Edison Tanasa nació en Rumanía pero reside desde hace 25 años en Valencia, donde tramitó la nacionalidad española de la que con tanto orgullo se expresa a todo el que le pregunta. Tras pasar por varios negocios de hostelería es el propietario de Edi's Bar, en la Avenida de Murcia número 16 de Catarroja. Su caso es el de miles de pequeños empresarios. La barrancada del pasado 29 de octubre arrasó con todos los bajos de este barrio que, desde entonces, tiene que convivir con el cementerio de coches aplastados que tienen como panorama cuando abren las ventanas de casa. «La cocina se ha convertido en la trinchera desde donde intentamos ayudar. El pueblo salva al pueblo y el barrio salva al barrio», resume Edi a este periódico para resumir la transformación que ha sufrido su bar.
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La realidad casi un mes después de la tragedia es que su establecimiento, que está en un buen punto estratégico porque hace esquina con una de las calles más transitadas por vecinos y voluntarios que siguen trabajando en el barrio, se ha convertido en un comedor social. Todos los días, allí se sirve comida caliente (en unas cocinas portátiles puesto que las del local están destruidas) para los vecinos que lo necesitan. También, así fue testigo este periódico, para los militares y miembros de las fuerzas de seguridad, como la Guardia Civil, que están trabajando en el barrio sacando lodo y barro de los bajos y los garajes.
«Mi familia se salvó por varias intuiciones», resume el hostelero al recordar su experiencia personal de aquel fatídico día donde se desbordó el barranco del Poyo: «Estaba en el bar y cuando vi que llegaba un poco de agua y aquí no estaba lloviendo pensé que el barranco se había desbordado o algo había pasado y cerré lo más deprisa que pude. Vivo a 300 metros de casa y cuando llegué el agua me llegaba casi por la cintura. Mi mujer también llegó a casa antes porque mi niña tenía un Paiporta un cumpleaños esa tarde que gracias a dios lo cancelaron». Ahí, comenzaron a llegar las imágenes más angustiosas para los vecinos: «Cuando llegó la señal de alarma estábamos en casa, con la calle totalmente inundada. Desde el balcón vimos a gente a la que se la llevaba el agua. Ha pasado casi un mes y me cuesta aún dormir porque no paro de recordar los gritos de la gente pidiendo auxilio, el sonido del torrente del agua y la impotencia de no poder hacer nada. En mi finca tiramos cuerdas a dos personas que no llegaron a tiempo de subir a casa. Una pudo aguantar toda la noche agarrada a la cuerda pero la otra no aguantó, se soltó y se la llevó la corriente sobre las dos de la madrugada».
Tras esa noche donde nadie pudo dormir, el barrio se despertó sin más ayuda que las dos los propios vecinos. Es cuando Edison tuvo claro lo que hacer con su local y las posibilidades que tenía a la mano: «A los dos días ya habíamos montado un punto de reparto de productos y comida caliente y algunos vecinos me dejaron sus bajos para poder almacenar. Nos hemos dedicado a apoyar a la gente del barrio y a todos los que han venido a ayudar. Estoy cabreado y enfadado, porque no entiendo nada de lo que ha pasado, y lo único que podemos hacer es ayudarnos entre nosotros. Ya tendremos tiempo para hablar de lo otro».
El único momento de la conversación donde se tensan sus facciones es cuando se dispone a explicar su experiencia de primera mano, como afectado directo, de la respuesta a la emergencia en los días posteriores: «El ayuntamiento es el único que creo que se puede salvar porque la Generalitat y el Gobierno de España directamente nos abandonaron desde que ocurrió la tragedia. Nos sentimos abandonados porque no sentimos su apoyo». Edison echó en falta los primeros días de la tragedia, la presencia del ejercitó en Catarroja y detalla el primer día que vio vehículos militares en este pueblo de L'Horta Sud: «Tengo pruebas, con fotos y vídeos, donde se demuestra que la primera vez entraron vehículos militares en nuestro barrio fue el día de la visita del Rey Felipe VI, Pedro Sánchez y Carlos Mazón a Paiporta. Cinco días después de la tragedia. Hasta ese día no vimos a ninguno. Tardaron mucho en reaccionar y eso es lo que ha cabreado a la gente. No entiendo cómo es posible que cuando hay una emergencia en otro país, se movilizan y en menos de 24 horas ya están instalados y aquí en Valencia, en España, se tardó tanto en desplegar al ejército. ¿Por qué? Los primeros militares que vinieron a ayudar eran voluntarios, sin uniforme del ejército. Los primeros vinieron por su cuenta».
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A la hora de comenzar la reconstrucción del bar, una vez se ha limpiado de lodo y barro toda la instalación que ha dejado la marca de agua por encima de los dos metros, agradece la ayuda privada que ha comenzado a tener: «Se pusieron en contacto conmigo de Marina de Empresas, de Juan Roig, y me dijeron que no me preocupara y que me daban una ayuda para poder volver a abrir el bar. Me han concedido una ayuda a fondo perdido que ahora tengo que demostrar que me voy a gastar en la reforma para poder abrir. Es lo que me da fuerza para seguir porque del seguro no sé cuándo cobraré». Sobre la ayuda pública que le pueda corresponder, hace un apunte: «Con la ayuda pública hay que reflexionar mucho sobre eso. En la pandemia perdí mucho más, accedí a la ayuda pública y al año siguiente tuve que pagar muchísimo dinero porque todo eran créditos y luego pago de impuestos sobre ese dinero porque tienen mucha letra pequeña. Después de aquella experiencia, ahora si la puedo evitar la evitaré».
Testigo de la conversación, porque ha entrado al bar a ayudar, se encuentra Diego Aranguren. Uno de los vecinos de Edi, que vive en un bajo de la misma calle, y que relata su escalofriante experiencia de ese día: «La barrancada me pilló de lleno. Salí de casa a las siete para poder salvar la furgoneta y volví sin ella, como pude, a las dos de la madrugada. El bajo donde vivo ya estaba inundado. Pude salvar la vida, porque estuve a punto de perderla, y sólo por eso debo estar contento. La nevera se había tumbado pero estaba empotrada y lo que hice fue poner encima un colchón y subirme encima. Allí estuve, a oscuras, toda la noche. Cuando pude bajar de allí, el escenario que me encontré de mi barrio era el de una guerra». Diego relata lo que sucedió desde ese momento en ese barrio de Catarroja: «Nos hemos ayudado todos los vecinos. Edi me dio por ejemplo una cama, unas mantas y un hornillo con el que he podido ir haciéndome de comer. Esta es la fuerza de los barrios de toda la vida porque aquí los primeros días no vino nadie. Nadie. Los primeros en llegar fueron los chavales que venían andando desde San Marcelino, cargados de botellas de agua y de mochilas con comida para ir repartiendo a la gente».
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La conversación sucede mientras los voluntarios que han venido ese día desde Madrid, preparan la comida que se va repartiendo, en tuppers calientes. Algunos vecinos mayores, como Manuel, no pueden contener las lágrimas cuando recibe en una bolsa esa ayuda, mientras consuela a otra vecina que reconoce que está sobrepasada por todo lo que ha ocurrido y que necesita que le suban agua a casa. Otro, que había recibido el último tupper caliente de arroz, lo saca de la bolsa y se lo cede a un militar que se había acercado por si quedaba algo para comer, tras muchas horas sacando lodo. El uniformado tampoco puede contener el gesto de emoción con ese gesto del vecino, al que se lo agradece.
Esa esa es la realidad que siguen viviendo barrios trabajadores como éste de Catarroja, que tienen claro que se van a levantar con la ayuda de su músculo social. Unos aportan un bote de pintura para que Edi pueda comenzar a pintar en cuanto se seque toda la humedad y el seguirá poniendo comida caliente, encima de la dos mesas que ha podido rescatar del barro, para que los vecinos que más lo necesitan, y que siguen sin tener movilidad para ir a hacer la compra, puedan comer de caliente. El barrio salva al barrio.
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