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La Farola, Equipo del Año

La Farola, conciliación frente al quemarropa

De un bar, han hecho un restaurante. José Vicente tenía miedo, pero María dijo que adelante; así son los tándems. El tiempo les ha dado la razón y la libertad

Almudena Ortuño

Domingo, 4 de junio 2023, 11:27

Al finalizar el primer servicio de La Farola como restaurante, José Vicente le dijo a María que habían tomado la mejor decisión posible. No fue fácil, y menos en un escenario como Altura (Castellón). Pero tras una vida dedicada a la hostelería clásica, de ... bar de batalla, se descubrieron cerrando la caja a las 4 de la tarde, con una facturación similar, y una emoción mucho mayor. «El cambio partió de la necesidad personal y profesional, como pareja y como equipo. No queríamos trabajar desde las 7 de la mañana hasta las 11 de la noche, ni seguir con los menús y los bocatas. Nos pareció que La Farola podía ser un restaurante de verdad, donde trabajar menos horas, pero trabajarlas mejor», dice la voz masculina. Por su puesto, tuvo mucho que ver Mauro, que ahora tiene 4 años.

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Empecemos por José Vicente Garnés. Camarero desde los 14, ayudaba a sus padres en la cafetería de la piscina municipal, de la mañana a la noche. Así fue durante 13 años, hasta que su padre se detuvo ante el cartel de traspaso de La Farola, y cambiaron de ubicación. Entonces empezaron los menús: dos primeros, dos segundos y un postre. Su vocación se tambaleó con la crisis, momento en el que apareció María Adrián, pilar de esta narración de doble protagonismo. Natural de Valladolid, bióloga de formación y en plena preparación de las oposiciones. Compartía su pasión por la cocina a través de Instagram, donde empezó a mensajearse con José. «Pero hija, ¿a dónde vas?», preguntó su madre, cuando salía por la puerta para trasladarse a vivir a Altura, siendo hija única.

«A lo mejor, si no fuésemos pareja, o ella o yo no estaríamos aquí»

Corría 2013, y María se integró de inmediato en la cocina de La Farola, ayudando a la madre de José. Sin embargo, una pregunta empezó a retumbar en la intimidad de la pareja: «¿No habría otra manera?». Cuando en 2018 se jubilaron los padres, empezó la transformación. «El último día de bar, fui por todas las mesas que estaban almorzando a agradecer el apoyo de tantos años, pero a anunciar que cambiábamos de concepto. La gente se volvió loca, y mi padre ni te cuento. Yo estaba cagado, pero María me dijo que hacia adelante», recuerda. Y se comprende por qué esta historia es de dos, en el hogar y en el trabajo. «A lo mejor, si no fuésemos pareja, o ella o yo no estaríamos aquí. Nadie te apoya de la misma manera, y nosotros nos entendemos con solo mirarnos», admite.

El acierto está a la vista del comensal. No solo han remodelado el espacio, sino la carta y la filosofía. A día de hoy, en La Farola se practica una cocina muy desenfadada, que no aspira a ser exclusivamente local. Hay mucho producto del entorno, incluso de la huerta que ambos cultivan: alubia del confit, garbanzo pedrosillano o queso de Almedijar. Se riega con vino de microbodegas de Castellón o el aceite que ellos mismos producen. Pero es innegable la apertura a otros recetarios del mundo, a cuenta del ravioli, la gyoza asiática o la pastela árabe. «Este tipo de platos los ha entendido mejor la gente de fuera. Nos ha beneficiado que haya segundas residencias y contar con público que viene a propósito desde Valencia», admiten. Bien lo merece la cocina, a un precio imbatible.

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Lo que dicen de ellos los anteriores premiados, los Gallina Negra

«Si por algo se merecen este premio, es porque aun siendo los dos de cocina, han sabido coger las riendas de la sala. Generalmente, José se quita el delantal y se pone como cara visible, pero a veces se alternan. Estén donde estén, trabajan con mucha complicidad, y en el plato se aprecia el cariño que le ponen a lo que hacen».

Cuando María no está en el restaurante, está con Mauro; ese ha sido el gran éxito de este equipo. La libertad de poder recoger a su hijo del colegio, o de llevarlo al médico. Dejar atrás el amor a quemarropa y construir una relación más conciliadora con el oficio. «Vamos a cerrar los domingos para que los trabajadores pasen más tiempo en familia», aplican a las generaciones venideras. Y se lo pueden permitir, porque llenan todos los días, sea verano o invierno. «Cuando has vivido lo que es hacer un rosco en domingo, y tenerte que comer el arroz que tu madre ha preparado, se te pone la piel de gallina. Estamos pletóricos, aunque con los pies en el suelo, por lo que hemos logrado juntos», concluye. La última palabra es el eje argumental: esta ha sido una apuesta de dos.

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