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Somos lo que comemos, ese dicho popular es el principio básico de la alimentación. Pero aunque se dice de carrerilla, la puesta en práctica es más costosa. En una sociedad que se mueve a velocidad de vértigo, qué comer o cómo hacerlo, no siempre ... está entre las prioridades del día a día.
Sin embargo, en la última década se han cuestionado los métodos de producción de la industria alimentaria y junto a la bandera de la sostenibilidad ha llegado también lo ecológico. Así, a medio camino entre alcanzar el bienestar a través de una dieta saludable y conseguir practicar un consumo sostenible, se asiste en Valencia al despegue de las tiendas ecológicas.
En el Mercado de Ruzafa, Esther del Valle trabaja en la carnicería ecológica Bon Profit. Desde los 18 lleva trabajando en carnicerías, pero explica que nunca había visto un género igual. «Apenas pasas el cuchillo y ya está, la carne está jugosa, tierna, tiene un color muy distinto sobre todo quien lo prueba, se queda y repite por el sabor», comenta que los mayores expertos son los niños. «La ternera se les suele hacer bola, pero con este producto nada, les encanta», asegura Esther.
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El ejemplo más llamativo para ella es el pollo. «Esto no son pollos, son super pollos, cuando trabajaba en el supermercado para que te hagas una idea, un pollo solía ser de dos kilos y medio y para la gente ya era grande si vieran los mios, con cuatro kilos, son pollos enormes, cuando fileteamos la pechuga, en un pollo normal sacaba cuatro filetes, aquí puedo sacarte ocho y nueve de una sola pechuga. La diferencia es brutal. Luego te lo comes y sabe a pollo», dice.
El interés y la curiosidad acaban por atrapar de lleno al cliente, que siempre repite. «Sin duda cada vez hay más gente que está interesada y que compra este tipo de productos. Además, con la pandemia, se ha notado, la gente como no ha podido ir a ningún sitio ni tener ciertos caprichos, pues ha probado cosas nuevas, ha querido comer mejor en casa, y han optado mucho por lo ecológico, y te puedo decir que la gente que prueba, se queda. Y eso es por algo. Después están los más reacios, que acaban siendo los que primero se enganchan», comenta entre risas.
Al estar cara al público en un mercado, conoce el caso de cada cliente y de cómo dan el salto a lo ecológico. Y los problemas de salud son el detonante en muchos de los casos. «Tengo a muchos clientes con problemas de colon, intolerancias, alergias… y el médico es quien les dice que tienen que comer carne ecológica. Hay muchos celíacos, gente con problemas de salud que acaban siendo graves», dice y relata el caso de una conocida de hace años: «le llevo la compra porque el médico le ha dicho que el problema que tiene de colon sólo se le puede regular si consume pollo ecológico, ahora lleva tres meses y está notando mucha diferencia, se encuentra mucho mejor».
El buen comer, no sólo por salud, también lleva a curiosear entre lo ecológico. Es la historia de Mireia Vidal; su pasión por la cocina fue uno de los motivos que le empujó a abrir la tienda Les Marietes ArtEco, en el Mercado de Algirós.
«Me gusta cocinar, estudié cocina y me gusta comer bien, me gusta saber lo que como, y para mí producir mi propio alimento y alimentar al resto de gente o poderlo cocinar, o explicarle a la gente cómo cocinarlo, es un gozo, para mi la cocina es mi pasión y me parece de cajón vender producto fresco y de calidad, de producción directa, y también ese trato con la gente a la que le puedo explicar cómo hacer lo que compran, lo saludable que es o lo que le puede aportar».
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Mireia es también agricultora. «Soy de una pedanía de huerta que es La Punta, que fue expropiada para la ampliación del Puerto, yo fui expropiada de la ZAL. Y para mi el dedicarme a la agricultura es una opción política y vital, de estilo de vida, por una parte me reencuentro con mis raíces de mi familia y vuelvo a mi pueblo, a tocar la tierra y estar en un entorno natural».
Pero si hay algo que realmente motiva a Mireia de su trabajo es ver como cada vez crece más el interés por el producto ecológico, le sorprende que sobre todo sean mujeres y jóvenes. «Vienen muchas mujeres, más que hombres y gente que se preocupa por el deporte, su alimentación, hay quien son veganos o ecologistas, gente que va tomando conciencia de lo que consume y luego también tengo mucha gente que lo que le gusta es comer», reconoce.
En su mayoría acuden a la tienda para que «les explique cómo cocinar esas setas, o cómo cocinar lo que se hayan llevado», y relata un caso en concreto: «tengo una clienta que su hija no se comía la acelga nunca, y le di unas cuantas recetas que no son las típicas de hervir y ahora su hija come acelgas todas las semanas». También comenta que «hay muchas familias que vienen y les enseñan a sus hijos a comprar, a comer, y que se preocupan por su salud, y por lo que comes y al final si comes para llenar el estómago no te estás preocupando por ti».
Muchas veces no sabemos por qué estos productos son considerados ecológicos o por qué tienen un precio que nos parece más elevado. Vicen Saez, dueña de una tienda de productos ecológicos, Coco Granel, siempre explica a sus clientes la historia y los rostros de quienes los produce.
«Me gusta trabajar con empresas pequeñas que les ponga cara y les conozca, lo que se intenta es que el producto tenga una historia detrás, que no sea un producto cualquiera sino que tenga detrás una historia», explica Vicen.
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Hace cuatro años que abrió la tienda, por la necesidad de encontrar este tipo de productos. «Yo siempre he sido consumidora, y bueno quería saber mejor lo que comía y al final lo monté, entonces la idea es poder ofrecer un producto de calidad, de cercanía, obviamente sin plásticos», comenta.
Para Vicen la calidad es lo que consigue diferenciar sus productos de los de cualquier supermercado y es consciente de que ni siquiera suponen una competencia real. «Cada vez la gente se interesa más aunque no te puedo decir un perfil de cliente, tengo desde gente joven que intentan ser conscientes, sostenibles en su consumo, porque también hay una tendencia de esto que está siguiendo la gente jóven, pero también hay gente mayor, de 75 años, que hacía años que no comía una lenteja como la mía».
Por desgracia cree que Valencia es una ciudad en la que no se ha fomentado el consumo en pequeños comercios. «Es complicado cambiar el hábito, pero creo que es algo que cada uno va haciendo poco a poco», añade.
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