Ocurre con este plato de la cocina regional lo que tantas veces observamos en el recetario popular: que todo se puede aprovechar. Incluidos los restos. Las sobras del rosbif, las migajas que se rescatan del condumio, adoptan entonces la forma de sandwich, desembarcan a continuación en la mesa y llegan incluso a las barras de bares y restaurantes. No sólo del Reino Unido: también habita entre nosotros en ese formato, en principio extraño, que sin embargo triunfa porque acredita el rasgo singular que cada cliente reclama en sus expediciones. Que le guste. Que sea sabroso, suculento. Que merezca la pena aventurarse en la carta de nuestro local de confianza y sacie nuestro apetito y nuestra curiosidad.
Un milagro que también sucede en Valencia. El veterano, popular y dinámico Café Alameda, en el paseo homónimo, dispone de este hallazgo culinario para satisfacción de sus incondicionales. «Es una carne de contra de ternera asada, loncheada muy fina», explica desde el bar su ideólogo, Tico Corrons. «Ponemos tres pisos de pan para diferenciarnos, que luego untamos generosamente con nuestra salsa de alcaparras, acompañado de baby leaf». ¿Resultado? Una delicia. El secreto peor guardado del Alameda.
«Se me ocurrió hace cuatro años», explica Corrons, apelando también a ese atributo propio de esta delicia, lo antedicho: que se prepara con la carne restante de otro banquete. «No sabía que hacer con un rosbif que había sobrado de una Nochevieja en el Café. Y así empezó«. Hoy, su sandwich de rosbif figura entre las entradas predilectas de la clientela, que además dispone de otras alternativa carnívovas en su carta: por ejemplo, el plato llamado 'Delicia, »un bocado de carne especial, con catorce ingredientes condimentadores«. »La pongo en una cocotte nueve horas a 130 grados y la sirvo desmenuzada con un poco de cebolla en vinagre y en un pan brioche rústico«.
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