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Esta semana debo desplazarme a Madrid en avión. El vuelo sale a mediodía y yo acudo directa desde el trabajo. Mi plan es comer en el aeropuerto pues, tras mi llegada, debo asistir a una reunión. A consecuencia de la alimentación macrobiótica que sigo en ... la actualidad y de un problema de intolerancia hace tiempo que evito el gluten, la carne y los lácteos. La comida de aeropuerto suele tener tan mala fama como la de los aviones. Además, Manises es una plaza complicada en ese sentido debido a las reducidas dimensiones del aeropuerto, a años luz de propuestas gastronómicas como las de Londres o Estambul. Aún así tengo fe y tiempo, pues he llegado con un par de horas de antelación. Mi objetivo es encontrar algo apetecible, nutritivo y adecuado para mí. Allá vamos.
Nada más pasar el control de equipajes atravieso el 'duty free' fijándome en lo que se oferta de manera destacada: alcohol, perfumes, tabaco y vestidos de flamenca. Elementos ideales para tener un detalle para los amigos o familia pero que, juntos y a deshora, conforman el kit necesario para correrse una buena juerga tipo 'Resacón en las Vegas'. Sigo mi camino y lo primero que me encuentro es un local llamado 'Foodies' que, hasta hace poco, si no recuerdo mal, pertenecía a la cadena Q Tomas. Allí ofrecen ibéricos, quesos, vino y alguna que otra tapa de aspiración delicatesen, todo servido en unas mesas altas blancas. El best seller allí, además del bocata de jamón ibérico, son unos conos de papel que contienen taquitos de jamón, rodajas de fuet o cuadraditos de queso. Un tentempié proteico, nutritivo y sabroso. El ambiente agradable e iluminado de manera razonable del local atrae a rostros conocidos y a viajeros con posibles que buscan un reducto de paz entre tanto ajetreo.
Allí se dan cita las vísperas de puente o Semana Santa familias con pedigrí que, acompañados por sus cachorros, vuelan a destinos iniciáticos para adquirir mundo como Londres, Paris o Nueva York. A mí los pijos siempre me ponen de buen humor porque suelen verlo todo a través de la lente de la abundancia relajada, algo que me resulta reconfortante. Casi enfrente, caminando solo unos pasos, llegas a Starbuck's, un clásico que no falla si vas con adolescentes y quieres disfrutar de sus mesas de madera y del aroma adictivo del café, los frappuccino y los chai latte. Me asomo a la cola y veo la fila de vasos de cartón personalizado con los nombres de los clientes que acompañan la bebida escogida con una cookie tamaño compact disc o con un sándwich que te calientan en la plancha y que sabe igual aquí que en Ciudad del Cabo, San Francisco o Delhi.
Un poco más allá te encuentras con tres corners llamados «La Pasta», «La Pizza» o «Tapas» en los que sirven pasta, pizza y tapas respectivamente, una genialidad del marketing literal. Pero ojo, entre «La Pasta» y «La Pizza» descubro un cartel luminoso más pequeño en el que puede leerse «La Boutique». Alrededor de él se congrega un grupito de extranjeros. Me acerco y descubro dos paellas con una pinta decente. El arroz te lo sirven por raciones y se encargan de mantenerlo caliente con una lámpara de infrarrojos que le da el aspecto de un bien preciado. Al final del pasillo una cola de personas y cierto bullicio anticipa la presencia de un Burger King en toda regla, con sus mesas, sus sillas, sus barras y siete puestos para hacer el pedido en remoto. Me acerco lo justo, pues tengo una debilidad seria con las patatas fritas que sirven en esta cadena de hamburgueserías, unos palitos largos, delgados y crujientes con el punto justo de dorado y un toque de sal que me erizan las papilas gustativas.
Mantengo la distancia para evitar sucumbir, aún así descubro a un conocido médico estético, a un jugador del Valencia retirado, a dos amigas empresarias o a una pareja de recién divorciados que hace poco inició un romance. Me produce alegría de voyeur el ver a la gente llevarse la hamburguesa a la boca con las dos manos, ese leve goteo de kétchup, el chuparse los dedos son disimulo. Vuelvo a una de las neveras de «La Pasta» donde me hago con una ensalada de quinoa, mango, tomatitos cherry, cebolla y mézclum de lechugas. Bebo agua, pero no puedo evitar apartar la vista de los pedazos de pizza fundente que salen del horno. Y pienso en las patatas. Dudo, pero consigo resistirme. Hoy triunfó la razón sobre el frenesí fast food.
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