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No existe el ron si tras él no hay tradición de cultivo de la caña de azúcar. Más allá del Cabo Cañaveral, donde el hombre partió a la Luna, son famosos los cañaverales del cubanos del Caribe, lugar a donde el valenciano Cristóbal Colón se llevó algunos planteles en su segundo viaje a América. Es sabido que el afianzamiento del cultivo de la caña de azúcar en tierras valencianas llegó con la cultura árabe a partir del siglo VIII d.C. y que, siglos más tarde, fue impulsado en diversos momentos por los reyes cristianos de Valencia hasta llegar a su época de apogeo con la familia Borgia, sobre todo en tierras de la Safor donde llegó a formarse el conocido como «ducado azucarero» tras el matrimonio del Duque de Gandía y Magdalena Centelles, heredera del ducado de Oliva.
Cañamelares, sus cultivos e ingenios azucareros, conocidos como trapiches, proliferaban por doquier y de ellos se obtenían pingues ganancias que vieron su declive con la expulsión de los moriscos a principios del siglo XVII (conformaban su mano de obra principal) y a también ello se sumó la gran producción que ya se llevaba a cabo en tierras americanas. Un tiempo más tarde, dio fe del agostamiento de la caña de azúcar valenciana el botánico Cavanilles, fue a finales del siglo XVIII cuando lo dejó escrito en su magna obra Observaciones sobre la Historia Natural, Geografía, Agricultura, población y frutos del Reyno de Valencia.
El «saccharum» dio nombre al ron
Sí, no cabe duda que el proceso de elaboración del ron tiene sus raíces en España, donde las técnicas de destilación fueron introducidas durante la Edad Media por el médico valenciano Arnau de Vilanova. Tras el descubrimiento de América, se llevó el conocimiento de la destilación al a las Antillas, fundamentalmente a Cuba y a La Española (lo que es actualmente la República Dominicana). Allí se aprovecharon las melazas fermentadas del cultivo de la caña de azúcar, un subproducto de la producción azucarera, a falta de los bagazos de las vides con los que elaborar aguardientes. El ron es una contracción de la palabra del latín saccharum, que se traduce como azúcar. Así, la historia del ron comienza en Cuba en el siglo XVI, la melaza se consumía fermentada, tomando el nombre de guarapo. Luego comenzó a destilarse, aunque de una manera burda, convirtiéndose en una bebida barata y consumida por esclavos y las clases más humildes. Entre los españoles acabó por llamarse aguardiente rum y al convertirse en la bebida preferida de maleantes, bucaneros, marinos ingleses y piratas, estos lo dejaron solamente en la palabra rum. Pasaron centurias y fue en el siglo XIX cuando se perfeccionó su destilado y se puso en valor con el envejecimiento en barricas, a la manera francesa, tal como se hizo también en España en ese tiempo con el brandy. Todo ello mejoró significativamente la calidad del ron, además de la llegada a las islas de industriales catalanes y valencianos que dieron pie a las mejores casas roneras del mundo, todos conocemos Bacardí o Barceló. Otros, no se movieron e incorporaron la tradición del ron en sus destilerías, como las valencianas Destilerías Pla (Puzol) o Ríos (Silla), ambas más que centenarias. Pero para llegar al cremaet del almuerzo valenciano tuvo que mediar una guerra, la que los gringos nos ganaron a finales del siglo XIX y por la que perdimos las provincias españolas del Caribe. En el relato legendario, los soldados españoles se servían una mezcla de café con ron antes de entrar en combate, el «corajillo», esto les proporcionaba coraje y furia. A la vuelta a la península tras la guerra los castellanos mezclaron el café con brandy para conformar su carajillo y los levantinos le añadieron el ron quemado, que ya era una tradición.
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