El problema de la gente que amamos la gastronomía no es tanto estar en la mesa y lanzarse entre platos a descubrir la cocina del lugar que has elegido para adentrarte en un nuevo relato culinario. Eso es el gozo. El problema es más bien el escoger el lugar dónde vas y cuándo vas. Que no siempre ni se puede ir –por múltiples motivos-, ni se debe ir -porque hay que estar predispuesto a ello- . Ir a la apertura de tal restaurante nada más abrir, repetir en tal otro porque te ha gustado o descubrir un lugar del que no han parado de hablarte porque no puedes quedarte atrás, puede acabar generando el efecto contrario. No disfrutas por la tensión previa. No vas para disfrutar, sino que vas porque te sientes obligado por ti mismo a ir.
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Sí, el problema de la gente que amamos la gastronomía es la ansiedad de querer ir a todo y el querer estar ante todos los manteles posibles. Y ese mal, esa especie de ansiedad propia del que –como mi queridísima amiga Lucrecia me diría- está abducido por las cosas del comer, sólo se cura con los años. Y más que los años, sabiendo domesticarte. Asimilando que ni puedes, ni debes ir a todo. Y que asimilando que cada mesa, cada experiencia y cada relato gastronómico tiene su tiempo y su momento. Cada Historia Con Delantal se ha de contar cuando realmente vas a tener capacidad de hacerlo con absoluta autenticidad. Libre de equipaje. Y eso pasa cuando realmente vas a ser feliz visitando una mesa. Descubriendo sus platos. Conociendo a la gente que protagoniza el espectáculo gastronómico. Olfateando guisos, saboreando suave cada cucharada, mirando el baile de la sala, contemplando el fluir y el ritmo de cada lugar y de cada propuesta...
Por fin, por ejemplo, te cuento que pronto iré a un sitio que tenía en mis debes desde hace mucho tiempo. Napicol. Iré porque llevaré un buen amigo –alemán para más señas y corredor de medias maratones, para afinar- que me ha pedido probar una paella de verdad. Y sí, he querido hacerlo en un lugar especial. En un sitio donde sepa que acierto porque todos te han dicho que acertarás. Y lo haré con esas ganas contenidas del tiempo que ha pasado en querer ir y no llegó. Y sólo el calendario y la necesidad de escribir ese relato, me llevarán. Lo que ocurra veremos, pero el camino es el perfecto. No es sólo ir a comer a Napicol. Es el trayecto que estoy haciendo hasta que acuda, tras correr la media maratón de Valencia, con gente muy especial y con un objetivo sublime. Diría que estelar. Disfrutar en mayúsculas. Que es, una premisa básica, para tener garantizado un gran porcentaje de éxito de la cita.
Porque si el comensal pone de su parte, si el comensal quiere entender lo que va a ocurrir en esa mesa, quiere disfrutar de ella… entonces, los gozos fluirán. Como los aromas de un buen arroz, los sabores de un plato escrito con tradición, como la vida cuando la llevas al extremo de lo optimista.
Las mesas pendientes, las que anhelas, se convierten al final en esos pequeños tesoros que te hacen disfrutar cuanto más ha sido el tiempo de espera y las ganas acumuladas. Recuerdo llorar desconsolado la primera vez del Celler de Can Roca. Recuerdo estar atolondrado y casi exhausto ante un Mugaritz que esperaba que me desconcertara. Recuerdo los nervios de entrar por primera vez en casa de Quique Dacosta. Y ver, en la esquina de su restaurante, fluir platos que en aquel tiempo me parecían de una dimensión lejana. Recuerdo como el primer día, acariciar aquella mesa que era árbol del Ricard Camarena de Doctor Sumsi y todo lo que sentí. Recuerdo gozoso ir a Origen Clandestino y sentir que has descubierto un sitio maravilloso…
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El nervio del comensal ilusionado, el que llega a la mesa esperada, cuando toca y cuando el tiempo manda, es sencillamente una sensación extraordinaria. Algo que recomiendo llevar al extremo. Mi anhelo es ahora Napicol. Y después el nuevo Riff, y deberé volver a Paraíso Travel, porque hace años que me fui de él… Y le debo –siempre le debo- mi vista a Begoña, y repetiré, otra vez, en Barbaric… porque soy obsesivo (hasta que baje de mi mente el suflé). Y aún no estuve en Flama. Y a medias en Yarza…. Y .... y … y…. Cada historia con delantal, ya ves, tiene su tiempo y debe tener su por qué.
El nervio de las mesas pendientes es extraordinario. Y si no lo tienes, tienes un problema. Porque solo se disfruta de verdad en las mesas soñadas. Sea una paella muy esperada; sea un restaurante al que nunca llegas a entrar porque el momento no llegó. Sea por lo que sea, las verdaderas mesas gozosas son las soñadas.
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Nos seguimos viendo entre ellas. Esto es el diario de Míster Cooking. Y ésta es otra Historia Con Delantal.
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