Atención, pregunta. ¿Qué cocina ofrecería un local situado en el ombligo de un efervescente centro tecnológico? ¿Cuál sería su carta? ¿Debería atender al espíritu de ... innovación propio de esta clase de espacios? ¿O el chef a cargo de sus fogones tendría que reinterpretar según su propio estilo el mandato de situar a Valencia como actor clave en la escena internacional del emprendimiento? Juan Torres, que así se llama el cocinero al frente de este nuevo proyecto que desarrolla el grupo El Alto en The Terminal Hub, se haría con seguridad estas preguntas o tal vez otras parecidas y acabó encontrando la respuesta de la manera más sencilla, en ocasiones la menos fácil: abriendo los ojos. Abriendo mucho los ojos para observar lo que tenía delante de ellos: el mar. El Mediterráneo: una señal que supo descifrar con acierto. Torres es fruto del Grao, puro kilómetro cero para La Marina, por lo tanto. Luego su carta responderá en la misma longitud de onda: la cocina de la abuela, según sus propias palabra, al servicio de la tecnología punta.
Ese contraste entre un edificio muy rompedor en su tiempo, que encaja en consecuencia estupendamente en el discurso propio de The Terminal Hub, también muy vanguardista y hasta disruptivo en algún punto, dota de un encanto especial y muy acusado al restaurante que defiende Torres. Su atractiva propuesta se beneficia también de eso que llaman los cursis marco incomparable, dos palabras (y un manoseado concepto) que en su caso tiene la virtud de ser verdad: una genuina apuesta por exprimir los beneficios que se deducen de ese emplazamiento privilegiado. Unas vistas magníficas que se benefician, en efecto, de la cercanía de ese barrio del Grao que le vio nacer, al que su cocina acaba de regresar... si es que alguna vez se había marchado.
El resultado de su propuesta se resume en una idea que Torres mencionó unas cuantas veces durante la presentación de su local, acompañado por Fernando Aliño, responsable del grupo gastronómico donde el chef ejerce como director gastronómico: la idea de nostalgia. Esa cocina basada en los recuerdos que en su caso tiene todo el sentido, porque se apoya en la cercanía física de sus raíces y se transforma en una suerte de kilómetro cero a la vez culinario y melancólico. Y también innovador, como corresponde a la misión tan particular de The Terminal Hub. Su arroz a llauna, por ejemplo. Un delicioso bocado donde se materializa una amplia y fecunda red de conocimientos: trabajo en equipo se llama la figura para sumar las aportaciones de Amik, asesor de Torres, quien aporta el punto exacto de riqueza nutricional que destaca en otros platos.
O la contribución específica en esas entradas de su carta de Pablo Pascual Sala, chef de Sedaví, quien ayuda con su experiencia en arroces, pescados frescos y recetas a que se haga realidad el propósito de Torres: fundir tradición y creatividad. Pura cultura mediterránea, en definitiva. Una búsqueda común a través de sabores y técnicas para alcanzar eso tan difícil: emocionar al comensal. El mismo objetivo al que rinde tributo desde la coctelería el hechicero brasileño Fillipe Suárez, un 'bartender' que hace magia mezclando por ejemplo en alguno de sus tragos el sabor de la maracuyá con un golpe de vodka. O con sus zumos y batidos energéticos que componen la oferta primordial para otro momento ideal en Front: el desayuno y el brunch. Ese momento en que se funde su cocina con el vecino mar Mediterráneo. Cuando la cocina de la abuela de Torres viaja desde el cercano Grao para homenajear al elemento primordial de The Terminal Hub: la innovación arraigada en nuestras raíces.
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