Como una costura entre las dos orillas de València, el viejo cauce del Río Túria se cuela por el ventanal del comedor, mientras la lluvia de mayo repiquetea contra el cristal. La mesa del comedor de Cuchita Lluch, esa que tantos secretos guarece, se protege de la humedad de la tarde con recortes de periódico. No son pocas las entrevistas que esta ilustre valenciana ha concedido a lo largo de su vida, sobre todo al diario LAS PROVINCIAS, y todas lucen sobre la superficie de madera para la fotografía de turno. Van a ilustrar este poema biográfico, con motivo -ella todavía no lo sabe, a ella la tenemos engañada- del premio que le concede nuestro periódico por su inmensa Trayectoria en la Gastronomía. Para cuando se publiquen estas líneas, el auditorio ya le habrá aplaudido.
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A la pregunta de quién es Cuchita Lluch (Valencia, 1965) le siguen infinidad de respuestas. Una mujer que lo da todo por aquello en lo que cree. Una figura reconocida en esta ciudad, por motivos que van desde el mundo fallero a la alta sociedad. Una turbina de la gastronomía, que ha registrado a todos los cocineros de España en su agenda. Relaciones públicas nata, capaz de organizar eventos en cualquier sector, a cualquier escala, sin despeinarse ni quitarse los tacones. Vamos con el apartado personal; manda la entraña. Niña predilecta de su padre, y en consecuencia, mimada por los círculos progresistas. Tres veces mujer y dos veces madre, de Carlota y Vicente. Si los titulares la denominan 'mujer de Juan Echanove', no se enfada mucho, porque está loquita por Juan.
Si queremos acotar, Cuchita es una persona con luz. Y de forma natural, irradia luz sobre quienes la rodean. No solo sus amigos parecen más brillantes. Desde los púlpitos que ha ocupado -como presidenta de la Academia de Gastronomía de la Comunidad Valenciana, como directora de la Feria Mediterránea Gastrónoma-, ha expandido el foco sobre la cocina valenciana. Y esa cualidad insólita de ser motor y cinética, de generar acción y reacción, bien vale el reconocimiento a toda una trayectoria resplandeciente.
Corrían los años 70, y Cuchita ya se ganaba la fama. Ha sido reina de la poesía, madrina de Na Jordana, Miss Armónica de Buñol, madrina del Levante, y musa de algún partido político. Pero ante todo, fallera mayor infantil de València. Siempre en el centro de la plaza, porque el fuego le arde en la sangre, y entregada a la efervescencia del casal, con los círculos sociales que ello comporta. El amor por la gastronomía se lo inculcó su padre. «Nos llevaba a todos los restaurantes de la época: Les Graelles, Viveros, al Ateneo. Cuando llegaba el verano, La Perla de Jávea o Nou Manolín. También viajábamos a Madrid, a Lhardy o el Cenador del Prado», recuerda. El primer tres estrellas fue Akelarre, de Pedro Subijana. Al contrario que su hermana pequeña, la chef Begoña Lluch, de su madre jamás heredó el talento para domar los fogones. «Soy de las que echa las albóndigas al fuego con miedo, y me salta el aceite. Prefiero quedarme de pinche», bromea.
El primer restaurante donde Cuchita Lluch pagó la cuenta por sí misma fue Ma Cuina, de Loles Salvador. Tenía 18 años y, junto a su amiga Josita Boluda, se fundió la paga. Era la época de Torrijos, Ca Sento o El Ángel Azul. Lluch se tomaba las copas en Café Madrid y frecuentaba la discoteca Dreams. Aparecía en las crónicas de sociedad, con vestidos ajustados y la frivolidad de una celebrity. Incluso concedió una entrevista en 1992, poco antes de casarse con Andrés Llobell, primer marido y padre de sus hijos, Carlota (1995) y Vicente (1997). Al principio, compaginó la maternidad con trabajar en la empresa familiar, la promotora inmobiliaria Luz Bulevar. Años más tarde, creó una firma de eventos junto a dos socios, llamada La Lista, y fundó el Club Moddos, dejando patente su verdadera vocación. «Me considero, ante todo, una relaciones públicas. Me encanta convocar, me encanta la gente, me encantan los eventos. En gastronomía, o en cualquier otro sector. Jamás me han interesado el ordenador y el despacho», admite.
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Siempre se recordará a Cuchita Lluch por su etapa al frente de la Academia de Gastronomía de la Comunidad Valenciana. Todavía hoy, los cocineros la llaman «presi». Aceptó la propuesta de Vicente Rodríguez, muy amigo de su padre, tras haber ejercido como vicepresidenta de Ana Portacelli. Y si bien es un cargo que cada cual teje a su medida, ella supo elegir el vestido más despampanante: quería dinamizar, visibilizar y generar eventos. Su primer gran acometida fue organizar los premios de 2010, en Arrop, cuando Ricard Camarena acababa de aterrizar en València. Aquel año se premió a un jovencísimo Kiko Moya, que vendría seguido de nombres como Quique Dacosta o José Antonio Navarrete. Pero el auténtico punto de inflexión tuvo lugar durante la primavera de 2013: entonces se celebró la gala del Museo del Traje, ante 70 periodistas de Madrid. Concurrieron los mejores chefs, las mejores bodegas y se sirvieron los mejores platos.
Después de aquel hito, la capital nunca volvió a mirar por encima del hombro a Valencia, o no en lo que a gastronomía se refiere. Al contrario, nos ganamos el respeto. El gran avance de Lluch durante su presidencia fue la progresiva apertura hacia otros rincones de España. ¿Por qué encerrarse en casa? ¿Por qué renunciar al horizonte? ¿Por qué no importar el talento? En 2014, Cuchita celebraba sus últimos premios como presidenta en Alicante. Le relevaría en el cargo su amigo Sergio Adelantado, con una gala en Castellón. Pero otra persona había parecido en su vida para ponerla patas arriba.
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«La gastronomía me ha traído al hombre de mi vida», es el titular. La fotografía de portada muestra a Cuchita Lluch y Juan Echanove, abrazadísimos y enamoradísimos, como dos tótems del papel couché, pero también dos puntales gastronómicos. Él, nada menos que Premio Nacional. Se conocieron entre compromisos profesionales, y se besaron en los albores de Madrid Fusión. Corría el mes de enero, y para primavera ya estaban viviendo juntos. «Me hubiese casado antes, pero Juan me decía que no creía en el matrimonio. Fue a raíz de unos sucesos tristes -la muerte del padre de Lluch, el accidente del hermano de Echanove- que entendimos la importancia del vínculo», reconoce. Así que se lo pide ella, en la barra de Dos Palillos. «Te lo has perdido porque porque te lo iba a pedir yo», le responde él. Y la boda se termina oficiando en mayo de 2015, en el juzgado de Rocafort, con únicamente dos amigos de padrinos. El banquete, nada menos que en Ricard Camarena un día, y en L'Atelier de Joël Robuchon al siguiente.
Recuerda la primera llamada de Alejandro Roda, director de Feria Valencia, como una de las más felices de su carrera. Cuando le ofrecieron ser directora de Feria Gastrónoma, el certamen dedicado a la gastronomía local, Lluch ya llevaba un tiempo viviendo en Madrid y le apetecía trabajar en la Comunitat. Así que regresó. En 2019, lideró una de las mejores ediciones del congreso que se recuerdan, con un palmarés eminentemente nacional. Despertó algunas suspicacias, claro, pero es que hablamos de Cuchita I, la aperturista. En 2020, no solo se revitalizó la marca, que pasó a ser Mediterránea Gastronóma, sino que iba camino de repetir el éxito de convocatoria, hasta que una pandemia se interpuso en los planes del mundo. Comenzaron las diferencias. Las mismas que terminaron en un desentendimiento en la negociación -ya relatado por LAS PROVINCIAS- y una ruptura sin paliativos. Al dejar la Feria sintió dolor, de verdad, en el estómago. Se hizo pública la noticia, y solo le quedó dejarse abrazar por sus amigos.
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Al mayor desencanto siempre le sigue -pero siempre, siempre- una nueva ilusión. La tabla de salvación de Cuchita, en sus peores días, fue su hermana Begoña Lluch. «Ella es mi pequeña, siempre nos hemos sentido uña y carne, nos entendemos con solo mirarnos. Cuando me habló de Begoístas, supe hacia dónde debía virar», rememora. Se trata de una firma de nutrición saludable, a partir de los platos de una chef como Bego, que promueve sentirse bien por dentro y por fuera. Su lanzamiento tuvo lugar en septiembre de 2022. «Desde entonces, siento que he encontrado mi lugar. Por fin tengo un proyecto propio donde volcar todo mi conocimiento, y lo compagino con una etapa de paz personal en mi vida», admite. También continúa ejerciendo como embajadora de honor de Conhostur, no evita participar en cualquier acto sectorial y cuenta con el reconocimiento de la comunidad gastronómica. No le queda espinita alguna: lo ha hecho todo.
Digamos que la luz de Lluch es incandescente, inextinguible, imposible de oscurecer. El brillo, constante y permanente. La risa, joven y pegadiza. Allá donde haya alegría, estará Cuchita, de 'cuchifiesta' y con 'cuchipandi'. Siempre dice que no hay etapas mejores que otras en la vida de una persona, y me lo repite en esta tarde de lluvia, en la intimidad del hogar. Entonces solo me queda preguntarle por qué esta podría ser mejor que el resto. No habla de trabajo, sino de sus hijos, Carlota y Vicente. Por supuesto, también de Juan. «Esos son mis verdaderos proyectos de vida. Mi momento es a su lado» concluye. Y enseguida, se calza los tacones, porque esta noche tiene un compromiso para cenar.
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