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Los bocadillo se preparan delante del cliente. lp
Dónde almorzar en Valencia | 150 años preparando almuerzos para los agricultores

150 años preparando almuerzos para los agricultores

Casa La Curra va ya por la quinta generación en un bar que abrió sus puertas en 1870 y que hoy en día ha sabido adaptarse a los tiempos sin dejar de lado su historia

Vicente Agudo

Valencia

Viernes, 26 de noviembre 2021, 00:32

Cinco generaciones y 150 años. Este es el bagaje histórico que La Curra lleva en sus espaldas. Francisco, Jesús y José Alba Martínez son ahora el alma de un restaurante que comenzó como un pequeño bar que servía a los agricultores de la zona y se ha convertido en un negocio que ha sabido adaptarse a los nuevos tiempos sin perder un ápice esa tradición que ya impregnaron Joaquín Alba y Leonor Moncholí cuando decidieron emprender un sueño.

Corría el año 1870 cuando el bar abrió sus puertas. Lo saben porque un cliente llegó un día con una foto pequeña y algo deteriorada en la que se veía una casa donde se podía leer en un cartel que se hacían paellas. Ese fue el germen de lo que es ahora. «Es una de las viviendas más antiguas que hay en Torrent. Estamos a cinco kilómetros del pueblo y rodeados por campos», explica José Alba, uno de los tres hermanos, el que lleva toda la parte gastronómica.

Abren pronto la puerta, sobre las siete de la mañana. A esa hora, los agricultores son los únicos que se acercan hasta La Curra. Son los clientes más habituales, aunque también acude mucho trabajadores del polígono y los fines de semana, las familias. Un café y alguna copa para calentar el cuerpo son los únicos servicios que se ofrecen mientras se aviva el fuego para ir preparando los almuerzos ante el aluvión de clientes que están a punto de llegar. Nada se oculta, todo queda a la vista del comensal. El bar, que también hace las veces de estanco, preside la entrada al local. Pero si lo que se va es a almorzar entonces hay que adentrarse un poco más, hasta la cocina, el verdadero corazón. Y no es para menos, porque ante el cliente aparece un enorme paellero donde, en primer plano, descansa una parte de las viandas, pero inmediatamente después se extienden las paellas que serán cocinadas ese día.

Arriba, fachada de la entrada antigua al bar. Abajo las paellas que siempre hay en el menú del día y, a la derecha, José Alba muestra, junto a su padre, un arroz del senyoret. LP
Imagen principal - Arriba, fachada de la entrada antigua al bar. Abajo las paellas que siempre hay en el menú del día y, a la derecha, José Alba muestra, junto a su padre, un arroz del senyoret.
Imagen secundaria 1 - Arriba, fachada de la entrada antigua al bar. Abajo las paellas que siempre hay en el menú del día y, a la derecha, José Alba muestra, junto a su padre, un arroz del senyoret.
Imagen secundaria 2 - Arriba, fachada de la entrada antigua al bar. Abajo las paellas que siempre hay en el menú del día y, a la derecha, José Alba muestra, junto a su padre, un arroz del senyoret.

La carta para almorzar no es nada extensa a primera vista: embutido, pisto, patatas hechas a leña, tortillas, carne a la plancha o esgarraet. Pero esto no es un problema. «Si hay algo distinto que el cliente quiere que le cocinemos se lo hacemos en el momento, aunque tenga que esperar un poco. Preferimos eso a que haya mucho precocinado a la vista», explica Alba. Una vez se ha solicitado el bocadillo, no hay que ir a la mesa, sino allí mismo lo preparan, frente al comensal. «No hay trampa ni cartón, lo que ve es lo que hay, por eso llevamos muchos años haciéndolo así», dice José. Con el plato en la mano, ahora sí, se sigue recto y aparece un enorme comedor con multitud de mesas ya preparadas con sus aceitunas y cacao del collaret y las paredes vestidas con cuadros de cerámica con motivos valencianos. No hay más que dar un vistazo rápido para saber que el embutido con pisto es la estrella de la casa, al igual que el pan, que elaboran cada día en el horno familiar. Como no podía ser de otra forma, los amantes del cremaet también podrán poner un final glorioso en Casa La Curra.

Durante el camino a la salida se vuelve a pasar por el enorme paellero, pero ahora el espectáculo ha cambiado: dos enormes paellas burbujean muy lentamente con un soplo de fuego. Se elaboran cada día porque siempre hay en la carta, nunca fallan. Aún es pronto, faltarán un par de horas para echar el arroz, pero cuecen pausadamente, sin prisa, afianzando un sabor que sólo la leña sabe transmitir.

La Curra se ha convertido en más que un restaurante, es casi una filosofía de trabajo. Desde pequeños, los tres hermanos se han criado entre las mesas y sillas del restaurante. «Ayudábamos donde hacía falta, igual nos daba servir bocadillos que cafés. Aquí todos somos una familia, incluso las personas que tenemos contratadas, ya que muchas de ellas entraron de adolescentes y todavía siguen con nosotros. Ese es el verdadero tesoro que tenemos, porque ellos dan la cara por esta casa y transmiten ese valor a los clientes», explica orgulloso Alba.

Pese a que su vida ha estado íntimamente ligada al restaurante, la vida de Alba fue por otro lugar. Todo lo que aprendió de cocina se lo enseñó su madre, mientras que su tía y su padre fueron los encargados de mostrarle lo que sabían de pastelería tradicional y panadería. Pero no era su momento. Decidió estudiar ingeniería en Telecomunicaciones y después una maestría en Ingeniería Biomédica. No tuvo bastante, así que se embarcó durante 5 años en investigar en el grupo Biomedical Synergy de la Universitat Politècnica. El año 2011 fue clave en su carrera, ya que ahí se dio cuenta de la unión que existe entre la cocina y la investigación, por lo que decidió estudiar más y se plantó en la cocina Akelarre del triestrellano Pedro Subijana.

Ese stage fue como una especie de epifanía en su vida. «Tras una larga reflexión, decidí abandonar el doctorado y hacer lo que me marcaba el corazón, que era cocinar», explica. Le llegó, junto a sus hermanos, el relevo generacional en La Curra y se marcó como objetivo mejorarlo. No fue fácil, sobre todo el árduo trabajo de convencer a su padre. «Es de la vieja escuela y nos cuesta sudor y sangre que acepte los cambios, aunque después siempre está de nuestro lado porque ve que los resultados llegan», apunta Alba.

La Curra mantiene intacta su esencia. El bar, el horno y el estanco de antaño siguen funcionando. Pero no era suficiente para José. Su paso por el obrador de Paco Torreblanca y el viaje a Francia para formarse con Frederic Cassel le llevaron a dar una vuelta al horno y transformarlo en pastelería con el proyecto en mente de abrir en un futuro una tienda en Valencia. Porque así es la cabeza de José Alba, una tormenta de ideas que surgen y se transforman en ese laboratorio de innovación que tiene y que ya es su niña bonita. «Esto no es más que el resultado de luchar por lo que crees y hacer muchos sacrificios. Yo me di cuenta que lo mío no era diseñar antenas, sino cocinar, y me esforcé en lograr ese sueño», indica mientras se prepara con la intención de participar en el concurso de mejor pastelero de España.

La quinta generación del restaurante está a pleno rendimiento, pero ya hay una sexta que viene con las mismas ganas. El futuro está asegurado y la innovación seguirá sus pasos en esta casa, aunque siempre mirando de reojo a Leonor Moncholí, la que de pequeña metió la mano en aceite y se lastimó un dedo. La misma a la que todos llamaban cariñosamente 'la curreta'. La misma que soñó junto a Joaquín

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