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Sí, hoy me dirijo a ti, compañera y compañero profesional de sala. A ti también, amigo lector. Y sí, a ti, a ti y también a ti. Hoy, casi más que nunca, mi humilde reflexión se va a convertir en un llamamiento a la acción. ... Va a ser un alegato en pro de la autenticidad. Ya no me valen las quejas, los lamentos, las ocasiones perdidas o simplemente aquellas que hemos dejado pasar. Tampoco las culpas ajenas ni la falta de autocrítica. Ayer no existe; el mañana no sabemos cómo vendrá. Os confieso que no me gusta eso de la 'vieja hostelería' o la 'nueva hostelería', con gurús o leyendas resabiadas opinando de lo que no viven a diario. La hostelería, para mí, solo tiene presente.
Entendedme bien: eso no quiere decir que no aprendamos o corrijamos el pasado, ni que no planifiquemos el futuro. Nuestro presente es el que hacemos día a día. Y os digo más, tenemos un presente maravilloso, especialmente en lo que al mundo de la sala y del servicio se refiere. Aprovechémoslo. Al hablar de presente, me tengo que referir brevemente al pasado, ya que la hostelería y el mundo del servicio han experimentado una transformación significativa, no solo en términos gastronómicos, sino también en la percepción social de los roles que la componen. Hay un nuevo ecosistema en el que, poniendo en práctica nuestra mayor virtud, que no es otra que nuestra capacidad de adaptación, desarrollamos nuevos vínculos con un comensal mucho más formado e informado. Compartimos bienestar laboral y tiempo de calidad con los equipos, y tenemos a nuestra disposición muchas herramientas para contar lo que hacemos, cómo lo hacemos, lo que vamos innovando e incluso lo que menos nos gusta. El abanico de la divulgación está más abierto que nunca: es el momento.
En este contexto, es fundamental que asumamos la responsabilidad de promover y poner en valor nuestra profesión, no solo para dignificar nuestro trabajo, sino también para inspirar a futuras generaciones. Este es el quid de la cuestión: si no somos capaces de inspirar, nos quedaremos sin profesionales de calidad para un sector que crece día a día. Servir es un acto de amor, no me canso de decirlo. Servir también ha sido desarrollado por muchos de nosotros y nosotras desde el aprendizaje de la discreción, el anonimato o la prudencia. Un buen servicio es la mezcla de conocimientos técnicos y habilidades emocionales, como la empatía, la escucha activa y la resolución de problemas en tiempo real.
Sin embargo, estos aspectos muchas veces pasan desapercibidos para el público general, lo que nos coloca frente a la responsabilidad de comunicar mejor qué hacemos y por qué nuestro trabajo es tan valioso. Pero antes de todo esto, debemos creer en lo que hacemos, convencernos de nuestra labor necesaria y enorgullecernos de nuestro honorable oficio: servir a los demás. Sin orgullo no hay murmullo. Estemos orgullosos. Soy camarero y estoy orgulloso de serlo. Palabra.
Estáis, estamos, ante un reto apasionante. Un reto doble: inspirar vocaciones y conseguir el reconocimiento. No digo que sea fácil, pero en servicios más complicados nos hemos visto todos y todas. Hemos dado servicios imposibles en lugares imposibles, hemos atendido al cliente más difícil del mundo y lo hemos convertido en fiel amigo y admirador. Hemos trabajado horas interminables con la sonrisa como actitud o hemos hecho delicioso un plato mediocre. Además, sabemos de vinos, de productos, de cócteles, de maduraciones, de pH de las aguas, de vinagres, o incluso de quién marcó el último gol de la Liga. Si con todo ello no estamos orgullosos y orgullosas, mal vamos.
Este reto, además, es de responsabilidad. Quienes tenemos la oportunidad de ser altavoz, debemos serlo. Quienes podemos o podéis ser voz, debéis serlo. Quienes ven cómo su compañero de cocina es invitado a foros y reuniones gastronómicas, debemos acompañarlos; somos su equipo y merecemos estar a su lado. Nos lo deben.
La responsabilidad que debemos asumir no es fácil, nadie ha dicho que lo fuera. Esta dificultad no nos es ajena: a lo largo del día nos enfrentamos a responsabilidades mucho más difíciles y las solventamos con eficacia y buen hacer. Apliquemos ese buen hacer a un nuevo lenguaje y a una nueva narrativa en torno a nuestra profesión. Convirtamos las inquietudes en realidades. Esa es la comanda de nuestro servicio.
Marche y pase.
Reflexionemos.
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