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RAFAEL M. MAÑUECO
Viernes, 26 de enero 2018, 01:00
Ayer debería haberse estrenado en los cines rusos la película satírica del director escocés Armando Iannucci 'La muerte de Stalin', pero su proyección ha sido prohibida a la espera de ser sometida a un informe jurídico. Y, a juzgar por la irritación que ha causado en el seno de la clase política, que ve detrás un episodio más de la «guerra ideológica» de Occidente contra Rusia, no parece que la cinta vaya a ser finalmente exhibida. Solamente una sala de Moscú, la Pioner, ha desafiado la orden y la ha puesto en pantalla.
El último trabajo de Iannucci, presentado en el Festival de Toronto y cuyo estreno en el Reino Unido se produjo en octubre, relata en términos sarcásticos la lucha de poder y las intrigas que se desataron en Moscú tras la muerte, el 5 de marzo de 1953, de Iósif Stalin, jefe del Estado y líder supremo del Partido Comunista de la Unión Soviética hasta ese momento.
Después de haber recibido los correspondientes permisos y cuando en las salas de cine del país ya estaba programada en cartel, 'La muerte de Stalin' fue visionada el lunes en un pase restringido por el ministro de Cultura, Vladímir Medinski, diputados, directores de cine, expertos y algún personaje más de relieve. La respuesta fue común y se resume con una palabra: repulsa. Hasta 21 personalidades del mundo de la cultura y la política, entre ellas, la hija del mariscal Gueorgui Zhúkov, expresaron por carta al ministro su estupor y el consejo asesor del departamento que dirige Medinski desaconsejó su estreno.
«Existe un límite moral entre el análisis crítico de la historia y el escarnio», manifestó el mandatario al día siguiente de ver la película. Según sus palabras, «mucha gente de edad avanzada, y no sólo ellos, la han percibido como una burla insultante de su pasado soviético, de un país que derrotó al fascismo, del Ejército, de la gente en general...». Medinski advirtió a la distribuidora que una caricatura tan grotesca del régimen de Stalin resulta especialmente «inoportuna» en vísperas de que, el próximo 2 de febrero, se celebre el 75 aniversario de la victoria sobre las tropas hitlerianas en la sangrienta batalla de Stalingrado, hito bélico que sentó las bases de la derrota que sufriría la Alemania nazi dos años más tarde.
El 'consejo de sabios' adscrito al Ministerio de Cultura, del que forma parte el conocido cineasta ruso Nikita Mijalkov, cree que 'La muerte de Stalin' contiene elementos «extremistas» y constituye «un ejemplo claro de la guerra ideológica contra Rusia» que, según su punto de vista, están librando Europa y Estados Unidos. Los 21 firmantes de la carta denuncian que a los protagonistas personificados en la cinta -Nikita Jrushiov, que terminaría siendo el nuevo dirigente soviético; Lavrenti Beria, el temible jefe del letal NKVD; Viacheslav Mólotov, ministro de Exteriores; o los mariscales Konstantín Rokossovski y Zhúkov- los presentan como «un atajo de idiotas». Además, estiman que el filme ofrece un visión «calumniosa» y «humillante» para los soviéticos que lograron la derrota de Hitler, dejando en ello millones de muertos, y lamentan en particular que a Zhúkov -uno de los principales símbolos de la victoria, aunque no hay unanimidad entre los historiadores sobre el supuesto papel decisivo que le otorgan en la batalla de Stalingrado- le hagan aparecer como un «payaso».
Para Elena Drapeko, vicepresidenta del comité de Cultura de la Duma (Cámara Baja), la película de Iannucci es «extremista», algo «de una repugnancia nunca vista» que «trata de convencernos de que nuestro país es horrible». A su vez, Nadezhda Usmánova, portavoz de la Sociedad Histórico-Militar de Rusia, sostiene que «no se puede mostrar en las salas de cine» porque «insulta nuestra historia y ofende a la gente». Ante tal aluvión de críticas, Medinski optó por retirar a la distribuidora Volga el derecho de exhibición concedido. Eso sí, el ministro aseguró que en Rusia «no tenemos censura» y que tampoco temen «las críticas a nuestro pasado». Una línea argumental plenamente asumida por el portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov.
En 1956, durante el XX Congreso del Partido Comunista de la URSS, se condenó el «culto a la personalidad» de Stalin. Se inició una desestalinización que, aunque no se culminó completamente, sí sirvió para hacer desaparecer del país todos los monumentos dedicados al dictador, así como sus publicaciones en librerías y bibliotecas. Tras la caída del comunismo y la desintegración de la Unión Soviética, ya en la época de Borís Yeltsin, se intensificó la condena de los crímenes de Stalin y el reconocimiento del sufrimiento padecido por las víctimas.
Sin embargo, con el actual presidente, Vladímir Putin, la tendencia va en la dirección contraria: rehabilitar a Stalin, cuya siniestra figura se agita de forma intimidatoria contra los «enemigos» exteriores e interiores. Putin cree que, pese a sus defectos, «Stalin industrializó el país y venció a los nazis». El jefe del Kremlin se ha apropiado de esa victoria y cada año la celebra con mayor aspaviento, hasta incluso las efemérides de cada una de las batallas más importantes.
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