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Viernes, 29 de octubre 2021, 00:17
Domingo en Valencia. El sol ilumina el mediodía de otoño cuando una breve multitud se apiña en el corazón de la ciudad para abandonarse a los placeres de esta mañana festiva: por ejemplo, un desayuno en un velador del Café de las Horas, ... que milita en el linaje de esos pequeños regalos que todos nos hacemos para celebrar la dicha de vivir. Los clientes somos unos privilegiados. Hemos encontrado mesa misteriosamente, gracias a las leyes del azar. Abrimos los periódicos y nos disponemos a disfrutar de ese obsequio: ver pasar el día arrebujados en uno de los bares con más solera de Valencia.
Alojado en la calle Conde de Almodóvar, a unos metros de casi todo (la plaza de la Virgen, el Palau de la Generalitat, la catedral) el Café de las Horas abrió en 1994 con la intención de ocupar un vacío que detectaron sus promotores en Valencia: esa clase de establecimiento de índole literaria, proclive a la tertulia, un poco al estilo parisino, que se nutriera además de un catálogo de infusiones y (por supuesto) cafés, en sus distintas encarnaciones. Lo cuenta desde el otro lado de la barra MarcInsanally: «Cuando abrimos fuimos pioneros en tantas cosas... Una selección de tés exquisitos servidos en su tetera, cócteles en una ciudad de cubatas, coctelería innovadora de té y café, tarta de chocolate a las 2 de la madrugada, música clásica y tertulia en pleno centro pero aún así alejados del bullicio urbano»… Un nicho de negocio que mantiene su vigencia 27 años después: Arturo Cervellera cuenta en su imprescindible libro '101 cafés históricos de Valencia' que el éxito del Café de las Horas radica precisamente en esa acusada personalidad, que no deja indiferente. Una identidad propia que tiene mucho que ver con su peculiar decoración.
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Lo reconoce Marc, para quien el Café de Las Horas «sigue destacando como un must», precisamente «por su siempre impactante decoración», que define en estos términos: «Extravagante, sorprendente y elegante y tan embriagadora como sus originales brebajes». Un espíritu neobarroco que contribuye a dotar al local de su atmósfera tan especial, aunque su carácter se alimenta también de otros elementos, más tangibles: por ejemplo, su incesante actividad cultural y noches temáticas («Aparentemente frívolas pero a menudo con un mensaje intelectual más profundo», señala Marc) y desde luego su oferta estrictamente hostelera.
A saber: desde sus propuestas de desayunos hasta su apuesta por el vermú y la tapita, pasando por otros clásicos. El té con tarta, «la alegría del Agua de Valencia» que dice Marc, el gin tonic de media tarde. «Al caer la noche en el ambiente se palpa la complicidad de la iluminación íntima y los cócteles», añade. Unas palabras que puede hacer suyas todo parroquiano que se deje caer por aquí en cualquiera de esas franjas horarias y observe que el Café de las Horas es un local apto para todos los públicos. Marc los tiene bien etiquetados: «El fan es el que sepa percibir las múltiples caras del café con sus diversas capas de posibles experiencias y que sepa aprovechar para jugar sus múltiples posibles papeles. Aquí el goth, la lolita, la soprano, el poeta, el tímido y el festero encuentran su hogar y conviven. Y, por supuesto, el voyeur que disfruta observando el espectáculo».
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Conclusión: superada la fase crítica de la pandemia, el Café de las Horas ha recuperado su pulso. Vuelve a ser lo que era, según lo define Marc: un caleidoscopio. Donde no falta cada domingo por la mañana la imagen que retrata estos días a la Valencia postvirus: esa multitud que, troley en mano, deambula por la ciudad hasta que el Café de las Horas sale a su encuentro y su clientela vuelve a celebrar la dicha de vivir aposentada en su interior o parapetada en sus veladores. Detener el tiempo mientras te sientas en sus elegantes sillas thonet.
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