carlos benito
Domingo, 29 de marzo 2015, 17:18
Quizá sea facilidad natural, o quizá haya aprendido de todas esas víctimas con las que se ha entrevistado en campos de refugiados de medio planeta, capaces de relatar con serenidad los padecimientos más inconcebibles. El caso es que, cuando Angelina Jolie escribe sobre su lucha para evitar el cáncer, lo hace de manera transparente y lúcida, sin melodramas, ni aspavientos, ni afectación de diva. Ayer le tocó difundir una nueva noticia a través de The New York Times, el mismo medio que empleó hace dos años para comunicar que se había extirpado los pechos: la mutación del gen BRCA1, que la hace particularmente propensa a la enfermedad que mató a su madre, ha convertido su vida en una decidida batalla contra las probabilidades, y el último episodio de esa pelea ha sido la extracción de los ovarios y las trompas de Falopio.
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«Además del gen BRCA, ocurre que tres mujeres de mi familia han muerto de cáncer. Mis médicos indicaron que debería someterme a cirugía preventiva alrededor de una década antes del comienzo más temprano del cáncer en mis parientes. El cáncer de ovarios de mi madre fue diagnosticado cuando ella tenía 49 años. Yo tengo 39», explica en la sección de opinión del diario. La decisión se ha precipitado a raíz de los niveles elevados que mostraban ciertos marcadores, aunque finalmente solo se detectó un pequeño tumor benigno en un ovario. La cirugía, por laparoscopia, es más sencilla que la anterior mastectomía con reconstrucción, pero también tiene implicaciones más relevantes, que Angelina expone sin rodeos: «Ahora estoy en la menopausia -aclara-. No podré tener ningún hijo más y espero algunos cambios físicos. Pero me siento cómoda con cualquier cosa que suceda: no porque yo sea fuerte, sino porque esto forma parte de la vida. No es algo de lo que tener miedo».
La actriz y directora insiste en que el caso de cada mujer debe ser analizado de manera específica, hace varias referencias a su marido y sus niños -«lo bonito de estos momentos es que hay mucha claridad, sabes tus motivos para vivir y las cosas que importan»- e incluye una cita casi textual a su anterior parte de guerra, a modo de eco actualizado: «Mis hijos nunca tendrán que decir que mamá murió de cáncer de ovarios». La decisión de contar los pormenores de sus operaciones puede parecer llamativa, quizá impúdica, pero resulta coherente con uno de sus principales empeños de los últimos años: Angelina Jolie dedica buena parte de su tiempo y de sus actividades a dar visibilidad -esa palabra tan de moda- a colectivos que sufren. En este caso, a través de su experiencia personal, se trata de las mujeres que arrastran la amenaza heredada del cáncer, entre las que reserva una mención especial para aquellas que tuvieron que adoptar medidas drásticas «muy pronto en la vida, antes de haber tenido sus hijos». En otras ocasiones, sus desvelos suelen orientarse hacia la población sacudida por las guerras y la miseria.
La mujer benéfica
Haciendo un juego de palabras con su famoso personaje de la bruja Maléfica, podría decirse que Angelina Jolie se ha convertido en una mujer benéfica, consagrada a mejorar de alguna manera el mundo. Es muy curioso retroceder en el tiempo y repasar su perfil público de principios de este siglo o finales del anterior, cuando se la retrataba como la chica mala y un poco perturbada de Hollywood, cargada de un anecdotario escandaloso e incluso truculento: qué resultón quedaba mencionar su vocación adolescente de dedicarse a las pompas fúnebres, aquel atuendo que lució en su primera boda -pantalones de cuero y una camiseta con el nombre del novio escrito en sangre- o la pareja singular y mórbida que formaba con su segundo marido, Billy Bob Thornton, cada uno con un vial de la sangre del otro colgado del cuello. Y, sin embargo, allá por 2001 Angelina ya empezaba a visitar campamentos de refugiados en lugares como Sierra Leona, Tanzania, Pakistán o Camboya. Fue precisamente en este país asiático, durante el rodaje de la película de Lara Croft, cuando su ánimo se conmovió ante la pobreza sin esperanza de algunos niños.
Angelina Jolie es un raro personaje de dos caras. Por un lado, mantiene algunos tics caprichosos de estrella multimillonaria, quinta entre las actrices de la lista Forbes del año pasado. Hablamos de la mujer que compró a su marido, Brad Pitt, un reloj de más de dos millones de euros como regalo de boda, o de la madre que cuenta con seis niñeras de manera simultánea para cuidar a sus seis hijos. Pero, por otro lado, es también la estrella concienciada que todos los años reparte un dineral en donaciones, que funda escuelas, que acumula títulos honoríficos, que abraza a niños y ancianos y que no duda en viajar a países lejanísimos -ha aceptado una invitación a Nauru, la remota isla del Pacífico donde Australia tiene un centro para solicitantes de asilo- y a lugares que dan mucho miedo. Durante una estancia particularmente temible en Afganistán, llegó a redactar una nota de despedida para Brad: «Me imaginé que, si ocurría algo, él la encontraría».
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Aunque a veces tenga un encaje complicado con ciertos hábitos de despilfarro, su faceta humana y compasiva cala hondo en mucha gente. Aquel texto sobre su mastectomía preventiva disparó el interés por las pruebas genéticas relacionadas con el riesgo de cáncer: en el Reino Unido, los oncólogos llegaron a hablar del efecto Jolie, atónitos ante la repercusión que había tenido entre los pacientes. Sus actividades internacionales han logrado suscitar el debate sobre asuntos que no constaban muy a menudo en la agenda política, como la violencia sexual en los conflictos bélicos. Y quién sabe si su actitud comprensiva y su apoyo hacia su hija de 8 años Shiloh, que prefiere ser llamada John y vestirse de chico, no han abierto otro frente en el que su manera de actuar sirva de modelo.
Su capacidad para convencer y para contagiar sus inquietudes ha quedado especialmente clara en el caso de William Hague. El actual líder de la Cámara de los Comunes, un histórico de la política británica, ha anunciado que pondrá fin a su actividad parlamentaria para centrarse en trabajar junto a Angelina Jolie. Se conocieron hace cuatro años, cuando Hague -entonces ministro de Exteriores- asistió a una proyección especial de En tierra de sangre y miel, el debut de la intérprete como directora. Desde entonces, han aunado sus esfuerzos contra la violencia sexual en diversas regiones del mundo: juntos han viajado a la Repúblia Democrática del Congo o a Bosnia, y el político no pierde ocasión de elogiar a su colaboradora. «¡Angelina ha hecho tanto! -dice-. Ella sabe muchísimo sobre esto y está increíblemente dedicada a la causa». Sus palabras enlazan de manera natural con la última frase del artículo que Angelina publicó ayer en The New York Times, un lema motivador que no se les suele escuchar a muchas celebrities: «El conocimiento es poder».
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