A. Ortuño/Á. Serrano
Domingo, 19 de junio 2022, 15:54
Lo bueno de los viajes que empiezan desde un puerto es que siempre tienen otro al que llegar. Miguel Tirado, dueño de Casa Jomi, falleció el pasado viernes, dejando a la ciudad huérfana de un referente en el mundo de las barras de siempre y a Nazaret, sin parte de su propia alma, que tiene en la gastronomía de siempre uno de los secretos mejor guardados de la ciudad. Casa Jomi era el barco que capitaneaba Miguel, Miguelito para los amigos, que ha emprendido un nuevo viaje.
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«Nuestro entrañable Miguelito, viejo lobo de mar, curtido en mil batallas, que tantos buenos momento sy risas compartió con tantos y tantos clientes y amigos durante más de medio siglo, partió el pasado viernes en su última travesía en solitario hacia la libertad», anunciaba el bar en redes sociales este mismo domingo. Su hija, Maribel Tirado, se queda guardando el astillero. Quien quiera darle un adiós puede acudir al bar «a escribir en el libro del recuerdo»porqeue para Miguel «los clientes eran parte de la familia».
La pecualiaridad de Casa Jomi es que era un local en el que, probablemente, nunca entraría uno por voluntad propia y, a la vez, era un local del que uno nunca se quería ir. Nazaret tiene varios bares y restaurantes de un nivel elevado, y todos ellos son ríos que van a dar a la mar de Casa Jomi. Durante más de medio siglo de vida, el pequeño estalecimiento de Castell de Pop se hizo un nombre sin grandes zarandajas, con sinceridad, con buen hacer. Con sencillez, que no es fácil de conseguir en el siglo XXI.
Miguel era, como lo recuerda su hija, un viejo lobo de mar. «Si tengo que elegir, me quedo con una imagen, él navegando en su barco, saliendo a pescar, surcando las olas en esos momentos de libertad, cuando el trabajo y los problemas quedaban tan lejos, tierra adentro. Así es como quiero imaginarte, en la proa de tu barco, navegnado hacia un horizonte infinito lleno de paz, lejos del dolor, de los problemas, surcando los mares para encontrarte con todo aquello que te hacía feliz», le ha escrito Maribel. «Orgulloso del trabajo bien hecho», dice. No es mal epitafio.
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