JULIÁN MÉNDEZ
Jueves, 22 de enero 2015, 17:10
De crío, Leonardo González Féliz (León, 1962) era «listo como un conejo». Hoy, el humorista Leo Harlem es nuestro más fino retratista. Donde esté Leo, que se quite Antonio López. Si, dentro de 200 años, un investigador se propone saber qué pasaba en la España del año 2015, deberá estudiarse de pe a pa los monólogos de Harlem para descubrir cómo éramos. De su mente han salido algunos de los artefactos más desopilantes del reciente humor hispano: «¿Sabes cómo llaman a este brazo? La meningitis... Al que no lo mata, lo deja tonto», dice en un monólogo del primer día que acude a un gimnasio. «La llamas tripita porque es tuya. Si es de un compañero de trabajo... o del cuñao, lo tienes mártir. ¡¡¡Vas a explotar!!! ¡Una princesa para ese sapo!», declama.
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Leo está en lo que él llama «la edad de los metales: pelo de plata, dientes de oro y lo otro... de plomo. Un desastre». Amante declarado de los viajes exóticos, de las fiestas populares donde se comen bocatas de panceta que podrían devorarte y de la buena mesa, Leo Harlem asegura que es capaz de untarse el cuerpo de alioli, de lo que le gusta. Su retrato de los restaurantes de decoración minimalista («¿minimalista? Esto está sin amueblar») es una de esas joyas capaces de descoyuntar mandíbulas y sembrar de hipidos el patio de butacas: «Te sacan unas raciones que te dan la risa. Luego te sacan la cuenta... y se descojonan ellos. Hay un momento para cada uno. '¿Cómo ha encontrado el caballero la lubina?'. Te voy a agradecer esta pregunta, hombre. Te voy a decir cómo la he encontrado. ¡De milagro! Debajo de una alcaparra». Leo tiene la virtud (y la desfachatez, todo hay que decirlo) de largar lo que muchos piensan en estos tiempos de corrección alumbrada por cirios de impostura. Un tipo como Leo, que anima a la peña a rascarse las nalgas bajo el pijama nada más levantarse, es un destroyer, un bocas.
Esta semana, Harlem ha estado en San Sebastián, invitado en los fogones de David de Jorge para cocinar y hablar de sus gustos y sus aficiones en la mesa. Él nació en El Bierzo y se crió en Valladolid, con lo que está casi todo dicho. León, en sus palabras, es «un paraíso sexual: tenemos el chorizo más picante y la castaña más dulce». Nació en Matarrosa del Sil, poblado minero enclavado en un valle, en casa de la abuela materna, hijo de Leonardo, panadero, y de Adelina Féliz, que trabajó como planchadora ocasional.
Allí pasó sus primeros siete años. Dicen que empezó a andar y a hablar con nueve meses. Luego, marcharon a Valladolid, donde el padre continuó con el oficio. Allí nacieron sus dos hermanos. «Mi familia es normal. El único que se dedica a cosas raras soy yo. Somos gente tranquila y de gustos sencillos», resume. Apuntan que ya de niño tenía mucha gracia, que imitaba a Luis Aguilé y que le gustaba hacer «el pelele». «Era un estudiante vago», dice a este periódico. «No me esforzaba mucho, pero como era espabiladillo, lo iba sacando».
«Teníamos un cerdo ibérico»
En la universidad, reconoce, fue otra cosa. Empezó Arquitectura y Derecho entre los siglos XX y XXI y acabó haciendo un curso de Fisioterapia. «Hoy me encantaría volver a estudiar, estoy más centrado que en esa época de loca juventud. Jamás hubiera pensado que iba a ser humorista. La cosa ha venido rodada y me he visto abocado al tema. Disfruto. El humor abre muchas puertas y facilita las relaciones personales... incluso entre sexos opuestos. Lo que estáis oyendo, amigos».
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Para sacarse unas perras, trabajó durante los veranos en la panificadora Ipavasa, y vivió doce años con el horario cambiado de quien prepara el pan nuestro de cada día. Aterrizó también en su querido mundo del fútbol. Leo, por herencia paterna, es del Barcelona (y del Valladolid de Caminero y Valderrama) y la primera camiseta que tuvo llevaba a la espalda el número 8 del mítico Olivella. Adora a Cruyff. El fútbol, ha dicho, estaba hasta en el corral de su casa junto al Sil. «Teníamos un cerdo ibérico y yo le llamaba Benítez, porque era oscuro como el futbolista uruguayo del Barcelona. Luego le matamos y estaba ríquísimo».
Jugó en Maristas, en la peña El Edén, donde supo del fútbol de orujo, en el Deportivo Derecho y, ya como fisio, se alineó en Tercera División con el C.D. Íscar y el Nava de la Asunción. Hacía de todo: masajista, showman, asesor, coach... Hubo partidos que ayudó a ganar a fuerza de carcajadas.
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Todo eso pasó a mejor vida cuando recaló en el 'Harlem', para poner copas. En 2001, y casi sin prepararlo, escenificó su primer monólogo en La Salamandra, con un éxito total de crítica y público, que se decía antes.
Contra lo que pueda parecer, Leonardo es un tipo serio. Amabilísimo, pero prudente y reservado. Responde a las preguntas de este diario por escrito. Algunas pésimas experiencias le han llevado a ser escrupuloso en extremo. Uno intuye que algo tuvo que ver el rifirrafe que le montaron cuando, con toda buena voluntad, aceptó ser pregonero en Tordesillas. Quienes condenan el Toro de la Vega se le tiraron a la yugular y nuestro hombre, pregonero en Valladolid, embajador del caracol de La Santa Espina, glosador de los vinos de Cigales, colaborador contra la discapacidad, tuvo que desistir. Uno no sabe si la cosa da para uno de sus monólogos o para una de miedo.
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Gila, Forges y Juan Rulfo
Parece como si Leo, como aquel Profesor Xavier de la Patrulla X dotado de una habilidad sobrehumana para absorber información, nos radiografiara a todos y sacara a la luz nuestros pensamientos más oscuros. «No hay más secreto que estar alerta. La gente es una fuente de información tremenda. Somos tan distintos y tan parecidos, que las ideas surgen por doquier. Me gusta hacer humor de lo cotidiano y para eso nada cmo ir al mercado, dar un paseo... vivo con los ojos abiertos. Luego hay que contarlo con gracia y convicción. Me encanta fijarme en la gente y pasar ratos con personas de todo tipo y condición», asegura.
La chaqueta negra sobre la camisa blanca, las gafas de pasta y esos labios guasones conforman su estampa pública. Todo pincho. Menos conocida es su admiración por Gila, su humorista favorito. O su gusto por la historia de España escrita y dibujada por Forges. «Me gusta leer a Juan Rulfo, Alejo Carpentier, Robert Louis Stevenson... Siempre me ha gustado leer. Ahora que vivimos enloquecidos por el mundo digital y las maquinitas, la lectura constituye un refugio personal de gran valor. El cine me chifla. Desde un western a ciencia ficción pasando por cine de autor. Una buena peli no se paga con dinero... sobre todo si es de Billy Wilder o de Lubitsch. Esos sí sabían de qué va esto del humor».
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- El atentado contra Charlie Hebdo demuestra que no son buenas tiempos para el humor.
- El humor se persigue desde tiempos inmemoriales porque a nadie le gusta ser objeto de burlas. Ahora se ve burla por todas partes y lo que es peor: hay gente que se dedica a investigar si el humor puede molestar a terceros.
- ¿Tiene cura?
- Esto va a peor. Hay que procurar hacer humor sobre nosotros mismos. Si logramos descojonarnos de nuestra propia sombra, pues dejamos a esos inquisidores sin argumentos. He de decir que ser respetuosos tampoco cuesta tanto. Ofender por ofender no es plan. Yo pienso que el humor debe relajar y si provoca tensiones, habrá que darle otra vuelta al texto. Resumiendo, el humor tenía que ir por la Seguridad Social. Se trata de una medicina extraordinaria y que debemos aplicarnos primero a nosotros y luego a todos los que nos rodean.
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