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Almudena Ortuño
Lunes, 6 de diciembre 2021, 22:39
Cuenta Ricard Camarena, bajo el cielo que solo existe en el mar, y sobre el escenario que ha reunido a las estrellas, que estuvo viviendo en Dénia durante tres semanas. «Cuando me casé y aún no teníamos casa. Por entonces, en Gandia se decía que, para comer bien, había que ir a Dénia», recuerda. De vuelta al presente, los fogones se han prodigado por toda la Comunitat, y en esa vertebración territorial subyace el éxito. Así que, si Quique Dacosta organiza un festival gastronómico en la capital de la Marina, los chefs concurren, porque poner en valor la despensa de mar es poner en valor la riqueza de todos.
El D*NA Festival ha concluido con éxito su cuarta edición, en la que ha mantenido la vocación con la que nació: acercar la gastronomía al ciudadano. Y por gastronomía, se entiende todo, desde la coca en olí, al plato de Albert Adrià que, dicho sea de paso, ofreció un showcooking a base de productos de supermercado. Hacía falta un poco de honestidad y un mucho de aterrizar la mística, porque la restauración es -sobre todo- que la gente coma bien. Por eso, por primera vez en la historia del certamen, los restaurantes han ofrecido menús especiales a partir de productos de la tierra. Y al haber coincidido la cita con el puente -sábado, domingo y lunes-, las mesas estaban a rebosar.
La ganancia es para todos, ¿tanto cuesta de entender? Aunque esté en posesión de tres Estrellas Michelin, Quique entiende cuál es su papel como embajador. «Todos remamos en la misma dirección, generando una economía circular, trascendental y transversal para nuestro territorio», afirmaba el chef al arrancar la cita. Especialmente, tras una pandemia mundial, cuando se requiere una «fuerza motriz» y la inyección de combustible. «El D*NA es un homenaje a los hosteleros. O ellos lo hacen poderoso, o nada tendrá sentido», era su cántico. Y los restauradores más sabios le hacían los coros. «Al final, pone su nombre en beneficio del resto. Es momento de unirnos, no de competir«, confesaban.
Miquel Ruiz (El Baret): «A veces se trata de comer bien y encontrar un servicio simpático. Es que no hay más».
Albert Adrià: «Cocinar en casa y cocinar en un restaurante no tiene nada que ver. Pero cocinas solo hay dos: la buena y la mala».
Rafa Soler (Audrey's 1*): «A menudo se nos olvida lo que ya tenemos en casa. Por ejemplo, la textura del mochi está en la hueva de mar».
Ricard Camarena: «Cuando renuncias a las expectativas sobre un producto, dejas de estar enfadado por lo que podría haber sido y te preocupas por lo que es».
Begoña Rodrigo (La Salita 1*): «Mis platos no son sensibles ni recuerdan a una mujer. Mis platos recuerdan a Begoña».
Luis Valls (El Poblet 2*): «Hay un restaurante para cada momento y un arroz para cada momento».
Kiko Moya (L'Escalera 2*): «Tenemos el paladar dulcificado. Una parte de nuestro oficio es recuperar el vínculo con los sabores ancestrales».
Quique Dacosta: «A mí me gusta el intercambio cultural. Ver los productos españoles en Nueva York y traer algunos de fuera a la Comunitat«.
Vamos a los escenarios, que en esta edición invernal no han estado junto a la playa, sino en el centro histórico, facilitando la sinergia con la vida dianense. Es lo que tiene que un festival se haga mayor. Más de 35 actividades en el programa: ponencias y showcookings en la Plaça del Consell; presentaciones y productores en Marqués de Campo; y ambos con bastante afluencia de público. Figuras autóctonas de primer nivel, como Alberto Ferruz, Bruno Ruiz o Begoña Rodrigo; y también invitados internacionales, como el noruego Vilde Lunde Traeet, o las suecas Maha Lindhom y Marina Lofgrem, de Suecia. Como dice Dacosta: «Si nos cerramos al mundo, el mundo se cerrará a nosotros».
Miquel Ruiz, conocido por ser el cocinero que renunció a la Estrella Michelin y alcanzó la felicidad en El Baret de Dénia, lanzaba sobre el escenario otra idea conductora de la cita: «Los platos sencillos son los mas interesantes». El cocinero aseguraba que es más fácil «encontrar algo original en un pueblo que yendo a un tres Estrellas», y de hecho, insistía en que su creación más copiada ha sido el figatell de sepia, «por no hablar de la picaeta del Mercat». En esta bajada de los altares, le secundan figuras como Albert Adrià, quien está al frente de negocios en París y Nueva York, pero rechaza la figura del 'chef filósofo'. «En las charlas me gusta hablar en broma. La cocina se tiene que banalizar, porque ahora nos pasamos el día hablando en serio», zanjó. Y sonaron las campanas en aprobación.
Os voy a contar algo sobre los congresos de gastronomía: se sabe cómo empiezan, jamás cómo acaban. Esta condición singular, desconozco si compartida por el resto de citas sectoriales, complica un relato convergente. Porque buena parte transcurre entre giros de guión, que no siempre suceden sobre el escenario, sino alrededor de las mesas, entre cenas clandestinas y confidencias de hotel. El viernes por la noche, en la cena de periodistas que tuvo lugar en Taberna Benjamín -la comida de la mañana fue en Pont Sec-, insistíamos precisamente en esta idea: menos metafísica en torno a la cocina.
Nos gusta escuchar el discurso del chef, claro, pero tanto (o más) importante resulta el del productor. De degustaciones, presentaciones y talleres también va el D*NA. De la moixa, los helados, la oleocultura; de los vinos de Alicante y la Marina, de la repostería tradicional; ¿por qué no darles el mismo altar? También afloraban temas que preocupan al sector, como la falta de personal de cocina y sala, porque el dispendio sobre el mantel no siempre se corresponde con buenas condiciones de trabajo. Qué importante saber afianzar equipos y lograr que todos los profesionales se sientan igual de respetados.
Fuimos mayoría de mujeres -ya estamos ahí- durante la comida de Peix i Brases, en la que gozamos de la gamba roja como eje conductor del menú. Menudo templo, menuda Estrella por colgar. El día anterior tocaban taberna y barra, erizos y pulpitos, alcachofas y rebollones, salazones y polp sec; porque de esto, sobre todo, va la noche en Dénia. Entre copas y platos, se entiende que no hace falta nada más para hermanar y brindar -bueno, sí, champán-. Algo está claro: solamente podremos conquistar el resto de territorios si nuestro sector local -cocina, sala, productores, e incluso, periodistas- permanece unido.
Es curioso contrastar el discurso de Rafa Soler, que reivindica «la evolución de la cocina valenciana sin perder de vista el territorio», con el de Ricard Camarena, quien ya no tiene interés en reinventar el fogón. Habla de renuncia, de puesta al servicio del producto y del aprovechamiento radical de la huerta. Me gustó que Begoña Rodrigo revelara sin miedo -¿cuándo lo ha tenido?- que infusiona la calabaza con Fanta de naranja y que Luis Valls hablara de los caldos tostados, subrayando «el punto entre el bien y el mal» que también gusta en la cocina. Hubo producto de mar con Juan Manuel López (Peix i Brases), cuya casa es palacio de los mares dianeses, y luego de tierra, cuando Kiko Moya se giró hacia la caza a través del pichón. Ningún complejo, mucha despensa y respeto por el ayer.
«Pero que la tradición no nos ciegue», insistía mucho Quique Dacosta, quien cerró el D*NA con un showcooking de platos de liebre, regado de buenas frases. «Un cocinero japonés, con un tomate japonés, puede preparar un gazpacho. Y yo, con ingredientes de Dénia, puedo hacer un ceviche», fue su discurso en torno a la cocina de territorio. En su opinión, «el valor de la receta es más importante que el origen de los productos», y eso también es vertebrar, porque todos estamos para sumar en este bien compartido que es la gastronomía. «El Mediterráneo es la huella de quienes hemos sido en la historia (…) Pero la ventana tiene que estar abierta al mundo y aprender del que viene», concluía.
Dejar que nos muestren para así mostrar. Reunirnos, en Dénia y en todas partes.
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