Interminables jornadas frente a los fogones y un estrés durante el servicio propio de una final de Champions conforman el día a día de los cocineros. Por eso, cuando su tiempo libre se lo permite intentan visitar otros restaurantes en los que los sobresaltos sean ... los mínimos. Van a disfrutar, a dejarse llevar, bien en pareja o en familia.
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Cinco cocineros de la Comunitat nos desvelan sus restaurantes y bares preferidos. Aquellos a los que van porque saben que nunca les defraudan y su cocina es lo suficientemente estimulante como para merecer otra visita.
Vicky Sevilla, cocinera y propietaria del restaurante Arrels, tiene muy clara cuál es su preferencia cuando ella y su mujer deciden hacer una escapada: La Salita. «Desde que comencé con mi pareja hemos ido allí, por lo que es muy especial para mí». Pero la chef también está enamorada de la cocina de Begoña Rodrigo y, sobre todo, «de la forma en que nos hacen sentir allí». Si la familia le acompaña, Vicky no se desplaza mucho. Justo enfrente de su restaurante, en el inicio de la subida al castillo de Sagunto, se encuentra L'Aixovar, un local «en el que cocinan muy bien y tienen una enorme terraza».
Su preferencia más habitual se encuentra en Valencia, concretamente en la mesa de Nozomi, donde se rinde a todos y cada uno de sus niguiris. «Para mí es el mejor japonés de Valencia y el que más repito a lo largo del año, nunca me defrauda». Su restaurante pendiente pronto dejará de serlo, ya que por fin ha logrado cuadrar fechas y, sobre todo, una reserva en Diverxo. «Hace tiempo que quiero ir, pero por diversas cuestiones no ha sido posible, así que en plan friki me puse delante del ordenador hasta que conseguí una mesa», explica entre risas.
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Germán Carrizo no duda en señalar El Bressol, en la calle Serrano Morales de Valencia, para ir con su mujer, Carito Lourenço. «Es tranquilo, como bien y nos hacen sentir como en casa». Su preferencia para ir en familia también la tiene clara: Sucar. «La cocina de Vicente Patiño transmite los valores de Valencia y un respeto hacia la comida. Allí siempre me pido titaina, alcachofas y un arroz», apunta.
Si no quiere fallar, el copropietario y cocinero del restaurante Fierro se decanta por Ultramarinos Agustín Rico. «Está en la esquina de Gran Vía de las Germanías con la calle Cádiz. Pedir jamón, queso, bravas, morcilla de burgos...siempre es un acierto. La verdad es que voy mucho». Al que no ha acudido todavía es al restaurante Culler de Pau, en O Grove, con dos estrellas Michelin. Las difíciles conexiones se han convertido por ahora en un obstáculo para que Carrizo disfrute de la cocina de Javier Olleros y su pasión por llevar al plato su entorno. «Creo que hace la cocina que quiero disfrutar. Su sensibilidad con el producto es lo que más me apasiona de ese restaurante», indica.
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Raúl Resino y su pareja se sienten como en casa en el restaurante Martín Berasategui, en Lasarte. «Acudo allí porque me trae muy buenos recuerdos y para mí es algo especial. Además, su cocina es excepcional». Para este cocinero madrileño, que ha logrado una estrella Michelin en su local de Benicarló, la familia es lo primero, y sus hijos el motor que la hace rodar. Por ese motivo, siempre los lleva al restaurante al cual acudía de niño. «Se llama Neptuno y está en Benicarló. Hace poco estuve para celebrar mi cumpleaños. Cuando quiero disfrutar de la tradición voy allí. Mi padre ya me traía cuando era pequeño y a mí me gusta llevar a mis hijos», explica.
Resino se desplaza hasta San Carlos de la Rápita para ir a su local fetiche. Allí está Juanita's tapas, «un bar que regentan dos chicas donde el producto es espectacular. Las conocí en mi restaurante porque venían con frecuencia, y cuando fui a suyo lo flipé, sobre todo con las croquetas», explica. L'Escaleta y BonAmb son las dos espinas clavadas de este cocinero que vive y sueña con el mar. «Kiko Moya y Alberto Ferruz son grandes profesionales a los que admiro mucho y con los que he tenido la suerte de poder cocinar. Además, tienen platos que quitan el hipo, por eso espero ir pronto y disfrutar también de su espectacular sala».
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Las cenas románticas de Bernd Knöller siempre vienen precedidas de un avión, el mismo que le traslada hasta Frankfurt para sentarse en la mesa del impronunciable Edelwirtshaus Zur Golden Kron, regentado por su amigo alemán Alfred Friedric. Knöller trabajó con él en 1986, cuando aquél tenía un restaurante con dos estrellas Michelin. «Ahora cuenta con un local más sencillo en el que hace cocina austriaca y voy con mi mujer a menudo. Y siempre que acude no faltan en el plato las albóndigas de albaricoque, indica mientras se relame mentalmente al mismo tiempo que explica al detalle la receta. Bernd es así: una enciclopedia de experiencias y sabiduría envuelta en una mente epicúrea.
Los eventos familiares solo tienen un lugar: Casa Manolo, en Daimús. Es más, fue el restaurante elegido por Bernd para celebrar su boda. El alemán es muy amigo de Manuel Alonso, «pero sobre todo es que cocina de puta madre. La primera parte de la boda la hicimos en el chiringuito que tenía antes, después pasamos al comedor y acabamos la fiesta junto al mar», explica. El menú también fue especial y en él no faltaron los ya míticos callos a la madrileña.
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El cocinero alemán no es mucho de ir solo de tapeo, pero al único sitio que se atreve es a Ruzanuvol, en la calle Ruiz Santángel de Valencia. «Tiene la mejor cerveza de la ciudad. Es italiana, de barril y sin pasteurizar. Además, sus bravas y los embutidos italianos son espectaculares». Para tachar su restaurante pendiente también tendrá que coger el avión. En este caso hasta Viena. Allí está el Mraz&Sohn, «un local sobre el que he leído mucho y que posee una tendencia provocadora. Tengo un amigo pianista que va a tocar cerca de allí, así que, como el viaje será para celebrar mi cumpleaños mataré dos pájaros de un tiro».
A la murciana María José Martínez, del restaurante Lienzo, le tira mucho la tierra. Por eso, sus fijos son el Torremolinos y el Keki, los dos en Murcia, porque ahondan en las raíces de la tierra. Cuando su familia viene a verla los lleva de cabeza al Trinque de Pelayo, «porque pueden conocer la pelota valenciana y tienen una cocina tradicional bien hecha y platos con toque de autor muy ricos», explica Martínez.
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María José y su marido Juanjo siempre planean sus viajes con la comida en la cabeza. « Cuando fuimos a Tailandia, en la ruta que hicimos quitamos todo los que era zona de playa, que es donde va la gente a hacerse las fotos, porque se comía mal. Los de la agencia se quedaron atónitos, pero yo les dije que iba a comer», indica mientras ríe. Por este motivo, tienen una larga lista de restaurantes para ir en pareja, aunque se quedan con Akelarre. «Allí pasé una velada inolvidable con mi marido». Su asignatura pendiente mira a Gerona, al Celler de Can Roca. «Creo que no hace falta ni que explique los motivos».
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