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MARINA COSTA
Sábado, 23 de mayo 2015, 00:27
Mirar el mundo con los ojos de Vicente Valls es observar la vida al detalle, admirar la sencillez y la belleza de los espacios cotidianos y empaparse de la esencia de las pequeñas cosas. A sus 82 años, el pintor emérito de Burjassot está rodeado de los dos colores que iluminan su vida: su familia y su obra.
Su trazo certero, casi de cirujano, lleva más de medio siglo 'fotografiando' paisajes típicos de Burjassot, de la Albufera, de muchísimos rincones de l'Horta y de tierras valencianas. Vicente ha sido dibujante, restaurador, creador de muebles, de retablos... un artista polifacético, que asegura haberse jubilado ya de pinceles y acuarelas. Aunque su pasión por el arte y la pintura sigue siendo como la del primer día.
Un homenaje
El artista recibió recientemente un homenaje de la asociación cultural 'El Piló', con la exposición de algunas de sus obras, «por su dedicación» artística y su amor por la 'terreta'. La Plaça del Pouet o el Patio de Los Silos han posado para Vicente con la belleza que rezuman estos lugares cargados de historia. Alquerías, bodegones, objetos del día a día... el mundo pictórico de Vicente refleja lo auténtico de todo lo cotidiano.
Ahora, uno de estos trabajos puede verse y forma parte del recorrido guiado que Burjassot acaba de poner en marcha para dar a conocer los entresijos del llamado granero de Valencia, el almacén subterráneo de trigo construido a finales del siglo XVI. Una imagen del patio de Los Silos en un día de fiesta, con vecinos empinando el catxirulo o vendiendo artículos caseros, surgió de la imaginación de Vicente entre 2004 y 2005.
«De pequeño se iba allí a volar cometas y estrellas que fabricábamos nosotros mismos con cañas y carteles de películas. También había días de varietés y venían cantantes. Ponían un tablao en la zona donde no había pilones. Allí iban las chicas sin novio y las sacabas a bailar», repasa Vicente con una sonrisa nostálgica.
Así fueron apareciendo uno a uno los personajes que pueblan este paisaje de Burjassot en el que puede apreciarse cada detalle, desde unos pequeños cuchillos y las madejas de hilo sobre un pañuelo en el suelo o la traca desplegada en primer término, a punto de dar el trueno festivo.
Vicente nació en Benimaclet, pero pronto pasó a ser burjasotense de adopción y de corazón. «Aquí estudié en la Escuela de Artes y Oficios, dibujo lineal, modelado de barro, acuarelas, óleo... de todo. Dibujábamos en cuartillas y nos pasábamos horas y horas pintado. No disponíamos de muchos medios», recuerda el pintor.
Después de la guerra, «mis padres no podían costear una carrera». Vicente fue aprendiendo poco a poco el oficio de la pintura observando todo lo que le rodeaba. Todavía recuerda, con lágrimas en los ojos, la primera caja de colores de madera de nogal oscura que le fabricó su tío Paquito, empleado en un taller de arreglos y reparaciones que trabajaba para la Catedral de Valencia haciendo remiendos de esto o aquello.
Su vida ya nunca se apartó de la pintura. Vicente no ha contado nunca sus trabajos pero su casa, convertida a la fuerza en museo, está repleta de acuarelas, cuartillas, retratos, azulejos, retablos.... recuerdos de toda una vida de colores a la que Vicente, pese a las dificultades, sigue dando pinceladas con la ilusión del primer día.
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