![La hostelería, a corazón abierto](https://s2.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/2024/11/21/1488606735-kIIF-U23085017692nbE-1200x840@Las%20Provincias.jpg)
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María es de Asturias. Lleva seis días durmiendo en tres casas diferentes de gente generosa, mientras trabaja como voluntaria en la devastadora DANA. Hoy ha comido lentejas de un restaurante en Valencia que, aunque tenía reservas, ha cerrado para cocinar para quienes tienen hambre. Además, ... le han contado que tiene estrellas Michelin. María sonríe y le dice a su madre, que está preocupada por ella, que está ayudando muchísimo, que trabaja todo el día entre barro, pero que se siente orgullosa y feliz por lo que está haciendo, al igual que su generación de «duro cristal». Y ante la inevitable pregunta materna: «¿Comes bien, nena?», responde: «Claro, mamá, como de estrella Michelin».
Juan es jefe de microcirugía en el mejor hospital del mundo en Nueva York y sonríe al contar que la hostelería le pagó la carrera en duras y alegres jornadas estivales. Cada vez que va a un restaurante, siente que devuelve parte de ese agradecimiento y es feliz por ello.
Belén es directora de hoteles de profesión y de corazón. «Hola, Belén, necesito habitaciones y espacio para un montón de voluntarios». Su respuesta: «¿A qué hora llegan? Os espero para todo».
En Valencia, Castellón, Alicante, Cuenca o Sevilla, muchos hosteleros se han unido con un propósito: comprar todos los vinos de las bodegas afectadas por la DANA y llamarlos «los vinos con alma». Ya están en ello.
Pepe es voluntario, escoba en mano en Paiporta, y se emociona al compartir con un nuevo amigo senegalés barro, charla y un bocadillo de atún que alguien les ha traído desde un bar.
Antonio nunca había usado un delantal. Circunstancias de la vida, ni buenas ni malas, solo circunstancias. Hoy ha preparado más de 12.000 bocadillos. No, no él solo; los han preparado una necesaria marea de voluntarios en una escuela de hostelería que abre todos los días, incluidos los fines de semana, para que llegue algo de sustento a quien lo necesita. Además, le han contado, y él lo ha comprobado, que los reparten con una sonrisa, con un gesto de esperanza, con un abrazo cálido y con una constancia que bien quisieran algunos de los que nos gobiernan.
Ella tenía un bar en Sedaví, que quedó totalmente destruido y en silencio tras el estruendo de la DANA. Él, un bar en Torrevieja que estaba renovando por completo. Alguien con un corazón de oro los puso en contacto, y ayer llegaron tres furgonetas con hornos, mesas, sillas, cocinas, barras y, sobre todo, esperanza. Hoy, sonrientes, ya sirven cafés en Sedaví.
Moha llegó a España en una patera, con frío, pena, dolor y entre muertos. Llegó triste, pero su primera sonrisa fue provocada por un caldito caliente que unos hosteleros de la playa a la que llegó le llevaron enseguida. Sin preguntas, sin entenderse, pero con el lenguaje universal de la solidaridad.
Quiero compartir un recuerdo: cuando tendría seis o siete años, tuvimos un accidente con el 2CV familiar (para los más jóvenes, era un coche Citroën). Dimos varias vueltas de campana, mi madre se llevó la peor parte pero afortunadamente salió adelante y todavía está cerca y bien. Recuerdo un vaso de leche caliente que alguien anónimo nos trajo desde su bar. Jamás he olvidado ese gesto, nunca. Olvidé el bar, era muy pequeño, pero siempre he tenido presente la solidaridad de quienes nos sirven. Siempre he admirado a mis compañeros de profesión, que han seguido adelante en las buenas, en las malas y en las peores. La memoria es frágil, pero todos recordamos cómo la hostelería, cerrada y sin ingresos durante la pandemia, se organizó para dar de comer a quienes más lo necesitaban. Todos y todas sabemos, o eso espero, que siempre habrá un vaso de leche caliente cuando más lo necesites.
La pregunta no es qué ha hecho la hostelería por ti, sino qué puedes hacer tú por la hostelería. La respuesta es sencilla: no la olvides. Llena mesas, barras o terrazas. Da igual si gastas más o menos, pero para mantener una hostelería siempre solidaria y socialmente necesaria, debemos cuidarla. Llénala de abrazos, de reencuentros, de vinos, almuerzos, cervezas y, sobre todo, de amistad.
Termino con algo personal: en muchas de mis clases intento transmitir calma y sosiego al referirme al trabajo de camarero, sugiriendo que «solo» alegramos a los demás, que es sencillo, que no operamos a corazón abierto. Pero me he equivocado: sí operamos a corazón abierto. Piénsalo.
Ven a la hostelería, ella siempre va hacia ti.
Reflexionemos.
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