Toda historia se puede contar como un cuento. Por ejemplo, la historia del quiosco del Parterre, bautizado como Batalla por el ingenio local, que se precipita a su próximo derribo dejando como recuerdo un relato que refresca su último propietario, el octogenario Ignacio Océano Andrés ... Fernández. Un archivo viviente: «Decían los clientes más longevos que visitan el establecimiento que a principios del siglo XX ya existía un quiosco emplazado en la Glorieta construido de madera y de dos pisos»: así comienza esta historia, este cuento, que permitirá al ala senior de Valencia recordar su propia historia, la que forjaron cuando acudían a este local frecuentado por los vecinos del barrio (Xerea), que se convirtió también en lugar de encuentro «para disfrutar de tertulias y eventos culturales». «El Tívoli que está emplazado en la Alameda estaba antes en la Glorieta y allí se escuchaban conciertos de la banda municipal de Valencia», observa.
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Su relato prosigue con otro apunte histórico: en el Parterre también se enclavaba un pequeño quiosco de madera, el protagonista de nuestro cuento: el quiosco Batalla, que tuvo un final infeliz: «La riada de 1957 lo engulló», explica Ignacio. Como en otros rincones de la ciudad, el Ayuntamiento salió al rescate: ideó otro quiosco, esta vez de obra «y con un diseño más vanguardista que ya incorporaba un tabique conejero como cámara de aire para la mejor climatización del interior del local». «Fue todo un acontecimiento», añade. Por ese tiempo, se instaló al lado otro local gemelo, en la calle de la Paz, junto al antiguo tribunal de menores, actualmente Casa del Consumidor«.
Su vecino, el quiosco Batalla, prosiguió su andadura, abrazado por un cerramiento perimetral de forja instalado en 1913 con asiento continuo de mármol, desde donde vigilaba la antigua Casa de Aduanas (hoy, Tribunal Superior de Justicia, en proceso de remodelación) y acariciado por las raíces y ramas del centenario ficus, que sufrió sus propias peripecias y perdió una monumental rama hace poco más de un año. «En la misma puerta del quiosco», apunta su último dueño, «durante la década de los 60 y mediados de los 70 hubo una parada de taxis de manera permanente, aunque con sentido contrario de circulación al actual, que fue trasladado frente al centro comercial de el Corte Ingles de Pintor Sorolla». Ignacio no olvida aquel añejo ritual: «Se recibían llamada continuas de clientes solicitando un taxi, el camarero alzaba la voz y gritaba: 'Un taxi para el Centro de Prematuros', por ejemplo». Un precursor del actual Radio Taxi, que convivía otro protocolo: los taxistas se repartían por las cuatro mesas del local jugando al dominó mientras esperaban a que sonara aquel teléfono.
El quiosco contó además con servicio de limpiabotas, «a cargo del señor Pepe», que garantizaba una escena inolvidable: los clientes que se dejaban lustrar el calzado, mientras se tomaban el cafetito y hojeaban LAS PROVINCIAS, porque el Batalla era uno de los puntos de Valencia donde se podía leer el periódico a primera hora, aprovechando que por entonces se imprimía en la cercana Alameda y lo suministraba Ventura, el responsable del quiosco de prensa aledaño. Un pequeño mundo donde se mezclaba la vertiente social con la cultural y el conjunto de vetas que formaban la vida ciudadana, como lugar de encuentro, punto de partida o de llegada de tantas manifestaciones como menudearon en los años 80 y hasta como núcleo irradiador de actividades políticas, como las que por entonces protagonizó un cliente habitual, Vicente González Lizondo, fundador de Unión Valenciana. No fue el único político que frecuentó su local: Ignacio cita a Rita Barberá, Rafa Blasco... Al exministro Antonio Asunción, otros socialistas como Cipriá Ciscar... Y también quienes acudían de vez en cuando durante una visita a Valencia, como el expresidente del Congreso Félix Pons o incluso Leopoldo Calvo Sotelo, que se tomó allí un cafelito en compañía de Fernando Abril Martorell cuando era presidente del Gobierno. «Mucha gente lo vio por el quiosco o se enteró y vino a curiosear», dice.
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¿Más anécdotas? Por supuesto. Ignacio también rememora cómo alrededor de su quiosco se rodó a finales de los 80 aquella película 'Un negro con un saxo' y tuvo de parroquianos a su director, Francesc Bellmunt, y algunos actores del reparto como Guillermo Montesinos o Ana Duato «que venían a tomarse su café calentito». La lista de famosos a quienes alguna vez sirvió es interminable: Maribel Verdú, «que nos compró su paquetito de tabaco», Xavier Gurruchaga, «que venía sobre todo los fines de semana y de madrugada», Miguel Bosé junto a Bibi Andersen, «que también probaron nuestros cafés». O Xavier Mariscal y Chimo Bayo, «vecinos en la plaza y además clientes». «Nos llamaban el Center Palace, porque el quiosco estaba muy céntrico», recuerda, antes de mencionar también a otro buen número de famosos parroquianos habituales, de diversa procedencia: humoristas como Arévalo, científicos como Santiago Grisolía, el cantante Bruno Lomas...
¿Y la gastronomía? ¿Cómo cimentó el Batalla su fama entre la clientela que se sentía atraída por su oferta, sucinta pero muy cuidada? Ignacio tira de nuevo de su privilegiada memoria y trae a colación cómo su local empezó a ser célebre en los años 60 y 70 «por sus refrescos de soda, cazallas y palomitas». Era un local frecuentado por jóvenes universitarios, que llegaban desde La Nau cercana, y también por quienes acudían al Tribunal Superior de Justicia, origen de inacabables filas con ocasión de juicios como el del crimen de Alcàsser o la pantanada. «Los testigos se citaban en el quiosco y allí se daban la vez», dice, antes de recalcar que su emplazamiento fue clave para convertirse en icono local, tanto con cada festividad del 9 de octubre, como en aquellos años 80, cuando lo empezaron a utilizar como campamento base los miembros de las nuevas tribus urbanas. Era un tiempo que se vivía a otro ritmo, como observa Ignacio. «La gente tenía menos prisas». Un modo de vida que garantizaba largas sesiones del vermú y también una parroquia adicta a sus recordados almuerzos «acompañados del café premium y toda la gama de refrescos», cuya materia prima eran los aclamados bocadillos Batalla, tanto los consistentes en anchoas caseras como los de sobrasada mallorquina con miel.
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Ignacio tampoco olvida que allí instaló Coca Cola su primera máquina expendedora («Fue un acontecimiento») y deja que sigan brotando los recuerdos, como la puntual visita que cada domingo giraba a por sus bocadillos el equipo de vela que tripulaba el Genio, con su armador y capitán Javier de Tomás al frente. Años durante los cuales la sociedad valenciana se acostumbró a pasar por este y otros quioscos semejantes , para tomar su refresco acompañado de su tapa, sus cacahuetes o las olivas con anchoas. Años que no volverán. Hoy el Ayuntamiento se dispone a eliminar la construcción dentro de sus planes para remodelar el Parterre y entre la familia que lo regentó antes de abandonarlo en el año 2013 prende la tristeza. «Son lugares con identidad, de recuerdos emocionales de tantos ciudadanos que compartieron diferentes momento», opina. «El quiosco Batalla forma parte del recuerdo histórico, como testigo de tantos y tantos acontecimientos, buenos y malos, y creemos que por respeto hacia este tipo de lugares debería permanecer, aunque fuera con otro uso», concluye. «Ni la riada de Valencia pudo con el quiosco, que se merece continuar en su sitio».
Ignacio Océano Andrés Fernández, conocido como Océano, empezó de camarero a sus 16 años, un poco por casualidad. Su padre trabajaba para la clínica del doctor Montoro, cercana al quiosco, «y en una de esas visitas para refrescarse el propietario le comentó que tenía necesidad de un camarero». Corría el año 1958 y se iniciaba, con aquel primer contrato, una longeva trayectoria en la hostelería valenciana: en un primer momento, compartiendo su oficio con otro camarero, Vicente, hasta que con el tiempo Ignacio se quedó con la concesión municipal del local, ya como gerente, hasta que jubiló en 2013.
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