![Pues sí, hay caldos envasados que valen la pena](https://s2.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/2024/09/14/gastro-news-kBS-RcTth1EGQmGYIfJ64EgFqmO-1200x840@Las%20Provincias.jpg)
![Pues sí, hay caldos envasados que valen la pena](https://s2.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/2024/09/14/gastro-news-kBS-RcTth1EGQmGYIfJ64EgFqmO-1200x840@Las%20Provincias.jpg)
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¿Te acuerdas de la famosa frase de Groucho Marx que dice: «Estos son mis principios, y si no le gustan, tengo otros»? Pues eso es lo que me está pasado últimamente. Siempre he deambulado por esta vida con tres axiomas que han marcado mi existencia: no entrará en mi boca un aguacate, ni por asomo enviaré un audio por Whatsapp y nunca compraré un caldo envasado. Pues ya ves, me acabo de cepillar de un plumazo el tercer principio.
He pasado mucho tiempo consultando libros de cocina, viendo vídeos en Youtube y preguntando a cocineros para conseguir el caldo que colmara mis expectativas. Un año entero estuve de pruebas para que el caldo de pescado saliera a mi gusto. Vaya pérdida de tiempo, dirás. No te falta razón, pero el ahorro en sesiones en el psicólogo también es importante. Tostando huesos y espinas, añadiendo gallina asada al horno, con galeras y cangrejos o con cabezas y pieles de gambas...lo he probado casi todo hasta dar con la tecla, la pócima maravillosa. Muchas decepciones me he llevado en el camino, pero con final feliz. Todo con un único objetivo: que el caldo procesado, ese que inunda los lineales de los supermercados, jamás entrara en mi casa. Para que te hagas una idea, me he llegado a hacer mis propias pastillas de caldo a base de reducir y reducir. Suéltalo, no te cortes, lo estás pensando, estás ante un friki-enfermo que no se quiere tratar.
Toda ésta era mi vida hasta que mis padres cayeron enfermos y muchas veces tuve que cocinar para ellos. Sobre todo les llevaba caldos, que es lo más socorrido y siempre te salvan de cualquier apuro. Sin embargo, el día a día acabó provocando que cada vez tuviera menos tiempo para cocinar, así que se me pasó por la cabeza comprar los pseudocaldos que vienen envasados. Soló de pensarlo ya se me tensionaron todos los esfínteres. Pero no tenía otra opción, así que me lancé a la búsqueda desesperada como un explorador en un territorio ignoto. Como si fuera el puto Cristóbal Colón.
No creas que fue una labor de dos días o una semana. Pasé meses yendo a supermercados y revisando las etiquetas de los productos. Porque, claro, nunca olvides que siempre hay que dar un ojo a la composición de los caldos para evitar sorpresas. De hecho, ante algunas me he sentido como Donald Trump cada vez que coge un libro: no entendía nada. Se han dado casos de caldos de pollo en los que el porcentaje de ave que aparecía no daba ni para alimentar a un gnomo. ¿Qué llevaba? Pues de todo, pero muy poco bueno. Lo deposité de nuevo en el lineal con un cabreo considerable al ver que hay empresas a las que les importa entre poco y nada cómo se hacen sus productos. Después sacan pecho cuando muestran en el mercado 'caldos naturales'. Tendrá cojones...¿qué era lo otro? Va, Vicente, cálmate que ya tienes una edad.
Ninguno de los caldos que encontré en los supermercados me cautivó. Y probé muchos. Pero hoy no te voy a hablar de todo ese rancho carcelario que se vende como caldo, sino de los que llegué a utilizar y aún sigo gastando. El primero de ellos me llevó a una web llamada Micaldo.es, donde el producto se vendía deshidratado. Sólo había que mezclarlo con agua caliente y ya estaba preparado para cocinar cualquier cosa. Había de pescado, marisco y de carne y al estar el polvo servía también para aderezar todo tipo de guisos. Todo sin ningún tipo de aditivos y hecho con productos naturales. Vamos, un puto festival después de patearme tiendas como Forrest Gump.
Al poco localicé otra web, esta vez llamada caldo de caldero de Santa Pola, y me pudo la curiosidad. Este néctar viene en botes que hay que diluir en agua. Su potencia y sabor a pescado me cautivó y me enamoré de él como un adolescente con una scooter. El problema es que uno tiene la casa que tiene y no puedo ir haciendo pedidos para ir almacenando botes de caldo en la cocina. Todos no cabemos en casa y paso de que se me llene el rellano de animalistas por haber echado a la gata con todos sus trastos a la calle. Necesitaba algo que no tuviera que estar siempre pidiéndolo por internet. Y así fue como llegó a mis manos un fumé de marisco hecho a leña metido en un bote de cristal. Su nombre, El Paeller. Lo compré en Consum y, sinceramente, no albergaba muchas esperanzas, pero era una urgencia. Cuando lo probé me sentí como Moisés cuando abrió el Mar Rojo. Y sí, está hecho a leña y, además, no lleva las porquerías que contienen la inmensa mayoría de caldos que colonizan los supermercados. Lo mejor no sólo es que esté bueno, sino que si tienes un compromiso puedes ir directamente al Consum a cogerlo, no hay que esperar a hacer un pedido.
No te voy a negar que mi primera opción sigue siendo elaborar mis propios caldos en casa, pero hay veces que la vida no me da. Por lo menos, hay gente inquieta que se ha dado cuenta de la mierda que se vende como caldos y se ha preocupado de hacer un producto que valga la pena. Es más caro que la bazofia envasada de toda la vida, no te lo voy a negar, pero te aseguro que vale la pena. Este tipo de hallazgos me reconcilian con la especie humana; me hacen creer que aún tenemos futuro y que algo puede cambiar….Ja ja ja. Qué va, nos va a caer el meteorito igual, nos lo merecemos. Esto es sólo un espejismo. Eso sí, maravilloso.
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