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íñigo domínguez
Miércoles, 26 de agosto 2015, 19:51
Como voy a lo que salga no he buscado entrevistas. Pero una sí, porque lo poco que tengo claro del viaje es que va de desmitificar el miedo al islam y de cómo tomarle un poco el pelo. Por desdramatizar, que estamos en verano. En Doha, la capital de Catar, vive uno de los dibujantes más conocidos del mundo árabe, Khalid Albaih, que se hizo famoso en la revolución de plaza Tahrir de El Cairo cuando una de sus imágenes se convirtió en símbolo de las protestas. Desde entonces sus dibujos, contra los políticos o la religión, aparecen en las paredes de Yemen o Beirut. Hasta hace dos años nadie sabía quién era, pero lo sacaron en el New York Times. En la oficina se enteraron ese día de su identidad secreta, porque la normal es de funcionario en la autoridad de museos de Catar, y allí me espera.
Es un refugiado sudanés, que ha vivido en Europa, alto y sonriente. Le pregunto cómo es posible trabajar con el humor para criticar un sistema sin ningún sentido del humor. "Trabajo en torno a esos límites, empujando cada vez un poquito más, porque no sabes dónde está la línea roja", explica. Una vez, por ejemplo, dibujó al emir, algo que nunca había hecho nadie. Se quedó esperando a ver qué pasaba -se coloca las manos en la cabeza- pero no ocurrió nada. La siguiente vez ya no será la primera, es una barrera que ha caído.
"Intento impactar a la gente, pero que piense. No impactar para ser ofensivo. Quiero transmitir un mensaje y si ofendes, no pasa". Por eso, deplorando por supuesto el atentado, no comparte el estilo de Charlie Hebdo. Cree que no va a ninguna parte. "Esta gente, muchos musulmanes, no tiene nada. No tienen héroes, ni uno en deportes, ciencias o en política. El único es Mahoma, se lo enseñan desde pequeños. La gente siente que su país está ocupado o controlado por Occidente, con dictadores que han apoyado ellos: Ben Ali, Mubarak, Gadaffi, Sadam. Solo tienen a Mahoma, y te dicen que eres un idiota por seguirle. ¿Cuál es el mensaje? Aquí no hacemos viñetas porque son divertidas, nos jugamos la vida a diario porque queremos decir a la gente lo que está pasando, que piense. No apuntarle con el dedo y decir que es estúpida".
Khalid recuerda que en Occidente se habla mucho de la amenaza del terrorismo islámico, pero que la mayor parte de sus víctimas son musulmanes. Él, como muchos otros dibujantes o activistas, se anda con cuidado. Echa pestes de Arabia Saudí e Irán, "que viven en el pasado y usan la religión para mantenerse en el poder". Para ver si lo he entendido bien, tiro el bolígrafo al otro lado de la mesa: "Tú quieres llegar allí, pero no puedes hacerlo así, de golpe. Sino poco a poco". Y le doy golpecitos para hacerlo avanzar. "Exacto. Y está funcionando. Muchas cosas están cambiando, hay mucha apertura, libertad de expresión, en la tele, en las redes sociales".
Entonces le planteo qué pasa con la religión, porque el famoso libro sagrado no se puede discutir. "Sí, sí puedes. En el islam siempre ha habido mucho debate, desde hace 1.500 años, pero ahora la religión está parada. Antes estaba muy avanzada y era parte de la sociedad, de su tiempo. Ahora, por la falta de educación, el mundo ha avanzado y el islam se ha quedado atrás. Antes en la religión había gente interesada en astronomía, matemáticas, ciencias. Ahora solo les interesa la religión y no saben de nada más. No viven en el presente. Por eso el Estado Islámico quiere vivir en la época del Profeta. Pero la religión siempre ha estado abierta a la discusión, y ahora está sucediendo otra vez con las redes sociales".
700 millones en arte
Admite que todo esto, hace diez años, sin internet, habría sido imposible. Él puede ver sus dibujos en Jerusalén, aunque no le dejen entrar, porque hay judíos que los reproducen. "Tenemos que hablar unos con otros, porque nuestros gobiernos no lo hacen. Ir empujando poco a poco, uniendo a la gente. En Egipto, por ejemplo, el muro del miedo ha caído. Muchos de mis amigos de la primavera árabe están en la cárcel, pero no les importa, han roto el muro. Hay que seguir adelante, empujando cada día un poquito".
Hablamos de muchas cosas. Me ayuda a mejorar mi idea escéptica de Dubai, Catar y estos sitios tan raros. Dice que son países nuevos que deben mejorar muchas cosas, pero que todo esto es positivo: progreso, educación y sanidad gratis de alto nivel, cultura, presencia de las mujeres, líderes jóvenes.
El motor cultural de Catar, su jefa, es la sheika Al Mayassa, 31 años, hermana del emir. Gasta cada año 700 millones en promover el arte. Aquí han montado exposiciones inimaginables en el mundo árabe: una de Damien Hirst y otra de esculturas griegas, obviamente desnudas. "La gente alucinaba, ese es nuestro trabajo", dice Khalid. También una cosa fascinante de Richard Serra en el desierto. Mi amigo Paco me lleva hasta allí, a una hora de coche. Son cuatro planchas de acero alineadas en medio de la nada, como los monolitos de 2001. Para los cataríes, en efecto, es una marcianada. A sus pies, al anochecer, yo también me siento como un simio, una sensación muy humana.
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