Lo clásico, según la cita canónica que dejó Coco Chanel para la posteridad, es aquello que nunca pasa de moda. Un principio que puede aplicarse en distintos ámbitos y, por supuesto, también opera en el gremio de la hostelería. Para que semejante fenómeno ocurra, ... el local que adopte esa nomenclatura (un bar clásico) debe disponer de una serie de atributos que cumple por ejemplo muy bien nuestro protagonista de hoy: el café Sant Jaume. A saber. Suelen coincidir características como su acusada longevidad (y es su caso: nació en 1984, como anota en su '101 cafés históricos de Valencia' el erudito Arturo Cervellera') o su céntrico emplazamiento, requisito que también se cumplimenta aquí. La plaza de Sant Jaume, que oficia como corazón del Carmen, recibe al paseante que llega desde la Lonja y tropieza aquí con lo que ignoraba que estuviera buscando.
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Porque ese es otro de los rasgos identitarios de un bar clásico: entronizarse en el imaginario local como una referencia que compite con otros iconos, forjando entre todos ellos un itinerario sentimental que va más allá de su pura contribución a la oferta hostelera de Valencia. El Café Sant Jaume ejerce en realidad como faro de su feligresía, tanto la indígena como la formada por el visitante que cae atrapado en sus deliciosas redes: por ejemplo, el encantador interior, reconvertido para la causa desde su primitiva condición como farmacia. Y su exitosa terraza, que sirve tanto para el cafelito matinal como para el aperitivo o los tragos de media tarde, ese espacio frontera con la franja nocturna consagrada aquí al copeo festivo sobre todo en fin de semana. Anótese por cierto que su servicio de camareros, diligente y profesional, acredita consumada pericia en el arte de tirar la caña de cerveza.
El elemento central de su carta obedece a lo que su nombre indica. El café. El Sant Jaume dispone de un nutrido catálogo de cafés en sus distintas versiones, que la parroquia consume con una arrebatada devoción a la anterior encarnación del local como farmacia: se expiden las tazas como receta contra el frío y se prescriben también porque animan la charla y contribuyen a la confidencia tan cara a todo establecimiento de este linaje. Su oferta incluye además un bebedizo propio del lugar, la célebre Agua de Valencia, que se pregona en el cartelito de la entrada para pasmo del turista, quien confirmará que en efecto este bar tiene propiedades terapéuticas.
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Lo sabe bien la familia Mas, cuyo proteico árbol genealógico defiende esta barra desde que aquella farmacia fundacional, llamada también Sant Jaume, se mudó a otro local junto al Mercado y dejó expedito el local para que la actual saga de propietarios viera entonces la oportunidad de ampliar el negocio que regentaba en la cercana calle Caballeros, como recuerda Cervellera en el libro citado. El resto es historia. Historia valenciana, vertiente letra pequeña. El almacén de vinos y aceites que gobernaba Custodio Mas adquirió una dimensión superior desde que se trasladó a la plaza Sant Jaume para fundar el nuevo café, ya bajo la dirección de su hijo Vicente, y se convirtió en ese amable refugio que agradece su clientela. Un bar de cine: aquí se ha rodado alguna peli de cierta fama incluso desde que ejercía de farmacia y aquí, desde luego, se asoma el parroquiano agradecido, deseando formar parte aunque sea como figurante de esta otra película, la que se rueda cada día a mayor gloria de los bares clásicos de Valencia.
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