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El último banquete de Begoña Rodrigo
EL DIARIO DE MR. COOKING

El último banquete de Begoña Rodrigo

Diario Secreto de Mister Cooking (IX) ·

Jesús Trelis

Valencia

Miércoles, 20 de marzo 2024, 16:34

Dos preguntas y dos respuestas para comenzar esta carta. Esta carta, Con Delantal.

–Hemos llegado al fin del mundo. Celebremos el último banquete.

–Sentaría a mi madre y mi hijo, a mis amigos; incluso, algunos que en su momento me tendieron la mano. Personas en mi vida, como el que fue mi jefe; que volviese de más allá mi abuelo y se sentara en mi mesa; mi hermano… Gente que ha sido positiva en mi vida, conmigo y con los míos.

– ¿Qué menú servirías?

–Un plato de verduras al mogollón sin mucha elaboración, un pollo al horno y anchoas. Y champán. ¡El pollo para comérselo con las manos! Soy muy básica.

Begoña Rodrigo LP

El 10 de noviembre de 2019 publicaba una entrevista con la cocinera Begoña Rodrigo. Estas eran las dos últimas preguntas que le hice. Nos encontramos en 'El huerto', el espectacular edificio que iba a convertirse en su restaurante actual. Las mesas del antiguo local permanecían amontonadas en su interior y un trepidante carrusel de sueños rondaba la cabeza de la cocinera valenciana. Unos días después, ese mismo año, le dieron su primera y luchada estrella Michelin. Y la vida, que siempre le había empujado a deambular sobre el alambre, comenzó a mirarle de otra manera. O quizá ella comenzó a observarla de otra forma.

Tras la pandemia, angustiosa porque llegó cuando abría la lata de un nuevo proyecto, su cocina fue encadenando tímidas alegrías y sosiegos. Y, arropada por un sólido equipo, dejó de ser la ganadora de Top Chef para convertirse en una de las cocineras (y cocineros) con más prestigio de España. Reconocida y querida. Por su valía y por su travesía. Por su ímpetu y su batalla. Y por su constancia y su excelencia.

Rodrigo consiguió en 2019 su primera y luchada estrella Michelin. LP

Todo lo que le ha pasado estos años lo he vivido desde la distancia. Como un tímido observador. De hecho, recuerdo haberme sentado en su restaurante hace ya tres años; durante una cena privada a tres con responsables de la guía Michelin en 2021. Y no por falta de ganas, sino más bien porque la propia vida te va llevando por los caminos que ella decide a placer. Pero eso es lo de menos. Porque lo importante, en este caso, es que, a pesar de no haber vuelto a probar sus platos desde aquella cena (espectacular), sabía que ella estaba triunfando con su cocina. Porque no hay mejor aliado de un chef que el cliente feliz que lo cuenta y te lo hace llegar. No hay nadie como gente apasionada que te cuenta lo que ha vivido en sus mesas. Y de La Salita, estos años, han ido saliendo comensales absolutamente entregados a la cocina de Begoña. Clientes que han sido, de verdad, los verdaderos defensores de su propuesta culinaria. Porque ella, como nadie, sabe lo que ha tenido que trabajar para ir derribando muros y abriendo ventanas que le dieran visibilidad. Lograr que, más allá de su legión de fieles, el mundo de la gastronomía creyera en ella. Ella, como nadie, sabe cuando tuvo que callar y cuando pudo comenzar a soñar.

Ahora, a Begoña Rodrigo le acarician los vientos de la cima. En su rostro, se ilumina una sonrisa tranquila y una mirada plácida. Esa que nace por recibir tres soles Repsol, pero sobre todo porque ese reconocimiento le hace recordar lo recorrido. Y que hubo tiempos duros, y proyectos que se desmoronaron, e ideas que jamás vieron la luz, y horas de trabajo tenso, lágrimas… y platos. Muchos platos. De su tiara de salazones a los raviolis de erizo, de su falso risoto de 'all i pebre' a sus embutidos vegetales… Recuerdo de su recetario, con especial cariño, su tartar de zanahoria. Porque quizá, en ese plato tranquilo pero tan especial, sentí la epidermis emocional de Bego: los recuerdos y la cocina, lo vivido y lo que venía. «Lo que busco es rememorar la ensalada que hacíamos con mi abuelo Paco; cuando acabábamos la comida, al final, él cogía el jugo que quedaba de las ensaladas y se lo bebía», me contó cuando me sirvió este pre-postre a principios de 2019. Todavía en su restaurante en la calle Séneca. Donde todo comenzó a rodar, aunque no voló hasta años después.

La última vez que vi a la cocinera que montó una salita en su vida fue en los pasillos de Madrid Fusión, a final de enero. Dio tiempo para dos besos y un intercambio de sonrisas rápido. Fue fugaz, como los días que pasan veloces. Como las prioridades, los objetivos, las metas, los destinos… Todo es veloz, como las historias que a cada cual nos inundan. Historias que, como la de Rodrigo, a veces, de pronto, se llenan de destellos de alegrías merecidas. A Begoña –te decía- ahora le acarician los vientos de la cima. Y eso, hay que celebrarlo. Celebrar la vida, como si fuera el último banquete. Ensalada, pollo y anchoas. Y champán a la deriva.

Nos seguimos encontrando entre manteles. Donde se escribe la vida.

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