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El convento de Katy Perry

El convento de Katy Perry

Dos monjas están complicando la vida a la estrella del pop, que quiere comprar su antigua sede. La juez ha dado la razón a la cantante, pero las religiosas dicen que su sentencia se basa en una mala traducción del latín

CARLOS BENITO

Domingo, 1 de mayo 2016, 22:13

La relación de Katy Perry con la religión ha sido problemática desde hace mucho tiempo. La cantante es hija de predicadores pentecostales y vivió una infancia itinerante, mientras sus padres -dos almas encendidas de fervor tras una juventud desenfrenada- iban fundando nuevas parroquias por distintos rincones de Estados Unidos. La pequeña Katheryn Elizabeth Hudson empezó a cantar en la iglesia a los 9 años y siguió haciéndolo hasta los 17, y la primera referencia de su discografía, antes de utilizar su actual nombre artístico, fue un modoso álbum de góspel. Pero, ay, la chica se hizo mayor y cambió bastante. Por supuesto, sus devotísimos padres no contemplan con mucha satisfacción sus escotazos ni sus sostenes en forma de 'cupcake', ni tampoco van por ahí tarareando éxitos suyos como 'I Kissed A Girl' ('Besé a una chica'). El señor Hudson llegó a llamarla «hija del demonio» en un sermón y asegura que, una vez que se le ocurrió asistir a un concierto suyo, se pasó todo el rato «llorando y llorando» por el extravío de una generación.

Pero, en los últimos años, el conflicto de Katy con la religión ha tomado derroteros muy distintos. La cantante está muy ilusionada, casi bordeando la obsesión, con la idea de comprarse el convento de las religiosas del Inmaculado Corazón de María en la barriada angelina de Los Feliz, una preciosa villa de estilo italiano con una parcela de más de tres hectáreas y espléndidas vistas de la ciudad. Las instalaciones llegaron a albergar a medio centenar de monjas, pero ahora mismo están vacías, después de que las cinco últimas, ya mayores, fuesen trasladadas en 2011 a otras residencias. El sueño inmobiliario de Katy Perry ha dado lugar a un agrio conflicto eclesiástico, ya que el arzobispo de Los Ángeles quiere venderle el convento pero las monjas se niegan en redondo: ellas ya firmaron un acuerdo con una empresaria que desea convertirlo en hotel y restaurante. Ambas partes sostienen que les asiste el derecho exclusivo a decidir lo que se hace con la propiedad.

Las religiosas, como se puede imaginar, no tenían ni la más remota idea de quién era Katy Perry antes de enterarse de sus tratos con el arzobispo, pero hicieron sus investigaciones en internet y contaron sus conclusiones al diario 'Los Angeles Times'. «Encontré sus vídeos y... si puedo decirlo así, no me sentí muy feliz», admitió la hermana Rita, una de las dos integrantes de la comunidad que están plantando cara ferozmente a las autoridades eclesiásticas. Su disgusto se incrementó cuando, en el descanso de la Super Bowl del año pasado, vio cómo hacían volar a Katy Perry por todo el estadio: «Pensé '¿es esa una manera de ganar dinero?'. A lo mejor yo también podría volar por ahí. ¡Podría ser la monja voladora!». Katy llegó a citarse con las religiosas: acudió ataviada con gran recato, les mostró el tatuaje de su muñeca que dice 'Jesús' e incluso les cantó 'Oh Happy Day'. Les explicó que quiere el convento para afincarse allí con su madre y su abuela, sentarse a meditar en el jardín y encontrarse a sí misma. Pero esa estrategia, quizá un poco descarada, no obró el prodigio de transformar a las dos monjas en entregadas fans. «Con la venta a Katy Perry, sentimos que estamos siendo forzadas a violar nuestros votos», escribió la otra irreductible, Catherine Rose.

Por 13,7 millones

El caso llegó a los tribunales californianos el verano pasado. Las religiosas argumentaron que el convento era suyo desde que, en 1971, lo compraron a bajo precio a un benefactor, que a cambio de la rebaja les pidió que lo tuviesen presente en sus oraciones. Añadieron, de paso, que cuando aquel protector dejó finalmente el mundo de los vivos, en 2014, la archidiócesis se apropió indebidamente de un legado de 170.000 euros. «Aunque hemos envejecido, nuestro número se ha reducido y no tenemos la salud física de antaño, seguimos siendo autosuficientes y hemos seguido gobernando nuestros asuntos», proclamó sor Rita. Pero, como medida cautelar, el tribunal paralizó el proceso de venta a la empresaria hotelera, a la espera de una valoración del Vaticano sobre el asunto.

A mediados de este mes, la juez dio la razón al arzobispo, basándose en el dictamen que emitió en diciembre el Tribunal de la Rota Romana. El camino parecía desbrozado para Katy Perry, que ha apalabrado el pago de 13,7 millones de euros por el convento, pero resulta que su peculiar vía crucis no ha acabado, porque las monjas acaban de contraatacar: aseguran que la sentencia parte de una traducción errónea de la resolución de la Rota, escrita en latín. Según la interpretación que hacen ellas, el tribunal de la Santa Sede está muy lejos de haber dado el visto bueno a nada, porque se ha limitado a transferir el asunto a otra instancia vaticana. En declaraciones a la Fox, la abogada de las religiosas ha sabido resumir el endiablado asunto en un eslogan afortunado: «¡Con estas monjas no se juega!». Quizá Katy Perry pueda convertirlo en el estribillo de una pegadiza canción pop.

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