El restaurante que se ha convertido en el paraíso de los celíacos

El personal de El Miracle tiene jornada de formación. Una nutricionista de la Asociación de Celíacos de la Comunidad Valenciana les explica cada cierto tiempo las medidas a tomar y las precauciones para evitar un problema sanitario con algún cliente intolerante al gluten. «Cada cierto tiempo les damos formación», explica María Ángeles.

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Ni Hiba ni Nazib tienen problemas con la alimentación, pero sí es cierto que la formación como farmacéutica de Hiba le hizo ver las bondades de cuidar la alimentación para evitar problemas de salud. Y se pusieron a la obra. Querían conseguir no solo que los celíacos pudieran comer tranquilos, también que lo hicieran bien. En estos años han ido cambiando la carta, añadiendo platos que han ido creando los cocineros con los que trabaja. E, inevitablemente, aparecieron sus raíces. En los entrantes se puede comer falafel, humus, baba ganoush o ensalada de cous-cous, pero también platos muy españoles, como croquetas, revuelto, bravas o tomate en capas, que se acompaña con paté de olivas, queso Brie, rúcula y aceite de albahaca que se ha convertido en la estrella de la casa. Han mantenido las galettes, unos crepes salados a los que se les añade queso emmental y diferentes rellenos, además de hamburguesas y algún que otro plato argentino. Todo, con la garantía de que no hay rastros de gluten.

No ha sido fácil. Cualquiera que sea celíaco sabe que el pan sin gluten no tiene el mejor sabor del mundo. «Hemos hecho muchas pruebas para conseguir que el pan sepa a pan», explica Nazib. Además, no compran la carne picada, sino que lo hacen ellos mismos para garantizar que no hay trazas.

Su trabajo ha tenido ya muchas recompensas. La primera, el hecho de poder vivir de ello. Dice un dicho árabe que cada uno aprende de su bolsillo, traducido como aquello de la necesidad virtud. El segundo, que en junio fueron elegidos por una aplicación de celíacos como el mejor restaurante sin gluten de España. Y, el tercero, las opiniones como la de aquel niño de ocho años que se le acercó a Nazib diciéndole que le quería poner cinco estrellas porque allí podía comer de todo sin preguntar qué llevaba y cinco más por lo bueno que estaba todo.