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Mario Vargas Llosa e Isabel Preysler.

Sin Vargas y a lo loco

La boda entre el premio Nobel y Preysler tendrá que esperar varios años porque la prima del escritor, o sea su mujer, no parece dispuesta a facilitar las cosas

ARANTZA FURUNDARENA

Domingo, 19 de julio 2015, 14:40

Dicen que Patricia Llosa todavía lleva el anillo de casada. Otra cosa es en qué dedo... Yo creo que se lo ha puesto en el de hacer la peineta. Si a Vargas Llosa, como candidato a presidente, Perú le costó un disgusto, ahora el disgusto que él le está dando a su mujer le va a costar un Perú. El divorcio se adivina monumental, a la medida de una estrella planetaria de la literatura. Y difícil, porque, según ha publicado el portal Vanitatis, «la ley peruana exige el acuerdo de partes y ese litigio puede durar de cuatro a seis años años como mínimo». Así que teniendo en cuenta que el escritor cumplirá el próximo marzo 80 años y su flamante novia va para los 65, es muy probable que Isabel Preysler obtenga antes la licencia de la tercera edad (con sus abonos, descuentos y múltiples ventajas) que la de matrimonio.

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Y es que la prima de Mario no está por ponérselo fácil. La prima de Mario es Patricia, de 70 años, su esposa durante los últimos cincuenta y la mujer con la que el escribidor se casó tras separarse de su tía Julia. Durante mucho tiempo se creyó que Vargas Llosa era incapaz de enamorarse de otras mujeres que no fueran las de su propia familia. Ahora sabemos que no. Del mismo modo, muchos creíamos que después de lo de Fujimori (su rival político y auténtica bestia negra) el escritor sufría un rechazo visceral a los rasgos orientales. Tampoco ha resultado cierto. Como araña fumigada, Vargas ha caído rendido a los filipinos encantos de la reina de corazones, una mujer que lleva casi medio siglo demostrando un poder de seducción infalible. Si será pasión la de este hombre que hasta ha pasado por alto que una de las hijas de Isabel, Chábeli Iglesias, mantuviera en su día una amistad (amorosa, según algunos) con el susodicho expresidente peruano-japonés.

Después de tanto tiempo juntos, de tantos éxitos literarios, premios, artículos y conferencias pagadas a precio de oro, los Vargas Llosa tienen mucho capital que dividir, aparte de obras de arte, casas y pisazos repartidos por los barrios más selectos de Londres, Nueva York, Lima, Madrid... De todo era administradora, secretaria y gestora la todavía esposa del premio Nobel, ya que por lo visto él solo se ocupaba de lo que realmente sabe hacer: escribir. El genio con el que se quiere casar Isabel Preysler (eso les ha confesado a sus íntimos) no es ninguna perita en dulce; más bien parece de los que lo mismo te planchan un huevo que te fríen una corbata... Él se ha declarado alguna vez inútil total para lo cotidiano y doméstico. Un señor que hasta hace poco ha vivido sin móvil ni tarjetas de crédito es realmente alguien necesitado de asistencia permanente. Pero eso no es un problema para Isabel, que por lo visto ya ha empezado a organizar la vida de su novio enseñándole a manejar un teléfono celular y una Visa (platino, supongo).

¿Quieres ver mi apartamento? Así dicen que empezó el romance. Con una invitación por parte de Vargas Llosa para que Preysler conociera la suite del Eurobuilding en la que se instaló (todo un clásico) tras abandonar el domicilio conyugal... Y ella, fan de la decoración de interiores, subió a ver si el tapizado del sofá combinaba con las cortinas. Ahora Isabel (que, otra cosa no, pero durante un par de años demostró ser una esposa abnegada al cuidado de un marido enfermo), se revuelve ante los que insinúan que sus horas con Mario se remontan a la época en la que Boyer sufrió el ictus. «¡Eso es una barbaridad!», clama. Y repite que ella no ha roto un matrimonio. Lo cual es cierto: el que ha roto un matrimonio es él. Además, al resto de las hembras de la especie casi hasta nos conviene que Preysler esté enamorada. Con el peligro que tiene, peor sería que fuera por ahí sin Vargas y a lo loco.

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