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marcela valente
Viernes, 14 de agosto 2015, 19:35
Buenos Aires tiene millares de sitios para comer rico. La variada oferta puede satisfacer a los más diversos paladares y adecuarse a cualquier bolsillo. Pero si lo que se busca es una experiencia culinaria y antropológica, un viaje al interior de la identidad porteña, entonces habrá que aventurarse por los bosques de Palermo y probar el choripán de El Puestito del Tío. El choripán es el acrónimo que alude al sándwich de chorizo, imprescindible en la previa de los asados cuando los comensales van llegando y aún no se sientan a comer. El embutido, hecho con carne de cerdo y vacuno, se sirve con pan y salsa chimichurri, una mezcla potente y misteriosa de vinagre, aceite y condimentos varios.
Los precios de El Puestito del Tío son accesibles, 4 euros, pero se paga solo en efectivo. Don Alfredo se sienta cerca de la parrilla y canjea los billetes por unas fichas de colores que varían según el pedido. Con esos vales rudimentarios -y sin que la transacción quede registrada en ningún lado- el cliente reclama su bocadillo en la parrilla y puede ver cómo se cocina su choripán.
Su consumo se extiende a todas las clases sociales y el aroma que despide sobre la parrilla está inscrito en el adn nacional. Si no es en casa los domingos, el choripán se come a la salida del estadio de fútbol o mientras se espera al tren en las estaciones. Pero el puestito no está cerca de nada. Hay que salir a buscarlo. Claro que encontrarlo tiene su recompensa. Además de choripán, el tío ofrece sándwiches de churrasco, de cerdo o hamburguesas. Todo está rico, pero "el chori", como él dice cariñosamente, es la estrella de la carta. Sabroso, un poco picante, crocante y servido en compañía de cualquier otra cosa, es el punto álgido de la visita gastronómica a la ciudad.
El Puestito del Tío no llega a la categoría de local, ni de restaurante, ni de bar pero los clientes lo hicieron popular y las guías de turismo ya no pueden ignorarlo. Un habitual que llega temprano a almorzar da fe de que la tradición viene por lo menos de diez años atrás. "El chorizo es extraordinario. Ninguno lo supera", sentencia con el tono definitivo de un experto en el asunto.
Por épocas, el puestito parece un kiosco, pero en realidad es un tablón de madera sobre caballetes con una parrilla. Y sin techo. Tampoco hay baños donde lavarse las manos antes de probar la delicatessen y los parrilleros se turnan para ir al lavabo de una escuela que está cerca. El cliente que llega se encuentra con una terraza a la intemperie, unas pocas mesas y sillas, un tronco donde sentarse y alguna sombrilla. Que habiliten más o menos sitios depende del tiempo. Tampoco se reparten vasos o cubiertos, un local en precario en el que nada aleja la atención del manjar y de las vistas, un horizonte verde pese a que se encuentra en plena ciudad.
Cuatro euros
El puestito no tiene dirección de correo, ni teléfono ni aparece en las redes sociales. Pero dista de ser lo que el antropólogo francés Marc Augé define como un no lugar, esos que no aportan a la identidad de un país como los aeropuertos o las autopistas. Este sitio está en algún punto sobre la avenida Dorrego, entre Figueroa Alcorta y Lugones, y es argentino al cien por cien. Está en el corazón de los bosques de Palermo, a metros del hipódromo y cerca de avenidas muy transitadas. No hay casas, edificios ni comercios a la vista. Y se divisa a lo lejos, junto a los bosques y parques por donde los porteños salen a correr porque humea. Otros puestos de comida compiten con el tío, pero ninguno le hace sombra.
"Esto es el paraíso", clama uno de los clientes mientras espera su bocado. "Yo me siento acá y soy Gardel". El hombre es taxista y cuando le pilla cerca una carrera para a comer. Se sienta en un tronco que hace las veces de banco, mira los árboles, escucha el canto de los pájaros y regresa a lo suyo satisfecho y con el estómago lleno.
El precio del choripán es el otro atractivo, además del sabor. Es accesible casi para cualquiera porque cuesta 4 euros. Y no es raro ver estacionar delante del puesto coches importados de los que se apean hombres con traje y corbata... hambrientos. "Acá vienen abogados, jueces, deportistas, actores, señoras finas", enumera Alfredo, el famoso tío, que tiene 66 años. "En verano o en invierno, de día o de noche. A cualquier hora".
Cuenta Alfredo que el negocio se llama así porque lo empezó con su sobrina hace 17 años. Ella se encargaba de la parrilla y lo llamaba: "tío, tío", una operación de marketing sencilla pero redonda. Un día la muchacha le dijo que no quería ser parrillera toda la vida y se apuntó a estudiar Derecho. "Ahora es abogada, tiene auto, tiene todo", cuenta el tío orgulloso, que saca adelante el local junto a dos empleados.
Calcula que entre el lunes y el viernes pasan por allí más de 200 clientes al día y los fines de semana son muchos más. "La gente nunca va a dejar de comer. Puede no gastar en zapatos o en otra cosa, pero comer va a comer siempre", razona. Acuden locales y turistas. "Alemanes, españoles, italianos, brasileños Les gusta porque cuando terminan, levantan el pulgar". Señal inequívoca.
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