Comensales en una terraza de la playa de Valencia. jesús signes

Verano de crisis en el apartamento de playa comprado a plazos

el sitio de mi recreo ·

Antonio Llorens relata en 'Cuento de hastío' las vicisitudes de una familia al llegar al lugar de veraneo después de un año esperando las vacaciones

Jueves, 4 de agosto 2022, 23:39

Hoy en 'El sitio de mi recreo' os traigo un cuento. Es del año 2007. Qué poco ha cambiado el cuento….

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Carlos y María son la pareja ideal, casi perfecta. Él, funcionario de hacienda. Ella, ejecutiva de una multinacional. Tienen dos niños que son la envidia de la urbanización. Educados, limpios, no hacen ruido, no molestan y son respetuosos con todo y con todos. La madre de María, la suegra, un '10'. Vamos, una delicia de familia. Llevan todo el año trabajando duro para poder disfrutar un mes de asueto merecido y feliz.

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Han visto su pueblecito soñado y añorado promocionado en las ferias de la capital. Las fotografías y los folletos lo afirman, muestran un paraíso de ensueño y ellos se enorgullecen de ser parte de ello. Su pequeño pueblo, ellos lo toman en propiedad porque allí se conocieron y allí nació su amor juvenil. Compraron un apartamento hace unos años, cuando los bancos y las cajas rescatadas regalaban los préstamos como si no hubiera que devolverlos. Lo pagan todos los meses con lo que pueden ahorrar. “Niños, apagar luces, hoy no podemos ir a la hamburguesería, zapatillas de rebajas y libros de texto prestados porque hay que pagar el apartamento…”. Son buena gente, honrados y nobles. Están deseosos de ver su infinito azul, ese mar que les devuelve a su juventud y a sus recuerdos cuando corrían en sus bicicletas, cuando pescaban a la luz de la luna llena, cuando se besaban a escondidas tras el escenario de la verbena y cuando se prometían y esperaban un futuro juntos.

Ya ha llegado el día, son prudentes y van a hacer una operación salida como les han aconsejado. No han salido el primer día, esperaron dos días para dejar paso a la muchedumbre. Lo del atasco en la nacional seguro que ha sido mala suerte. Seis horas de agobios en el coche. Sus hijos lo entienden, se aguantan, juegan al veo-veo, a las cartas o duermen. La abuela, la suegra”10”, los acompaña y les cuida, es la mejor niñera que se pueden permitir y, encima, no les cobra. Lo de las obras es normal, les ha pasado en otros años, aunque en éste les duele más. El pueblecito costero de sus amores merece la pena el esfuerzo. Al llegar, la avenida de entrada está cortada, lleva ya un mes les dijeron, están construyendo más pisos, lo importante es empezar las obras para venderlos, no pasa nada, han dado tres vueltas por calles que no conocían, algunas están de obras para un futuro parking que les han comentado que va a ser privado. Bueno, si es bueno para el aparcamiento, pagaremos.

La vecina de hace unos años, a la que le dejaron las llaves, les ha encendido las luces y la nevera, ha comprado un poco de leche, pastas y unos yogures para los niños. Ha habido un apagón y se ha estropeado todo. Debe de ser porque hay demasiadas casas nuevas y el cable que llega al pueblo aún es el mismo. Su pueblecito ha cambiado, hay un montón de cosas nuevas. Sí, hay doce supermercados nuevos, la mayoría sin aparcamiento, pero al menos pueden comprar lo necesario. No hay cines, pero eso da igual, ya los podrán en unos diez años. No tienen prisa. Carlos y María siguen creyendo en el pueblo costero que creó y afianzó su amor, lo de las colas y los apagones seguro que son sólo anécdotas y que sus vacaciones van a ser perfectas.

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La verdad es que lo de la grúa no lo esperaban. Fue mala suerte, fue sólo unos centímetros pisando un paso de cebra en el que no molestaban a nadie. Ellos son respetuosos con los aparcamientos para discapacitados, con las rampas y demás señales, les dicen que hay una policía local informativa, no represiva y recaudadora, que ayudan y fomentan el turismo y que lo de correr detrás de los pobres del top-manta no es verdad. Ven carreras y la cara de pánico en un senegalés que les pide complicidad y escondite con su mirada. Pobre hombre, sólo hace lo que hacemos todos, buscarnos la vida. Les contaron, también, que el alcalde se vanagloriaba de lo que habían recaudado el año anterior con la grúa municipal y que deseaba y presupuestaba un verano mucho mejor en lo que a pasta recogida se refiere por eso se lo ha concedido a una empresa privada, a esos que no tienen miramientos y que les da igual todo. Bueno, decía Carlos, sólo es un político que busca “lo mejor para su pueblo”. Ahora comprenden lo de las obras, van a hacer un parking quitando las plazas gratis que hay para imponer una zona azul y un aparcamiento privado en la que acabaremos todos teniendo que pasar por taquilla. Es sólo otra anécdota más.

La playa ha cambiado, las piedras ya no están y hay un montón de arena. Las banderas del baño, las de colores, hay días que, incluso, las izan. Les han contado que hay problemas con la empresa de socorristas, deben de ser muy graves porque jugar o discutir con la salvación de vidas humanas es por un motivo más serio que el dinero o los plazos, se imaginan. Al menos las redes de vóley son las mismas, ya conocen su altura y sus agujeros y los juegos para los nanos no están, deben de haberlos guardado para el invierno como las actividades de las playas, el taichí y esas cosas. Les ha costado un poquito encontrar las oficinas de turismo, no habrán visto las grandes señales que las indican o a las azafatas que recorren ese paseo precioso repartiendo folletos y animando a la estancia.

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Al menos, Carlos y María tienen su bar, la cervecita fresquita y la buena compañía. Este año está Dimitri en las mesas y no sabe muy bien eso de los “agritos”. Paco dice que la cosa está muy mal, que no hay clientes y que no puede contratar ni tener más personal. “Con los setecientos euros que les pago, ya les saco bastante para las doce horas que trabajan”. La cerveza y las tapas han subido, debe ser por la carencia de clientes, piensan Carlos y María. Debe de ser la crisis, la de todos, por supuesto.

Ya casi han pasado los quince días y Carlos y María han pagado unos cuantos euros de la grúa, algunos más de multas, los niños se han aburrido como ostras, la abuela no ha podido ir al bingo ningún día (depresión y mosqueo asegurado) ellos no se han podido besar en las calas de antaño donde sellaron su amor por que era imposible llegar, por lo de las obras, y encima les cuentan que hay una derrama en la comunidad para contratar un vigilante jurado por que se avecinan robos y destrozos. Les quedan las ocho horas de vuelta, pero las afrontan felices. Han aprendido, van a hacer como la Paqui, la del cuarto, el año que viene sólo una semana en eso de 'todo incluido', da igual dónde y cuánto tiempo. Están convencidos que el año que viene disfrutaran y lo de sufrir, para otros. Reflexionemos.

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