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Rafael m. mañueco
Viernes, 17 de julio 2015, 20:05
El pasado jueves, el primer ministro ruso, Dmitri Medvédev, dispuso la creación de un grupo de trabajo para preparar la inhumación de los restos mortales del príncipe heredero Alexéi y de su hermana la gran duquesa María. Sus osamentas fueron halladas cerca de Ekaterimburgo en julio de 2007, en una fosa distinta a la del resto de los miembros de la familia imperial rusa, y permanecen desde entonces en el Archivo Estatal a la espera de recibir sepultura.
La causa de esta dilación ha sido el rechazo de la Iglesia Ortodoxa rusa a reconocer como auténticos los restos del último zar, Nicolás II, y de toda su familia, pese a que tal certeza fue establecida hace tiempo y la Fiscalía General rusa volvió a ratificarlo en 2008. Ahora, tras un último análisis de ADN a partir de los huesos de María Shéstova -la abuela del Miguel I, el primer Zar de la dinastía de los Románov- la Iglesia rusa ha modificado su actitud y dado luz verde para el solemne entierro, cuyas fechas quedan por determinar.
Nicolás II y su familia fueron fusilados en la noche del 16 al 17 de julio de 1918 por pistoleros bolcheviques en el sótano de la casa Ipátiev, en Ekaterimburgo, sin juicio previo ni defensa. Sus asesinos intentaron hacer desaparecer los cadáveres quemándolos con ácido y gasolina.
Todos los cuerpos, salvo los de Alexéi y María, fueron encontrados en 1979, pero no fueron exhumados hasta 1991.
La identificación de los cadáveres se llevó a cabo en Londres y recibieron sepultura en 1998, en el panteón real de la Fortaleza de San Pedro y San Pablo, en San Petersburgo.
Sin embargo, parte de los descendientes de la dinastía Románov y la Iglesia Ortodoxa rusa se negaron a reconocer que los restos encontrados pertenecían efectivamente al Zar y a su familia. Casi una década después, también en el camino de Koptiakí, fue encontrada otra fosa con los huesos de Alexéi y María.
Se rumorea que el presidente, Vladímir Putin, estaría sopesando la posibilidad de invitar a los descendientes de la familia imperial a trasladarse a Rusia, lo que, en principio, implicaría la devolución de algunas de sus propiedades.
Junto con el entierro del príncipe y su hermana, se trataría de cerrar una página de la historia del país tan trágica como fue el brutal asesinato del último zar y los suyos, que marcó el final violento de la Monarquía rusa tras la Revolución de 1917.
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