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La 'Araña infernal' y los silbatos protagonizan un disparo de lo más original
En Abu Dhabi, la capital de los Emiratos Árabes Unidos, hay un circuito de Fórmula 1 con un parque de atracciones de Ferrari.
Paraísos artificiales

Paraísos artificiales

Muchos llegan a Dubai para ver hasta dónde alcanza su capacidad de gastar dinero. Abu Dhabi es más humana, caótica, tiene aceras... y un circuito de F-1

íñigo domínguez

Miércoles, 19 de agosto 2015, 19:52

La isla artificial con forma de palmera de Dubai es famosa. Son algo menos de 300 islotes creados a base de echar paladas en el mar. Vistos desde el aire componen el mapa del mundo. Se vendían a tanto el kilo para construir zonas residenciales de lujo. Te puedes comprar la isla de Alemania o la de Japón, un suponer. The World, El Mundo, se llama, sin ningún reparo, pero se ha quedado en mapamundi, un desierto en medio del agua. La crisis de 2008 paró todo y casi hunde a Dubai. Por suerte sus vecinos de Abu Dhabi les echaron una mano.

Pero esto no es lo que se va a ver a Dubai. Aquí el turismo es ver lo que se puede hacer con el dinero, hasta dónde se puede llegar, no lo que no se puede hacer. También muchos vienen para ver hasta dónde llega su capacidad de gastar el dinero, como si fuera el máximo nivel de dificultad de un videojuego. Cristiano Ronaldo, por ejemplo, pasó la navidad con su novia en el hotel Atlantis, en una habitación submarina con acuario de 500 euros la noche. Uno está en la cama viendo rayas y tiburones. También algún mero. No sé si te vienen ganas de hacer cositas delante de un mero.

Mi amiga Lola y yo admiramos el acuario del Atlantis, un mamotreto fastuoso que se levanta como un palacio de las mil y una noches al final de la isla de la palmera. Al menos te dejan entrar. En el Burj al-Arab, el hotel más alto del mundo y el único de siete estrellas, solo puedes pasar si eres cliente o tienes reserva en alguno de los bares o restaurantes. No se puede ir a mirar. Ver el lujo es un turismo muy contemporáneo, de anhelo de estatus. Llamamos y nos dicen que lo mínimo, lo más cutre, son 75 euros por una Coca Cola en el bar de la recepción. Con eso se ahorran poner en la puerta un detector de gilipollas: si aceptas está claro que lo eres.

No sé cuánto se puede volver uno loco haciéndose tan millonario tan rápido, pero supongo que mucho. Los emiratíes están obsesionados con las marcas y son consumistas natos. Richard Poplak, en un divertídismo libro sobre la benéfica influencia conciliadora del pop y la tele ochentera en los países árabes, encontró en Dubai un taller que tuneaba cochazos como bátmoviles para los magnates. Es que el museo de la Historia de Dubai se ve en 20 minutos. Cuando empezó a exportar petróleo, en 1969, tenía 59.000 vecinos. Menos que Zamora, para entendernos. Ahora son más de dos millones. Imaginen que en la meseta castellana un día descubren petróleo y plantan Las Vegas en medio de la estepa para hacer bonito. Pues eso. Los libros sobre Dubai que te venden son de ese estilo: Construyendo una nación, El nacimiento de una nación... Están muy orgullosos de lo que han hecho, y es normal.

Los Rolling y Bon Jovi

A principios del siglo pasado eran un puñado de beduinos y pescadores de las perlas. Ganaban 300 rupias al año por cincuenta inmersiones al día de tres minutos y la sal les comía las retinas. Ahora todos están mantenidos por el Estado, tienen metro y paradas de bus con aire acondicionado. De ahí los murales de idolatría y autocelebración en estos países con fotones de sus jeques. Las dos principales ciudades de los Emiratos tuvieron la suerte de contar con dos hombres inteligentes en el momento justo. En Dubai el genio que está detrás de esto es Rashid bin Saeed Al Maktoum, que gobernó desde 1958 a 1990 y ya pensaba en inventar algo para cuando se acabara el petróleo. Apostar por la tontería humana siempre es un gran negocio. En Abu Dhabi fue Zayed bin Sultan Al Nahaya, emir de 1966 a 2004. No hubo primavera árabe en los países forrados, claro, solo en Bahrein.

Abu Dhabi, a una hora en coche por autopista, es la ciudad más rica del mundo. Es más humana, más caótica, tiene aceras. Dubai es una maqueta sin alma. Para ver una mezquita tienes que buscarla, y en Abu Dhabi han optado por construir una de las más grandes del mundo, con la lámpara de araña y la alfombra más grandes del mundo. Aunque quizá es más conocida por ser esa donde Rihanna se hizo fotos con posturitas. La mezquita es deslumbrante y vacía. Fui un viernes a mediodía, la principal oración de la semana, y allí no rezó nadie. Está a desmano y parece más para los turistas, para presumir. Abu Dhabi le ha dejado el pijerío de compras a Dubai y se está volcando en el rollo cultural. Todo es preguntar cuánto es y comprárselo. ¿Una mezquita colosal? ¿Un Louvre? ¿Un Guggenheim? Sí, sí, andan construyendo dos sucursales de ambos museos.

Tocaron los Rolling Stones el año pasado. En octubre va Bon Jovi. Hay un circuito de Fórmula 1 con un parque de atracciones de Ferrari. Quise subir a su brutal montaña rusa, pero vaya precios. Las entradas eran por categorías: bronce, plata y oro, de 60, 90 y 125 euros. Cómo son, les gusta hacerte sentir pobretón, siempre marcando jerarquías. O, visto de otro modo, como decía una señora del mundo de la moda en un publirreportaje de Dubai: "Ves logotipos de marcas todo el tiempo; así, en un determinado momento, sientes la necesidad de conseguirlas para estar a la altura". Yo decido no subir de clase, ni subir a nada y me las piro.

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