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La única hoja de reclamación a la que recurro en mi triste condición de consumidor consiste en vetar mi presencia de aquellos sitios donde me ... juzgo maltratado. No es gran cosa pero es algo: de esa manera sutil hago llegar a los jefes de tal o cual bar, al encargado de aquella librería o a la dueña de ese negocio de cualquier índole mi impresión sobre su mejorable gestión. No aspiro a que se percaten de que jamás vuelvo luego a poner los pies en su jurisdicción pero a mí me vale ese gesto como mi ejercicio de rebeldía discreta en defensa de mis pisoteados derechos.
No volveré por lo tanto a cierto bar de moda cuyo deficiente servicio convirtió una velada veraniega con muy prometedora pinta en un viacrucis espantoso. Tal vez tuve mala suerte. Tal vez. Pero por si caso procuraré que no se repita aquel estropicio, que vuelve a mi cabeza cada vez que ocurre lo contrario. Cuando me agasajan en alguna barra con una esmerada atención, la mínima pretensión a la que aspiramos cuando nos convertimos en comensales. Así que como está feo eso de señalar, omitiré el nombre del bar donde me maltrataron. Pero como los elogios sí que deben ser públicos, anoto aquí dos experiencias recientes que me reconcilian con el sector hostelero por la profesionalidad de su quehacer y el excelso ejercicio de su cometido a cargo de la plantilla de profesionales que defienden la barra de La Raspa y las mesas de Ma Khin Café, a quienes rindo modesto homenaje desde este párrafo como reconocimiento al resto de miembros de su gremio que sí hacen las cosas bien, un milagro que debería dejar de serlo.
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La rueda de la vida no deja de girar: mientras nos alejamos del privilegiado estatus de ciudadanos y ejercemos apenas como humildes borregos que tragan con todo y vuelven a tropezar mil veces con la misma piedra, pienso en un artículo del mago de la sala valenciana Antonio Llorens, donde explicaba por qué quería ser camarero. Me adhiero a su grito: yo también quiero camareros como él o como los arriba citados. Si los buscas, los encuentras. Y si tienes mala suerte o desembarcas en la barra inapropiada o sus responsables tienen un mal día, no pasa nada que el tiempo no cure: basta con seguir mi consejo y no volver por allí. Es la hoja de reclamación más efectiva que conozco.
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