de lunes a viernes. Algunos también continúan en las instalaciones de San Antonio de Benagéber -a donde se trasladaron en 1977- hasta la etapa universitaria.
«El colegio es para ellos como la familia», apunta el clavario-director. De hecho, su rutina transcurre como en casa. «Todos colaboran en las tareas: su cama, llevar la ropa a lavandería, ordenar el armario...», dice. Clases de 8.30 a 17.00 horas y, luego, tutoría y tiempo para deberes, deporte, música o formación personal y religiosa. Como apunta José Ignacio Llópez, «intentamos que puedan ser partícipes en la vida parroquial para que establezcan lazos en sus lugares de procedencia».
Siempre con la base de la educación en valores y aplicando la pedagogía del cuidado. Pioneros ahora como ya lo fueron hace siglos cuando, por ejemplo, contribuyeron a la alfabetización de las niñas en el siglo XVIII. Porque el colegio siempre ha sido mixto; de hecho, en 1548 ya se representaba la figura de San Vicente junto a un niño y una niña.
Al complejo de San Antonio de Benagéber llegaron en 1977 tras el hundimiento, una década antes, del edificio de la calle Colón. Un suceso que pudo haber sido el fin de esta obra educativa pero que se superó gracias a la ayuda de la sociedad valenciana.
Ese inmueble, conocido como la Casa del emperador, había sido la sede desde 1624. Fue su segunda casa, ya que la institución había arrancado su labor en un hospicio frente a la iglesia de San Agustín primero bajo la tutela de los Beguines y, después, con la Cofradía de San Vicente Ferrer. En 1548 se redactaron las primeras constituciones del colegio y en 1593 Felipe II les reconoció personalidad jurídica.
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