Ambos han rondado los fogones de Ricard. Hace casi una década, ya imaginaron su propio restaurante, que han ido haciendo realidad muy poco a poco. Primero Nuñez, de cocina en cocina, hasta dar con la suya y empujar por cuenta y riesgo. Abrió hace cuatro años y atrajo todas las miradas hacia la carta, porque plantó una coca de lengua de vaca, entre otros atrevimientos a los que la ciudad no estaba habituada. Trabaja con producto de aquí, lo transforma con recetas de allá y se deja por el camino los prejuicios, aunque no la temporada. En Gallina Negra podrán haber ido a lo fácil, pero prefieren apuntar a lo divertido: berenjena con chipotle, mollejas con chocolate blanco y chily crab juguetón.
Hace dos años, Alba empezó a aletear por la sala, aunque de un modo u otro, siempre había estado. Ella es la sonrisa que parte al comensal, porque cuando entras a un sitio y te pasa la corriente por dentro, te quedas un poco para siempre. Así que sobrevuela las mesas y explica las dos propuestas de menú degustación -una para cobardes y gallinas, otra para aquellos y aquellas con huevos de oro-, acertando en sus recomendaciones y sus argumentos. Si terminas con la tarta de queso, te vas con la cresta bien puesta.