![El Muelle, una guarida en Botánico con las tapas de Marta Castillejo](https://s3.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/2024/05/09/bar-RyPm0CexridukOrUuepOe1M-1200x840@Las%20Provincias.jpg)
![El Muelle, una guarida en Botánico con las tapas de Marta Castillejo](https://s3.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/2024/05/09/bar-RyPm0CexridukOrUuepOe1M-1200x840@Las%20Provincias.jpg)
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Desde el corazón de València, la calle Quart atraviesa el centro histórico para abrirse a los distritos centinelas, donde barrios tan singulares como Botànic abrazan las murallas. Apenas una decena manzanas, cuya población es de 6.600 habitantes, con una media de edad de ... 53 años. Quizá por ello, la vida sigue teniendo un ritmo lento, a cuenta de paseos por los comercios, visitas al Mercado de Rojas Clemente y plazas donde los amigos comparten cervezas. Si en algún enclave podía pervivir una fábrica de muelles, negocio casi extinto en el siglo XXI, era en el número 79 de Quart. Pero los tiempos cambian, y los usos de los espacios también. Así que desde marzo, esta casa se ha rejuvenecido y ahora es un bar que homenajea su historia.
El Muelle está llamado a ser el nuevo punto de reunión al lado Oeste de la ciudad. Lo tiene todo: buenas tapas y propuesta cultural. Ambiente non-stop desde las 12 del mediodía, para hacerse el vermú, y hasta la 1 de la mañana, en ocasiones con música en directo. A media tarde, ya está lleno. Y eso que es amplio, con doble altura, dejando a la vista el ladrillo, restos de material industrial y un ventanal clásico que dirige a un patio interior. Tras el negocio se encuentran Elena Lacruz y Elena Cortes, quienes no provienen del mundo de la restauración, pero ni falta que les hace, dada la hospitalidad y la sonrisa. Además, acaban de fichar a una cocinera que consigue maravillas con las cartas de los bares: hablamos de Marta Castillejo.
Para quien no conozca a Marta, es una mujer de rostro pizpireto y gran inquietud, que se alimenta de literatura y gastronomía a partes iguales. Ha recorrido distintas casas de prestigio en Valencia, como La Salita, Askua o Toshi, restaurante del que se marcha ahora en busca de la vida de bar. Su militancia en Ultramarinos Huerta o Trinchera fue temporal, pero muchos reconocerán clásicos de aquellas cartas en las que participó. No teme la comparación: «De entrada, va a haber marineras, las marineras llegan a Botànic. Luego, bikini de la chef, ya sea de sobrasada, de jamón o cualquier otro embutido del día«, arranca, para luego destacar »la tortilla de patatas en homenaje a las bravas de Rausell, que hacemos con papas Lolita; y otro guiño, en este caso a Joey de Friends, que es el bocadillo brioche de albóndigas«.
La tortilla hay que probarla, a riesgo de arrepentirse cuando llegue el juicio final, y el resto de la carta sigue en rodaje, pero no faltarán los guisos ni los platos del día. «El Muelle puede parecer un local súper moderno y súper cool, pero de repente la gente se va a encontrar morro, tellina, titaina… Lo que toque. Sin enmascarar el producto con hoisines, mayonesas de wasabi, ni nada de eso», promete la cocinera. El ticket medio depende del momento del día, pero en caso de comer, ronda los 30 euros. «También puedes venir a tomar un vino o un cóctel, a leer el periódico con una gilda o a cenar entre amigos con tapas«, asegura ella, y viene a subrayar Elena: »Queremos ser un espacio de reunión«. No descarta sumar talleres o presentaciones de libros, además de la música que ya hay. Un poco del ayer, un poco del mañana.
Le pregunto a Marta por qué deja atrás el restaurante de autor. Admite que se sentía algo 'encorsetada' y echaba de menos la cocina, porque en Toshi se encargaba sobre todo de ayudar. «Hace unos meses estuve a punto de quedarme con un local, también en Botànic y la idea de la carta era muy similar. Es que me gusta esto: divertirme, compartir, que la gente disfrute», admite. Reivindica mucho «el amor» por el bar de siempre. «Mi madre nació en el Cabanyal, en la calle de La Barraca, y me he pasado mi infancia, desde los 12 años, en Casa Montaña. Además, resulta que mi padre es andaluz, de Córdoba, y siempre he tenido la cultura de barras«, relata. Y de repente, se comprende la historia de nostalgia, suya personal y de todos los presentes.
¿Qué fue del bar casi tabernario? ¿Del que no era tanto por comer, sino por estar? Todos tenemos memorias de aquel lugar donde encontrábamos a los amigos sin haber quedado. En el que te llamaban por tu nombre al servirte el desayuno, y conocían tu tapa preferida a la hora del aperitivo. Un formato que en el centro de Valencia, cada vez menos autóctono, apenas palpita; y sin embargo, viene a ser igual de necesario que el restaurante formal -probablemente lo sea más-. Así que, a falta de formatos en Extramurs, El Muelle viene a dar movimiento a una zona en suspensión, donde últimamente se ha prodigado algún wine bar y café de especialidad, pero sin llegar a consolidar la oferta de la zona. Puede ser la guarida definitiva para quienes esperan el renacer de este barrio de siempre, ¿pero acaso tiene algo de malo lo de siempre?
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