Nacho Roca
Catarroja
Jueves, 1 de junio 2023
Como la historia que cuenta el libro, el propio libro es una historia. Paco Costa, autor de «Història del Gurugú. Lloc de canvi i creixement» pasaba las vacaciones en el Mareny de Barraquetes, cuando Arturo Gradolí, editor y miembro del Fòrum Catarroja, le invitó ... a guardar todas las anécdotas que contaba sobre su restaurante en negro sobre blanco. Afortunadamente aceptó, pero con Joan Miquel Chisvert como asesor lingüístico. Su forma de presentarlo, por su apodo «Baina» ya apunta el estilo del escrito: cercano y con alma, como los episodios que tejen la memoria de un restaurante ligado al barrio de les Barraques de Catarroja, a sus tradiciones, y a diferentes personajes relevantes de la crónica social y cultural de finales del siglo pasado.
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La crónica se inicia a principios del siglo pasado, en 1937, con una explicación novelada del ambiente del barrio de pescadores de l'Albufera y sus gentes, de cómo la taberna adoptó el nombre de la regenta, Eugenia «la Gurugunera», apodada con el nombre de la montaña Gurugú donde su hijo perdió la vida en la batalla de Annual 1921, Melilla. Con un carácter peculiar servía a quien quería, disculpando que lo quedaba nada o regalando la consumición cuando así lo consideraba.
Posteriormente, la madre de Paco, que trabajaba en el desaparecido bar Capitá, se enteró de la posibilidad de quedarse con la taberna, y en 1948 en busca de una mejora económica inicia su andadura como cocinera. Con sus padres recién casados regentaron el bar hasta 1961, cuando el atractivo del local era ir a tomar un vino o agua limón tras la vuelta de la jornada de pesca en el lago.
Altramuces y cacaus eran el acompañamiento al vino y gaseosa, en el que en la estantería no faltaban los licores de las destilerías de la zona. «Al principio no tenían ni cafetera, pero posteriormente mi padre compró una para poder servir los carajillos, donde muchas veces las botellas se rellenaban para simular las marcas cuando no quedaban, y los clientes lo sabían. Ponme un Soberano, aunque sabían que posiblemente fuese otro. Eran otros tiempos». Luego llegaron las cervezas y poco a poco se fueron incorporando los elementos que transformarían la taberna tradicional en un bar de barrio y finalmente un restaurante con clientela distinguida sin abandonar las raíces de los asiduos pescadores del barrio.
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«La primera cafetera fue de pistón. Y eso va a ser un cambio muy importante. A la hora de hacer café, hacían la copa, hacían el carajillo, el tocaet. Cuando ya se hacían más comidas se alargaba la sobremesa con copas y puros, y entraba mucho dinero por las copas de coñac y los puros que vendíamos: Coiba, Montecristo, en fin, todo eso era todo. Alrededor de ese café había una serie de accesorios, de componentes que hacían que la velada era más larga. Y la recaudación era notable. Todo esto, mi padre lo implementó poco a poco» recuerda Paco Costa.
«Y en el proceso de adaptarse a los nuevos tiempos, también se cambió la cocina, se tapió un corral y se pusieron dos cubas en la que cada una cabían 4.5000 litros de vino, vino negro de Yecla y vino de Pedro Ximénez. En Benetusser había una fábrica de limonadas que se llamaba Gómez, Gaseosas Gómez, «y nos regalaba los típicos calendarios de chicas en bañador que se colgaban en los bares. De esta manera cuando los clientes querían vino, pedían vino de la guapa».
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En 1961, los padres de Paco traspasaron el local a Vicent «el Barber» que junto con su mujer Carmen y sus tres hijos regentaron el local durante cinco años. Paco Costa en 1975 junto a su mujer Conchín comienzan a gestionar el Gurugú, y empiezan a especializarse en los almuerzos, con pan de los hornos del barrio y también del horno de Molinos, donde hacen las pataquetas «porque era más fácil rebañar el aceite y también más agradable para la gente mayor, con una buena tortilla de patata recién hecha, habas, alcachofas, en un ambiente que fuese tradicional y especial». Y en ese escenario fue donde empezaron a acudir los empresarios y trabajadores de las empresas que empezaban a instalarse en el polígono de Catarroja y «tras cocinar para nosotros y unas diez personas más de menú, empezaron a ofrecerse los platos típicos y las comidas empezaron a ser más importantes, y dejé los almuerzos».
El paso de bar a restaurante estuvo acompañado por la calidad de los productos. «Fue mi padre quien empezó a ir a comprar al Mercado Central, y yo también, pero también compraba en Mercavalencia. Los productos eran muy importantes». En esa evolución, Paco estuvo acompañado de su mujer Conchín, además de aprender y añadir lo que aprendía de cada uno de los viajes que realizaba con marcado carácter gastronómico «además de empaparme de un libro de cocina que yo llamé el vademécum, donde me enseñó a hacer salsas y utilizar condimentos fueron clave para redondear la carta de platos tradicionales con otros más innovadores». A sus viajes, también se unieron las expediciones donde era invitado para ejercer de traductor de inglés.
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Tras pasar de bar a restaurante, llegaron las cenas de los fines de semana con una carta con carnes y pescados cocinados con exquisitez. Y su fama fue en aumento y empezaron a llegar las personalidades para degustar «el arròs en fesols i naps», el arroz al horno y los platos típicos de la zona, como el ex ministro Antonio Asunción, futbolistas del València, el pilotari el Genovés, el grupo musical Presuntos Implicados, el escritor Ferran Torrent, el poeta Vicent Andrés Estellés o el cineasta Berlanga sin olvidarnos del cardenal Tarancon.
Pero fue Norma Duval la que produjo un gran revuelo y expectación en el barrio pese a intentar mantener la discreción, como todos los comensales que acudían al restaurante para darle gusto al paladar con una sobremesa tradicional que venía de largo.
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Y junto con los famosos e intelectuales, el restaurante siempre tenía un espacio para las reuniones y comidas de la Comunidad de Pescadores de Catarroja o los integrantes del Club Tastavins integrado por José Sanleón, Pasqual Martínez, Emilio Porcar, Pepe Chisvert, Efren, Pasqual y el autor del libro, Paco Costa.
En el año 2000, junto con el cambio de los dígitos de los ordenadores, Paco Costa cerró definitivamente la persiana de su negocio, un restaurante que forma parte de la historia local de Catarroja. En 1995, tras la crisis, vio que no tenía relevo de sus hijos y tomó la decisión de cerrar unos años después. A la presentación de libro, junto con Paco Costa y su familia, acudió un gran número de vecinos que llenaron el Mercado Municipal, lugar escogido para la puesta de largo del libro, en el que el autor rememoró toda la trayectoria del restaurante a través de las fotografías del libro. Junto al autor, también intervinieron el director del proyecto, Arturo Gradolí, el asesor Joan Miquel Chisvert, los colaboradores Pasqual Perelló y Toni Hervás, el presidente de Fòrum Catarroja, Vicent Diego, y el alcalde de Catarroja, Jesús Monzó, además de la intervención de Pepe Tormo «Patet» quien dedicó una poesía a les Barraques, al Gurugú y a Sant Pere, patrón del barrio. El libro, editado por el Fòrum Catarroja, fue presentado en el mercado municipal y puede adquirirse en el Ayuntamiento, también en versión digital desde la página web.
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