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En los últimos meses ha tomado cuerpo entre especialistas la hipótesis de reconstruir el primer monumento que se levantó en honor de Joaquín Sorolla, en 1933, en la playa de Valencia. Dicho monumento fue derribado por la riada de octubre de 1957, y en la actualidad se conservan sus diez columnas de mármol, lo que haría muy fácil la tarea de «anastilosis», o recomposición, aunque hay técnicos que se muestran muy escépticos al respecto. Con todo, lo que hoy nos ocupa es la historia del viaje de las columnas, curiosa y con ribetes rocambolescos.
Las ya famosas columnas, de finales del siglo XVIII, estuvieron en el acceso a un suntuoso edificio de Madrid, Platerías Martínez, nacido por impulso del rey Carlos IV. Y el impulsor de su compra y traída a Valencia no fue otro que el prestigioso escultor Mariano Benlliure, íntimo amigo de Joaquín Sorolla, fallecido en el verano de 1923.
«Me ha visitado el gran escultor don Mariano Benlliure para proponerme una cosa una cosa que me ha satisfecho y que se hará muy pronto». Estamos en julio de 1924 y el alcalde que habla a la prensa es el general Avilés. Benlliure, que desde hacía tiempo tenía terminado el busto de Sorolla que debía presidir el monumento, quería «verlo colocado en esta ciudad y frente al mar que tanto adoró el pintor insigne». El 8 de agosto, en portada, LAS PROVINCIAS publicó en portada una fotografía del busto del pintor. En el texto, dijimos que Benlliure sentía su trabajo «no solo como un obra de conciencia ante el encargo, sino como un acto de amor al espíritu de Valencia, y como oración de artista para el recuerdo del amigo que fue».
La feliz idea empezó a rodar, llena de buenas intenciones; pero, cosas de nuestra Valencia, se demoró casi diez años, durante toda la dictadura y buena parte de la República. Hasta el último día de 1933 no se inauguró el monumento de Sorolla en su playa. Y el periódico escribió: «Las piedras del Palacio de Platerías, traídas a Valencia para finalidades artísticas que constituyeron ilusión del genial pintor, constituyen ahora el dosel del monumento construido en la playa».
En la inauguración estuvieron todos los que habían hecho posible la llegada a Valencia de las columnas de mármol. Los directivos del Círculo de Bellas Artes, el arquitecto municipal Javier Goerlich, Francisco Mora, arquitecto autor del proyecto, el incansable concejal Enrique Durán y Tortajada y, desde luego el escultor Mariano Benlliure, que había sido director general de Bellas Artes cuando el frontón de las Platerías fue desmontado.
Para encontrar la partida de nacimiento de las columnas que enmarcaron el monumento a nuestro pintor hay que viajar al Madrid de finales del siglo XVIII, cuando el rey Carlos IV promovió y apoyó la fundación de la Real Fábrica y Escuela de Platería de Martínez, en el ambiente ilustrado de favorecer la artesanía, como había ocurrido con las sedas, la porcelana o los tapices. Esta aproximación la hacemos de la mano del estupendo estudio que el profesor Fernando A. Martín, publicado en la revista municipal «Villa de Madrid», en 1992, año del segundo centenario de la fundación de las platerías reales.
La sede de la Fábrica, en 1792, se asentó en la mejor zona de Madrid, en el Paseo del Prado, frente al jardín Botánico y el actual Museo del Prado. Para situar al lector en la zona donde el platero Martínez se asentó es preciso citar el Hotel Mora y, sobre todo, el original edificio de CaixaForum Madrid y su jardín vertical. Allí se construyeron los talleres de los orfebres, pero también un edificio suntuoso y elegante concebido para que pudiera ser visitado por el rey y por la nobleza, clientes preferentes de la empresa artesana.
Como ocurrió en Valencia con el Colegio del Arte Mayor de la Seda, la casa también se encargó de la formación profesional de los aprendices de platero, razón por la que el emplazamiento se procuró que estuviera cerca de la Academia de San Fernando, donde se daban las clases de dibujo a los aspirantes.
La fachada de la Fábrica fue sustancial y de valor. Las obras se encomendaron a Francisco de Rivas y respondieron a las líneas y estilos establecidos por el famoso Juan de Villanueva, arquitecto mayor de la Villa, tanto para el Museo del Prado como para el Jardín Botánico. Para la fachada, diez columnas de magnífico mármol inmaculado se configuraron sustanciales: dos para el pórtico central, ligeramente adelantado como acceso; y ocho, en grupos de cuatro, para las alas del edificio. «La concepción de este edificio, uno de los primeros en esta rama industrial construido en Madrid, tiende más a monumento que a fábrica», nos dice el profesor Martín.
Tras la muerte del fundador y el necesario parón forzado por la guerra de la Independencia, los sucesores del platero Martínez siguieron trabajando en el oficio, mejoraron su actividad e incluso aumentaron el interés de la burguesía madrileña por lo moda suntuaria que la casa imponía. La decadencia del negocio y sus talleres llegó con la revolución de 1868 y la primera república, un momento al que siguió el cierre y la venta de las instalaciones al Estado, en 1884. Desde ese año hasta 1907, el ministerio de Hacienda ubicó allí el servicio de la deuda pública; pero al año siguiente decidió subastar el conjunto para la construcción de viviendas. Hacia el año 1911 la subasta quedó consumada y el proyecto de renovar aquella parte del Paseo del Prado estaba decidido; y desde luego incluía el derribo de Platerías Martínez y su fachada de columnas clásicas.
En el año 1919 la revista 'Arquitectura', en solitario, dio la voz de alarma y recomendó, al menos, que se salvara la parte mejor y más elegante del edificio. Había un proyecto del arquitecto Flórez Urdapilleta, que consistía en usar toda la fachada para un hipotético museo dedicado a Goya en San Antonio de la Florida. Pero la idea no llegó a ramos de bendecir y la portada se perdió, con excepción hecha de las diez columnas, que tras deambular por almacenes de derribos se pusieron a la venta a mil pesetas la pieza. Las voces siguieron alzándose entre los especialistas y amantes del arte: ¿Por qué no usarlas en el Retiro o algún otro parque madrileño?
Pero tampoco tuvieron éxito. De ahí que «aquella simple, pero graciosa muestra del arte neoclásico salió de Madrid, cumpliéndole al Círculo de Bellas Artes de la capital del Turia el honor y el buen gusto de adquirirla», escribe Fernando A. Martín en la citada revista «Villa de Madrid»
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Álvaro Soto | Madrid
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