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El hervido, amigos y enemigos

El hervido, amigos y enemigos

Un típico y sencillo plato valenciano que inicialmente no genera debates tan encendidos como la paella pero que, en realidad, es una liturgia particular de cada casa y que puede provocar furibundas reacciones según la receta

S. P.

Miércoles, 18 de octubre 2023, 00:27

Estamos en tiempos de grandes prodigios gastronómicos. Esferificaciones, cocina sinestésica... ¿quién no tiene ya un soplete en casa para dar color a los postres o un artefacto para cocinar a baja temperatura? Tiempos de menús de 1.000 euros, para sibaritas y bolsillos holgados. Sin embargo, hay cosas que no cambian. Igual que se sabe que dentro de cada señor español hay un seleccionador nacional de fútbol, es conocido que en todo valenciano hay un catedrático en la paella. Poco se habla, sin embargo, de un plato que acompaña al vecindario de la Comunitat desde hace décadas, sino siglos. Ahí está, viendo pasar el tiempo, humilde, discreto, querido y sencillo: el hervido. O bullit. ¿Sencillo? No tanto. Pregunten a su alrededor. En cada casa, de una manera. ¿Querido? No tanto. En algún caso genera tal antipatía que hay parejas que ven peligrar su relación por incorporar o vetar la costumbre de cenar un 'hervidito'. De hecho, tal y como confesaba una destacada miembro del Consell del tripartito: «La pareja que come junta hervido es indestructible».

Si la patata es como el jamón york (un sabor universal, casi neutro, y que genera el consenso de las cosas que no levantan grandes pasiones), la judía verde es otro cantar. El deber materno y paterno de que los niños coman de todo, también verdura (por supuesto), ha generado mucho trauma que se arrastra en la edad adulta, de tal modo que el hervido es visto con aprensión por una parte de la población. Los prejuicios, y hasta la aporofobia, han puesto a muchos valencianos en contra del hervido, calificado a veces como plato «de pobres», o «de régimen», o circunscrito a los días de enfermedad.

Héctor, de Chiva, asegura: «Sólo me como la patata». Exclusividad en la que le acompaña Antonio, vecino de Massamagrell, tampoco muy amigo del hervido completo, sólo de la patata, que chafa y a la que le pone mantequilla, para espanto de Esteban. Pedro, de Tavernes Blanques, riza el rizo y confiesa añadirle mayonesa cuando las patatas se quedan solas. Pedro sí se come la zanahoria y la cebolla, aunque admite una relación distante con la judía verde, que en su caso es redonda, pero eso no siempre es así. A su lado, Moisés, de la Eliana, dice que él tolera la judía plana y nada más, y solo para cenar y nunca para comer.

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