El amor que surgió de la dana
Josep Roig y María Pérez se conocieron en Catarroja donde él, de Albalat dels Sorells, fue como voluntario: «En medio del desastre, siempre lograba sacarme una sonrisa», dice ella
"Y tú, ¿cómo has podido entrar aquí?", pregunta María Pérez mientras accede, junto a su amiga Leticia al interior del todoterreno que Josep Roig ha tomado prestado de un vecino. »Porque me creí que podía llegar, quiero que la ayuda de Albalat dels Sorells, mi pueblo, llegue donde más se necesita«, contesta él. Es 3 de noviembre de 2024, el voluntario de 42 años ha logrado acceder al municipio de Catarroja pese a que cada vez, los controles en las entradas a las localidades afectadas por la dana son más robustos. Esa mañana, como todas desde el día 30 de octubre, había puesto rumbo l'Horta Sud.
«En la tarde-noche del 29 de octubre, cuando vi por los medios de comunicación lo que estaba pasando a nuestros pueblos de la otra parte de Valencia no lo podía creer. Al día siguiente, al ver la inacción de políticos y autoridades, hablé con el alcalde de mi localidad y le pedí que me dejase algún lugar para recoger cosas y llevarlas a algún punto de los afectados con mi furgoneta», comenta Roig. A través de redes sociales, grupos de difusión y el bando municipal, los poco más de 4.000 habitantes de Albalat dels Sorells respondieron en masa a la llamada.
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«Llené la furgoneta y me fui para la zona afectada, como hicieron muchos otros. Lo que ví era una imagen apocalíptica, mi cabeza no procesaba todo lo que iba viendo. Iba todos los días y me fijaba en que la única manera de acceder a las zonas afectadas era un todo terreno porque mi furgoneta, que iba llena no daba para tanto. Un vecino, José María, vino el día 1 de noviembre con unas botas por si alguien las necesitaba y le dije, yo lo que necesito es tu coche. Me dio las llaves y gracias a eso la verdad es que estamos María y yo aquí».
Dos días después, otra habitante de Albalat, le dio a Roig una caja con una karcher y medicamentos: «Me pidió que se la llevase a un familiar de Catarroja, así que allí volví con dos amigos, uno de ellos bomberos a los que dejé en Sedaví porque también tenían a conocidos. La mujer, me había hablado de que fuese a un colegio, Paluzié, pero no tenía la ubicación, así que entré en el pueblo y me encontré con María y su amiga».


«Un tío que estaba en la Iglesia de San Miguel tenía un excel con las necesidades que iba detectando, sobre todo de gente mayor», explica ella. «Cada día iba a Catarroja a repartir, dimos lavadoras, una empresa de las Islas Canarias se puso en contacto conmigo y me donó 250 colchones», añade él. «Puede parecer cursi o quizás se puede malinterpretar pero con el tiempo me di cuenta de que con Josep me pasaba algo así como ocurre en La Vida es Bella, que el padre intenta darle la vuelta a la realidad a su hijo para que no sufriese, eso fue para mí, en medio del desastre siempre me sacaba una sonrisa», explica María cuyo edificio, como tantos otros, sigue sin tener el ascensor arreglado. «Yo me iba cada día a casa, iba por la V-30 y ya todo cambiaba, pero ella se quedaba allí. Nosotros, como el resto de la sociedad valenciana, no sólo repartíamos cosas, también les escuchábamos, les intentábamos hacer ver que estaban menos solos».
«Al ver la inacción de políticos hablé con el alcalde de mi pueblo y le pedí algún lugar para hacer una recogida»,
Josep Roig
Un par de semanas después, María tenía una cita médica en Valencia. «Evidentemente ni yo ni ninguno de mis familiares teníamos coche, así que fui en taxi, pero al volver, hablándolo con Josep, dijimos de ir a cenar a un japonés concreto al que ninguno había ido. Era la primera vez que salía de la zona cero», añade ella.
Las botas y la ropa que se convirtieron en el uniforme en aquellos días se quedaron en casa. Al menos por unas horas. Y desde entonces... «Pues los repartos eran todavía más bonitos. De hecho, después de aquella cena, enviamos una foto de los dos juntos a una señora a la que habíamos ayudado y ya nos había preguntado si éramos novios», comentan ambos entre risas. Disfrutaron de su primer restaurante japonés juntos y descubrieron su pasión por bailar salsa y bachata. Ahora continúan ayudando como siempre pero diferente «porque todavía queda mucho que hacer para volver a la normalidad».
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