Según los antiguos mexicas, la vida tras la muerte podía tener hasta cuatro destinos. Uno era Tlalocan, lugar al que se dirigían quienes morían ahogados; Omeyocán, el paraíso del sol, para los caídos en combate y las mujeres que morían en el parto; Chichihuacuauhco, donde ... llegaban los menores de un año; y por último, el Mictlán, hogar de los dioses de la muerte, donde tras atravesar nueve pruebas, se hallaba descanso en Chicunamictlan. Pues bien, del Mictlán regresarán las almas en el Día de Muertos, festividad mexicana que se celebra el 1 y 2 de noviembre, con un enfoque distinto al de Todos los Santos. Y es que esta tradición indígena, moldeada siglos más tarde por la influencia católica, asume con alegría el regreso de los antepasados, que conmemora a través de altares, ofrendas florales y recetas especiales, ahora también repartidos por toda Valencia.
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En una ciudad asestada de turistas, donde este fin de semana no será raro asistir a las celebraciones anglosajonas de Halloween, la comunidad mexicana representa un 0'7% del total de extranjeros. En el último año, la cifra de habitantes empadronados ha crecido un 22,3%, según el censo municipal, lo cual favorece que conozcamos mejor la riqueza de esta cultura, pródiga en literatura, arte, música y, por supuesto, gastronomía, hasta el punto de que su cocina fue declarada en 2010 Patrimonio de la Humanidad de la Unesco. Hay todo un mundo más allá del guacamole, los tacos y las enchiladas, que pasa por las calaveras de azúcar, los tamales o el pan de muerto propios de las fechas que nos ocupan. En muchos de los restaurantes que se prodigan por la ciudad, cada vez más auténticos en cuanto a propuestas, vamos a encontrarnos sorpresas. Empezando por los altares, algunos de los cuales llevan desde octubre.
Aunque cada región mexicana tiene sus propias tradiciones en el Día de Muertos, todas comparten los altares. En estas instalaciones coloridas, excesivas y alegres no faltan las imágenes de los difuntos, rodeadas de pétalos de cempasúchil, copal -resina aromática- velas y comida, mucha comida, empezando por los platos preferidos de los difuntos de la familia. El pan de muerto es un básico, o los siete platos con los siete moles de Oxaca. Sin embargo, «el altar es tan diverso como la propia cultura mexicana. Puedes poner una vela en casa, o preparar algo con mucha carga familiar. Lo bonito de observarlos es que, aunque no conozcas a las personas de las fotos, te puedes imaginar cómo eran por los objetos de alrededor. Y esto constituye una forma de honrar su memoria», explica Alejandro Escalera, propietario de La Cocina de Lupe, restaurante mexicano que está situado en la zona de Plaza Honduras.
El establecimiento ha impulsado este año, en colaboración con otros seis negocios -Beers & Burros, Cholo, Los Cuates Tequileros, Los Compadres, la Llorona y Siente el Mundo (que no es restaurante, sino un cine 4D)- una Ruta de Altares en Valencia. Sin necesidad de consumir, se pueden visitar las instalaciones de los emplazamientos, muy distintas entre sí. Si además se sube una publicación a redes sociales, cuñarán una tarjeta de cinco sellos que, completada, sirve como descuento en un restaurante. «En nuestro caso, los comensales también pueden enviar sus fotos, de personas o mascotas, para que las coloquemos en el altar», prosigue Alejandro, quien quiere dar a conocer sus costumbres entre todas las generaciones. «A los niños, los altares les llaman mucho la atención por las luces, velas, colores… Desde pequeños, los niños mexicanos están acostumbrados a vestirse de calavera, o de catrina, y estar rodeados de referencias a la muerte. Es una diferencia cultural muy llamativa«, señala.
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Por su parte, José Gloria, al frente de La Llorona, lleva seis años perpetuando esta tradición. «La he vivido en casa de mi madre, y espero que la mantenga mi hija. De hecho, esta año hemos montado juntos el altar, desde el 18 de octubre», relata. Suele incluir fotos de gente que extraña mucho. «En particular, este año falleció uno de mis mejores amigos de México a consecuencia del cáncer, así que el altar está dedicado a él. También he puesto banderas de Ucrania y de Gaza«, añade. Y no olvida sumar eso que gustaba tanto a los muertos: «Alguna cerveza, botellas de tequila o mezcal, e incluso cigarros si fumaba. Lo bueno de esta fecha es que no invita a la tristeza, sino a recordar a con alegría». De ahí que en el restaurante sume platos especiales, como el típico pan de muertos, que sirven de postre con mousse de coco. En Acapulco, negocio que comparte con Dani Espino, viene con mousse de té macha con higos.
No son los únicos establecimientos mexicanos que transforman la carta con motivo de estas fechas. Celebran el Día de Muertos por igual en Fonda Alacrán, donde no solo han apostado por el altar, sino por actuaciones a cargo de un músico mexicano de Berklee. En el apartado culinario, cobran importancia los platos calientes. «De postre tendremos unos buñuelos de calabaza y atole de cajeta. El atole es una bebida prehispánica que, curiosamente, se espesa con masa de maíz nixtamalizado», explican. Todo sirve para festejar, ya sean moles, licores o dulces, que se prodigarán estos días entre los mexicanos de la ciudad, cuyo nivel restaurador está muy por encima de la pasada década. Entre los nombres que se unirán a la fiesta, Rey Taco, Clementina, Demasiado Corazón, Sol Azteca o Ñam Ñam, espacio de cocina experimental, donde se ha porganizado una cena maridaje. Y la lista podría seguir.
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Hace años que el Mercat de Russafa viene celebrando el Día de Muertos gracias a esa labor infatigable por difundir la cultura mexicana que realiza La Despensa de Frida. Tras este puesto, la mexicana Michel Resendiz, quien siente una gran debilidad por los fogones, pues desde que llegó a España se propuso difundir las recetas de su familia. Entre ellas, las del Día de Muertos. «En la tienda, tenemos todo aquello que se requiere para preparar la ofrenda del altar de muertos, como el papel picado, las flores y el pan de muerto, que ya es un clásico», comienza. Opta por una receta a base de harina de trigo, leche, huevo, levadura y azúcar; a veces, mantequilla. «La forma circular significa el ciclo de la vida y los lazos, con silueta de huesitos, son los puntos cardinales. Esta pensado que tú sepas hacia dónde vas cuando cruzas el umbral de la vida y la muerte», precisa. Este año ya va por 1.200 unidades encargadas.
Con respecto a la receta, «puedes lanzarte a hacerla, pero es como una paella: si alguien te enseña a elaborarla y te explica cómo lo hacían sus abuelos, se convierte en un proceso diferente», precisa. Por ello, desde principios de octubre, recibe los primeros encargos de la comunidad mexicana. «Es muy bonito, porque se reúnen muchos compatriotas que vienen a por las flores y la comida. Algunos se han hecho amigos después de coincidir aquí, y eso nos gratifica», asegura. En un espacio de fraternidad como el mercado, donde prima el trato humano, los valencianos y demás curiosos también son bienvenidos. «Llegan los que han visto la película de Coco, o los que han buscado información por Internet, y ahora quieren realizar su propia ofrenda a un ser querido. Se suman a una tradición bonita: la tradición de recordar con alegría», concluye Michel. Tan festiva es la cita que, el día 2 de noviembre, habrá una fiesta mariachi en la calle Buenos Aires, para todos los vecinos de Ruzafa.
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«No critico la forma de celebrar Todos los Santos en España, pero ciertamente, es más sobria», retoma Alejandro Escalera, de La Cocina de Lupe. Su primer año en España, quiso pasear por los cementerios, y el escenario le pareció «muy callado, muy triste». En México es todo lo contrario: una celebración, una fiesta, un regocijo. «A fin de cuentas, vas a recibir a tus seres queridos, que te van a poder acompañar por un momento. Todo esto tiene un arraigo muy místico y muy sensible para algunas personas», concluye, en pos de una nostalgia más alegre. Porque hoy, México vive con felicidad la dedicatoria de un altar, una música o un tiempo a los seres queridos que marcharon. La comida se sitúa en el epicentro del rito, porque los platos son un lenguaje universal, capaz de sanar cualquier alma y cruzar el umbral entre mundos.
Los antiguos mexicas, mixtecas, texcocanos o zapotecas -resumir todos los pueblos indígenas a los aztecas es un error- adaptaron la veneración de sus muertos al calendario cristiano, coincidiendo con el final del ciclo agrícola del maíz. Es por ello que, el 1 de noviembre, día de Todos los Santos, se dedica en México a los 'muertos chiquitos', que son los niños. En cambio, el día 2 de noviembre, es para los 'fieles difuntos', los adultos. La costumbre se ha extendido por buena parte de Centroamérica y Sudamérica (Venezuela, Guatemala Ecuador, Perú...), llegando a Asia, a través de Filipinas. La fecha sigue estando más arraigada en las ciudades del sur, donde hay tradiciones más profundas y prevalece un carácter más indígena.
Cuenta Alejandro Escalera, natural de Aguascalientes, que en su ciudad nació José Guadalupe Posada, grabador que diseñó la imagen de la muerte a principios de siglo: la que, a día de hoy, conocemos como La Catrina. Suyo es un mural por encargo que representa una tarde de domingo en la Alameda, donde entre varios personajes de la época, aparece centrada la Catrina Garbancera, vestida como cualquier otra mujer rica del momento. «Entonces fue una crítica a la alta burguesía, pero luego se transformó en un símbolo del Día de Muertos», narra. A día de hoy, Aguascalientes celebra un festival de las calaveras, con conciertos y exposiciones.
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