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Hace unos días, Begoña Rodrigo, la chef de La Salita, con un restaurante Michelin, compartía en sus redes sociales un robo que se había producido ... en su restaurante. Alguien se había llevado el portarrollos del papel higiénico ubicado en el cuarto de baño. La cocinera no podía dar crédito, y explicaba a LAS PROVINCIAS: «¿En serio has venido al restaurante a comer con un destornillador para llevarte el portarrollos? Es el segundo que se llevan, porque hay dos por baño».
Después del surrealista robo producido en La Salita, nos hemos preguntado si los restaurantes también son, como las habitaciones de hotel, lugares donde llevarse lo ajeno, sólo por el hecho de que lo vemos a nuestro alcance. Y sí, la triste realidad es que es más común de lo que uno pueda imaginar. Carito Lourenço cuenta que cuando comenzaron en El Poblet había en los baños unas jaboneras de diseño muy bonitas. «Un día entré y vi una de plástico de las que se venden en un supermercado. Le pregunté a la jefa de sala y me contó que estaban hartos de reponerlos porque se habían llevado ya unos cuantos».
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Lourenço, que dirige junto a su pareja, Germán Carrizo, locales como Fierro o Doña Petrona, relata que es menos habitual en Fierro, al ser mucho más pequeño. Sin embargo, al entrar al baño de Doña Petrona se encontró con que había desaparecido el espejo. «Pensé que lo habían quitado para limpiarlo, quizás, pero al parecer un cliente había entrado con una bolsa de supermercado y se lo había llevado ahí metido».
La cuenta de Twitter Soy Camarero, del valenciano Jesús Soriano, preguntó por redes cuáles eran los robos más extraños que se habían producido en bares y restaurantes, y la lista era interminable y sorprendente. Desde la escobilla del baño (incluso muy gastada), el grifo del lavabo, el dispensador del jabón de manos (encastrado a la pared), la bombilla del techo, macetas, los carteles de la puerta de los servicios, ambientadores de un euro... e incluso contaba un tuitero que en el bar de sus padres se habían llevado el corcho que habían dejado flotando dentro del inodoro del baño de los hombres para que apuntaran y no ensuciaran tanto.
Begoña Rodrigo ha tomado medidas en sala, y si detectan que alguien se ha llevado algún cubierto, «se lo cobramos, y la gente no suele decir nada». Así parece haber calmado el ansia de apropiarse de lo ajeno de algunos clientes, que se han llevado de La Salita «manteles individuales, servilletas...». Carito Lourenço relata que incluso hay personas que reconocen abiertamente que coleccionan servilletas de restaurantes, y parece estar normalizado. «Y es preocupante». Cree que la mayoría de hosteleros se piensan dos veces en invertir en decoración porque es complicado para algunos clientes tener las manos quietas.
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