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Diego Simeone y Carla Pereyra dan un paseo en bicicleta por Marbella durante el pasado verano. :: gtresonline
La tristeza del Cholo

La tristeza del Cholo

Simeone dejó en Buenos Aires a sus tres hijos hace cinco años. La lejanía pasa factura tras la herida de la Champions

FERNANDO MIÑANA

Lunes, 6 de junio 2016, 20:41

Alcanzar dos finales de la Champions en tres años es un éxito rotundo. Pero Simeone solo recuerda que en esos tres años él perdió dos finales y lo entiende como un fracaso. Los sentimientos se agitan y la herida escuece. «Es un momento para pensar», sorprendió, lacónico, tras la derrota en San Siro, el estadio donde no hace tanto los tifosi del Inter coreaban aquello de «Diego Pablo Simeone corre e lotta como un leone».

Diego Pablo Simeone (Buenos Aires, 1970) lleva cinco años lejos de Argentina. Allí dejó un matrimonio roto y tres hijos menores de edad a quienes condenó a crecer sin un padre a su lado. Los niños lo pasaron mal y él jamás olvidará el día que habló por teléfono y le explicó a Giulano, el pequeño, entonces ocho añitos, que se marchaba a España, a su Atleti, para dirigirlo. El niño tardó unos segundos en comprender que si aquello salía bien, estaría mucho tiempo a un océano de papá. Le preguntó si sería así. El Cholo, el icono del coraje, el entrenador hecho guerrero, se quedó mudo. No tuvo fuerzas para decirle nada. Solo un silencio.

Ahora se le intuye tierno, con la guardia baja, como asomó en la víspera de la final, en la rueda de prensa donde el periodista Fernando Carlos, de la ESPN, le puso delante de todos unas palabras del primogénito, Giovanni, de 20 años, y todo se le revolvió por dentro. No lloró. Ni le tembló la voz. Pero sus ojos lo decían todo. Añoranza. Pura añoranza. Y lo verbalizó. «Estar fuera del país y no estar cerca de los hijos no es fácil», dijo con pena.

Los niños aprendieron a vivir sin su progenitor. No les quedó otra. Los tres encontraron consuelo en el balón, lo más parecido a su padre que tenían a mano. Y se familiarizaron con él tomando como ejemplo al propio Cholo. Han ido saltando por los equipos inferiores de River Plate mientras escuchaban los cuchicheos de los compañeros, que les señalaban y acusaban de estar allí simplemente por ser hijos del mito.

Gianluca, el mediano, de 17 años, empezó cuando su padre aún jugaba en el Racing. Al principio se movía como volante, igual que el Cholo, hasta que decidió que quería jugar de 9, como Gio, el hermano mayor. Ahora lo lleva mejor, pero no se acostumbra. «Tener a papá lejos, en España, es jodido», se sinceró a 'La Nación'. Como Gio. «El día que se fue a Madrid hubo un corte fuerte».

Va a ser padre de nuevo

Pero aprendieron a volar solos. «No tenerlo cerca me ayudó a crecer», aclara Gio, con el carácter en el ADN. El día que había soñado toda su vida, le pilló subido al coche con su madre, Carolina Baldini, camino del dermatólogo con las piernas llenas de pus y un dolor insoportable. No lo podía creer. Le llamaban para entrenar con el primer equipo de River y no podía.

Su madre dio un volantazo y se fue al campo de entrenamiento. Al llegar, le soltó: «Te ponés los botines como sea y a practicar». El adolescente se tapó las extremidades subiéndose las medias por encima de las rodillas, apretó los dientes y a jugar. Al final acabó acudiendo a la pretemporada y debutando en la máxima categoría.

Luego aceptó el consejo del abuelo, Carlos Simeone, otro loco del fútbol, y se marchó cedido a Banfield en busca de los minutos que escaseaban en el Monumental. Allí ha copiado la costumbre del padre: llamarle antes del partido, para aclarar la mente. El Cholo también les telefonea al acabar. A veces sin salir del campo.

Es solo una de sus innumerables manías. Como estudiar el signo del zodiaco de un futbolista antes de ficharlo. O repetir la indumentaria hasta que la ensucie una derrota. O aferrarse a un rosario y rezar y santiguarse dos veces y besarse las muñecas. Supercherías que empiezan a copiar los pequeños Simeone. Gio también se besa los antebrazos. En uno, el derecho, se tatuó una caña de pescar y el logotipo de la Champions, una especie de brújula que le indica el Norte. «Si quiero llegar acá, antes tengo que empezar a romperla hoy», le recuerda. En el derecho la tinta le lleva a la familia a través de las tres G, la inicial de los nombres de todos los hermanos. Un detalle que también se puede ver en el brazo de Gianluca.

El entrenador se consuela en Madrid al lado de Carla Pereyra, la joven de 28 años a quien conoció haciéndose el encontradizo a la salida de los aseos de un restaurante. Comparten una vida sana en su casa de La Finca, en Pozuelo de Alarcón, donde tienen un huerto ecológico. En noviembre esperan su primer hijo en común, una niña que sí crecerá a su lado.

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