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Lo descubrí hace un par de años y resultó un auténtico flechazo. Me citaron para cenar en un restaurante de cocina oriental en Ruzafa. Yo ... ya había comido muchas veces yakisoba, unos fideos muy finos originariamente elaborados con trigo sarraceno que se consumen con pollo o vegetales. También había probado los famosos noodles, fideos finos y alargados elaborados a base de arroz y los udon, unos fideos gruesos, blancos y tiernos salteados con soja, setas y distintos tipos de carne. Al abrir la carta esa noche me encuentro con que la propuesta principal es el ramen, plato de origen chino con fama de japonés. Una sopa de fideos de trigo servida en un cuenco, preparada con un caldo sabroso de carne, pescado o vegetal acompañado de distintos ingredientes, que se añaden a modo de topping, y que puede ser más o menos picante, a gusto del consumidor. Me pido uno vegetal y, mientras esperamos, degustamos unas gyozas a la plancha. A los diez minutos ponen frente a mi un bol humeante cuyo contenido, además de ofrecer unas notas aromáticas deliciosas, dibuja una composición estética y colorida, un universo sideral de formas y texturas tan distintas entre sí como complementarias que hace casi obligatorio el sacar el teléfono móvil para hacerle una fotografía. No en vano la receta está situada como la tercera más popular del mundo, sólo por detrás de la pizza y la hamburguesa, y el hashtag 'ramen' tuvo 12.500.000 de entradas el pasado año.
Una de las cosas más complicadas de comer ramen es el uso de los dos cubiertos que te sacan: un cucharón ancho y los clásicos palillos de madera. En mi caso esa primera vez opto por usar los palillos en primer lugar para ir sacando puñados de fideos y llevándomelos a la boca, al principio tratando de mantener la compostura y luego, ya en caliente, aproximando mi cabeza hacia el bol y sorbiendo con la boca. En algunos locales de ramen te entregan un delantal que los comensales primerizos se toman como una gracia y que, una vez en faena, te das cuenta que es muy útil si no quieres acabar con la ropa salpicada de arriba abajo. El cucharón lo uso cuando ya me he cansado de sorber para tomar el caldo pero, al final, dejo todos los utensilios y me llevo el bol a la boca. Más adelante descubriré como chinos y japoneses manejan con destreza los cubiertos con ambas manos de manera simultánea al hacer un pequeño ovillo con los palillos que apoyan en el cucharón para llevarse a la boca con gesto preciso el apetitoso bocado.
El ramen genera sensaciones cálidas y reconfortantes, te hace sentir como un niño una fría noche de invierno tomando sopa en casa de la abuela. Cuando vas a un local de ramen sólo debes fijarte en el resto de comensales sentados a las mesas para darte cuenta de lo variopinto del público amante de este plato. En general suelen haber niños, sobretodo en aquello restaurantes decorados con temática manga, una ambientación muy habitual en ese tipo de espacios. También hay jóvenes de tribus urbanas como 'emos' y 'gamers', extranjeros de mediana edad, hípsters, skaters, veganos o parejas de adolescentes.
Ramen Shifu. El más completo en mi opinión. El caldo de miso con el punto justo de salado y sabrosura en un local animado de estilo manga con público entregado.
Damura. Local pequeño, acogedor y coqueto ubicado en el corazón de Ruzafa. El ramen vegetariano incluye unas tiras de bambú y una especie de croqueta elaborada con vegetales de sabor delicioso.
Buga Ramen. Su esmerada decoración que incluye piezas de anime de colección y parades coloristas lo conviérten en la opción más instagrameable. El ramen es bueno si controlas bien el punto de picante de pides.
Ryukishin. Local agradable de grandes dimensiones que ofrece un ramen cuyo caldo ubico a la cabeza de la lista. Carta muy variada con opciones para todos.
Uno de los grandes placeres del ramen, que tuve oportunidad de descubrir a solas semanas después de mi primera vez, es comerlo en solitario. Ese día salí del trabajo a mediodía y me dirigí a un local situado en el centro cerca de los cines, pedí mi bol, me lo sacaron, cogí lo cubiertos y me entregué a él perdiendo la noción del tiempo y el espacio. Sin testigos conocidos, solo él y yo. Sorbí fideos que corté con los dientes, pesqué setas shitake, engullí hojas de 'pak choi', mastiqué con calma los trozos de 'narutomaki', una especie de surimi blanco y rosa que sale en las pelis de anime. Cuando vacié el bol levanté la vista y descubrí a un par de camareras mirándome y comentando algo entre ellas. Comprobé que mi suéter estaba manchado de caldo, al igual que una ceja y un mechón de pelo que, sin darme cuenta, había metido en el bol. Suspiré satisfecha, pedí la cuenta y salí a la calle caminado elástica y satisfecha como una pantera tras devorar a su presa. Me ahorré el rugido.
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